La historia de la evolución de la consideración crítica de Miklos Jancso daría material para bastantes tesis, por lo revelador de su trayectoria y de la percepción que de ella se tuvo y se tiene. Cuando el nombre de este director comenzó a sonar, allá por los 60, fue también el momento de la eclosión de la Nouvelle Vague, cuyos directores eran también críticos/redactores de Cahiers de Cinéma. Para estos renovadores del cine, Jancso era uno de los suyos, una personalidad que estaba contribuyendo a hacer del cine un auténtico arte, apartándose de las soluciones del clasicismo y explorando nuevas vías visuales, que ponían en entredicho el binomio guión/montaje tan característico de ese estilo, para muchos el único estilo posible y válido.
Durante muchos decenios, Jancso figuro entre los más grandes por una serie de características que intentaré esbozar a continuación. Yo mismo - gracias a ese programa mítico de la segunda cadena de la televisión que se llamaba Fila 7 - recuerdo la admiración que despertaba su figura en la década de los 80 del siglo XX, en la que se admiraba la dificultad de sus películas - sin ninguna concesión al espectador o a los modos habituales del cine - y las inmensas ambiciones estéticas y temáticas que rebelaban. Treinta años más tarde, en esta segunda década del siglo XX, sería difícil encontrar algún cineasta o algún cinéfilo radical - de esos que se llaman herederos de Cahiers y la Nouvelle Vague - que tenga a Jancso en su panteón personal o que siquiera se plantee una revisión de su obra.
El problema es que a finales de los 70, Jancso dejó de ser "uno de los nuestros" y pasó a cultivar un cine más comercial y accesible, en abierta contradicción con los esfuerzos de desmontaje de la Nouvelle Vague, lo que como pueden imaginar, le ha acarreado un descrédito que se aplica retrospectivamente al resto de su filmografía. En lo que a mí respecta, no he visto esa obra post-Jancso de este directo, pero lo que he podido disfrutar de su época de gloria me ha fascinado, de manera que lo considero como uno de "mis" directores, pese a quien pese.
La diatriba anterior viene a cuento porque este fin de semana he visto su primer largo, Igy jöttem o Mi camino a casa, una película que no llega a ser de las grandes de este director - le quedaban por limar aún algunos aspectos - pero que contiene en germen los rasgos distintivos y característicos de su estilo.
El primero es doble. Jancso es uno de los pocos directores que sabe utilizar el Cinemascope en toda su extensión - otro ejemplo sería Antonioni - de manera que sus películas no pueden concebirse en otro formato que el que él ha escogido. A esto se une que es uno de los pocos directores con sensibilidad paisajaistica y con ello no me refiero a vistas magníficas del Monument Valley - tomense esto como quieran - sino que sabe utilizar ese entorno como un elemento dramático, no simplemente como marco incomparable.
El paísaje donde transcurren las historia de Jancso es la estepa húngara, un entorno que es especialmente familiar a todo habitante - como es el caso - de la meseta castellana. Esencialmente ,ese marco geográfico es un espacio vacío, una inmensa planicie en la que nada impide la visión del horizonte y que puede describirse como una única linea recta, la que divide el cielo de la tierra. En ese espacio, todo es visible, pero al mismo tiempo, como en el desierto no existen puntos de referencia que permitan encontrar el camino, de forma que cualquier habitante de ese entorno se encuentra al mismo tiempo encontrado y perdido, en un lugar siempre igual así mismo pero del que no existe salida posible.ie
Ese punto de partida geográfico, unido al uso del cinemascope, lo utiliza Jancso para crear una paradoja: Esos orisajes abiertos, donde todo está a la vista, se convierten en un lugar cuajado de amenazas y peligros, donde la amplia visión que confiere el cinemascope no impide que fuera del encuadre se escondan los elementos que turbaran y interrumpirán el camino de los protagonistas. La mirada de Jancso es así una mirada cargada de presagios, de presentimientos que habitan fuera de nuestra realidad y que acabarán confirmándose inevitablemente, destruyendo nuestras esperanzas y seguridades.
Éste esu precisamente el segundo elemento definitorio de Jancso. En esos espacios vacíos en inmenso, donde el hogar ha sido abolido o se encuentra a distancias infranqueables, sus personajes vagan sin rumbo y sin destino, arrastrados por las fuerzas de la historia. Esa confusión personal, que en el caso de Igy Jöttem se expresa en las tres identidades sucesivas que el protagonista adopta, Jancso la traslada al espectador negándose a narrar el pasado de los protagonistas, no sólo renunciando a los manidos flashbacks, sino elminando del diálogo todo elemento explicativo.
Así, el espectador, se convierte en otro vagabundo de la estepa, en un mundo en el que le es imposible reconocer, a primera vista quienes son amigos o enemigos, aliados o contrarios, teniendo que confiar exclusivamente en lo que ve en ese preciso momento, sin poder esperar que algo o alguien - recursos narrativos, trampas de guión - venga a descubrirle lo que realmente está ocurriendo.
Porque ése no es el modo en que las cosas ocurren en la vida y, en puridad, tampoco debería ser el modo en el que transcurren en la ficción.
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