Only four years earlier the nobility had consented to the taxation of their vassals until "the imperial business was completed". In the event, however, the empire hardly came into it. Men had been asking why Alfonso had failed to confront Charles of Anjou in Southern France. Cerveri de Girona lamented the decay of Castilian qualities. The question being asked was whether this was due to its king or its people ('del reys o de las regios'). But whichever way you looked at it, France was on top and the other underneath. Amongst other, Cerverì's co-jongleur Paulet de Marseilles was trobled that the king's brother D. Enrique was still in Charles of Anjou's prison where he had been languishing, none too uncomfortably, since his capture at the battle of Tagliacazzo. If Alfonso, a valiant and noble-hearted king, suffered him to remain there he would have deceived his admirers, and Spaniards failing to hasten to his assistance would be guilty of villainy and cowardice. Another account of the aftermath of that battle, related in the 1450 by Aeneas Silvius Piccolomini, reported how before his beheading, the marvellous boy Conradin took his gauntlet and 'falling flung to the host behind' this symbol of his "betrayed kingdom". Thus the charismatic grandson of Frederick II passed on whatever rights he enjoyed there to Infant Pedro of Aragon, at whose court he would be remembered as 'kin Conradin II'. It was the killing of him that brought to the surface the hatred of Charles and the Frenchmen that Pedro had harboured since boyhood.
Peter Linehan, Spain, 1157-1300, A Partible Inheritance
Durante este recorrido por la historia de la península ibérica, les he señalado ya en varias ocasiones el buen sabor que me estaban dejando los tomos medievales de la Historia de España dirigida por John Lynch. Desgraciadamente todo lo bueno se acaba y me he encontrado con un tomo, el escrito por Peter Linehan y centrado en el siglo XIII peninsular, que no puedo calificar de otra manera que patinazo.
El primer error es de extensión. No creo que se pueda resumir en apenas 200 páginas un siglo en el que, ya definitivamente, se puede considerar que la reconquista se ha saldado con el triunfo del bando cristiano - la liquidación total tardaría un poco más, por problemas estructurales -, durante el que los reínos peninsulares se convierten en actores activos de la política europea - en el sentido de que no son un apéndice de ese continente, sino que intervienen e interfieren activamente - y, sobre todo, que abunda en personalidades fascinantes, cuya figura e importancia, permanecen en la penumbra para la mayoría de los habitantes de esta cosa que llamamos España, Iberia o como se les antoje o prefieran.
Este defecto sería subsanable, pero Linehan comete un error metodólogico imperdonable. De repente, y sin razón alguna, su historia de propone como castellanocéntrica. Dejando a un lado el tufo a cierto pasado dictatorial que esa visión tiene para un lector de la península, adoptar ese enfoque significa olvidar que a partir de ese periodo - yo diría incluso que un poco antes - la historia de los reínos ibéricos no se puede desenredar, ni contar por separado, por lo que se requiere una narración en la que los diferentes puntos de vista - el castellano, el aragones-catalán, el navarro - se equilibren y contrapongan. Para empeorar las cosas, Linehan guarda el silencio aconstumbrado sobre la historia del reíno de Portugal, un error de siglos en la historia de España que sólo contribuye a que dos estados vecinos, como el nuestro y el suyo, sean perfectos desconocidos para sus respectivos habitantes.
Esto valdría ya para dejar el libro en mala posición, pero Linehan se las arregla para fastidiarlo aún más, ya que la mitad del libro se dedica al reinado del Alfonso X, cuya duración es menos de un cuarto del periodo considerado. Si a eso unimos, que el estilo de Linehan es bastante retorcido y que tiene la manía de ir dando saltos temporales y espaciales de decenios y centenares de kilómetros incluso dentro del mismo párrafo, se comprenderá que su narración de los hechos fuera - e incluso dentro - de ese reinado se torna un batiburrillo de alusiones y sobreentendidos que resulta casi imprensible a menos que se tenga cierto conocimiento anterior.
Hasta aquí todo lo malo, pasemos a lo bueno, que también lo hay y salva in extremis este volumen.
Como he señalado, el volumen en vez de ser una historia de la península en el siglo XIII, es más bien una crónica del reinado de Alfonso X, plagado de referencias no sólo a lo que ocurría en el resto de reinos peninsulares, sino en el contexto Europeo. Es precisamente en esta visión intensa y extensa al mismo tiempo donde el libro guarda más de una sorpresa para los lectores hispanos, acostumbrados a una narración de ese tiempo basada en dos glorias, el corpus literario-jurídico de ese rey y su adquisición de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
No es ya que de estos hechos se nos oculten sus causas y sus alrededores, es que simplemente se nos esacamotea, en esa versión escolar, el hecho de que el reinado de Alfonso X fue un completo fracaso. La obra jurídica de este soberano no llegó a ser aplicada en vida y fue sólo mucho más tarde, en el siglo XIV, cuando empezó a utilizarse como fundamento de la organización del reino castellano. Por otra parte sus proyectos literarios e históricos quedaron incompletos, ya que los últimos años de este soberano se caracterizan por una guerra civil entre él, convertido en un enfermo crónico, casi una ruina humana, los hijos de su difunto primogénito, y el segundo nombrado heredero, que dejaría el reino en un estado de postración completa, y con su sucesor, Sancho IV, deslegitimado por la ruptura con su padre, lo cual tendría consecuencias fatales en las sucesivas regencias que cerrarían el siglo XIII y abrirían el XIV.
Por otra parte, el sueño del imperio alemán nunca paso de ser un espejismo, cuando una pesadilla, en el que el soberano castellano, ese sabio que no pasó de ingenuo, se vio envuelto en una confusa red de intrigas políticas que involucraban a la dinastía reinante en Francia y su rama colateral de los Anjou, las ciudades-estado italianas, el papado y los nobles alemanes. Lo que no se cuenta en la narración habitual del reínado de Alfonso X, es que en la década de 1250, el conflicto centenario entre el Papado y el emperador alemán, entre güelfos y gibelinos, se saldó con la victoria aplastante del Papado.
Tras la muerte de Federico II Hohenstaufen y la repentina muerte de Conrado IV unos pocos años más tarde, la corona imperial se convirtió en un juguete que se disputaban unos y otros, mientras que los supervivientes - como el Conradin del pasaje que abre esta entrada - de una dinastía que había llevado al Imperio a una de sus cumbres, iban pereciendo uno tras otros ante fuerzas mucho más poderosas. Se puede entender ahora como el sueño imperial de Alfonso X, del que tanto se ufanaban los manuales de historia de este país, no tuvo nunca solidez alguna, ya que los auténticos vencedores de la disolución del dominio Hohenstaufen fueron no otros que el Papado y los Anjou, no el rey de una Castilla que apenas acababa de conquistar unos territorios musulmanes que aún no controloba por completo.
Sin embargo, dejando al lado el resultado de esos afanes, sin sentido para nosotros habitantes de de un tiempo situado ocho siglos más tarde en el que ninguno de los actores de ese otro tiempo, ni siquiera el Papado, son comtemporáneos nuestro, lo peor del silencio que guardan la historia oficial sobre esos conflictos italianos, es que sólo así podemos darnos cuenta de lo imbricados que se hallaban los hechos de la península con los de la otra península del Mediterráneo, y por extensión con toda Europa. No creo que haya mejor muestra que ese detalle, recogido igualmente en el texto que abre esa entrada, de un hermano del rey castellano luchando al lado de Conradín en la década de los 60, para tras su derrota pasar varios decenios en sucesivas prisiones italianas, sin que el rey se ocupase por rescatarle -historia que finalizaría con su retorno a Castilla, una vez muerto Alfonso, para embrollar aún más los primeros años de Sancho IV.
Imbricación y ambiciones en la Europa medieval que si bien para Castilla no producirían nada válido, para Aragón servirían de impulso a la creación de su imperio mediterráneo. Sólo unas décadas más tarde de la muerte de Conradin, la población de Palermo, añorante de sus antiguos reyes Hohenstaufen, se levantaría contra los Anjou y entregaría la corona al rey de Aragón, Pedro III.
Pero esto ya es otra historia, fascinante e imprescindible en la historia de la península Ibérica - y de la Italiana - pero completamente distinta.
Peter Linehan, Spain, 1157-1300, A Partible Inheritance
Durante este recorrido por la historia de la península ibérica, les he señalado ya en varias ocasiones el buen sabor que me estaban dejando los tomos medievales de la Historia de España dirigida por John Lynch. Desgraciadamente todo lo bueno se acaba y me he encontrado con un tomo, el escrito por Peter Linehan y centrado en el siglo XIII peninsular, que no puedo calificar de otra manera que patinazo.
El primer error es de extensión. No creo que se pueda resumir en apenas 200 páginas un siglo en el que, ya definitivamente, se puede considerar que la reconquista se ha saldado con el triunfo del bando cristiano - la liquidación total tardaría un poco más, por problemas estructurales -, durante el que los reínos peninsulares se convierten en actores activos de la política europea - en el sentido de que no son un apéndice de ese continente, sino que intervienen e interfieren activamente - y, sobre todo, que abunda en personalidades fascinantes, cuya figura e importancia, permanecen en la penumbra para la mayoría de los habitantes de esta cosa que llamamos España, Iberia o como se les antoje o prefieran.
Este defecto sería subsanable, pero Linehan comete un error metodólogico imperdonable. De repente, y sin razón alguna, su historia de propone como castellanocéntrica. Dejando a un lado el tufo a cierto pasado dictatorial que esa visión tiene para un lector de la península, adoptar ese enfoque significa olvidar que a partir de ese periodo - yo diría incluso que un poco antes - la historia de los reínos ibéricos no se puede desenredar, ni contar por separado, por lo que se requiere una narración en la que los diferentes puntos de vista - el castellano, el aragones-catalán, el navarro - se equilibren y contrapongan. Para empeorar las cosas, Linehan guarda el silencio aconstumbrado sobre la historia del reíno de Portugal, un error de siglos en la historia de España que sólo contribuye a que dos estados vecinos, como el nuestro y el suyo, sean perfectos desconocidos para sus respectivos habitantes.
Esto valdría ya para dejar el libro en mala posición, pero Linehan se las arregla para fastidiarlo aún más, ya que la mitad del libro se dedica al reinado del Alfonso X, cuya duración es menos de un cuarto del periodo considerado. Si a eso unimos, que el estilo de Linehan es bastante retorcido y que tiene la manía de ir dando saltos temporales y espaciales de decenios y centenares de kilómetros incluso dentro del mismo párrafo, se comprenderá que su narración de los hechos fuera - e incluso dentro - de ese reinado se torna un batiburrillo de alusiones y sobreentendidos que resulta casi imprensible a menos que se tenga cierto conocimiento anterior.
Hasta aquí todo lo malo, pasemos a lo bueno, que también lo hay y salva in extremis este volumen.
Como he señalado, el volumen en vez de ser una historia de la península en el siglo XIII, es más bien una crónica del reinado de Alfonso X, plagado de referencias no sólo a lo que ocurría en el resto de reinos peninsulares, sino en el contexto Europeo. Es precisamente en esta visión intensa y extensa al mismo tiempo donde el libro guarda más de una sorpresa para los lectores hispanos, acostumbrados a una narración de ese tiempo basada en dos glorias, el corpus literario-jurídico de ese rey y su adquisición de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
No es ya que de estos hechos se nos oculten sus causas y sus alrededores, es que simplemente se nos esacamotea, en esa versión escolar, el hecho de que el reinado de Alfonso X fue un completo fracaso. La obra jurídica de este soberano no llegó a ser aplicada en vida y fue sólo mucho más tarde, en el siglo XIV, cuando empezó a utilizarse como fundamento de la organización del reino castellano. Por otra parte sus proyectos literarios e históricos quedaron incompletos, ya que los últimos años de este soberano se caracterizan por una guerra civil entre él, convertido en un enfermo crónico, casi una ruina humana, los hijos de su difunto primogénito, y el segundo nombrado heredero, que dejaría el reino en un estado de postración completa, y con su sucesor, Sancho IV, deslegitimado por la ruptura con su padre, lo cual tendría consecuencias fatales en las sucesivas regencias que cerrarían el siglo XIII y abrirían el XIV.
Por otra parte, el sueño del imperio alemán nunca paso de ser un espejismo, cuando una pesadilla, en el que el soberano castellano, ese sabio que no pasó de ingenuo, se vio envuelto en una confusa red de intrigas políticas que involucraban a la dinastía reinante en Francia y su rama colateral de los Anjou, las ciudades-estado italianas, el papado y los nobles alemanes. Lo que no se cuenta en la narración habitual del reínado de Alfonso X, es que en la década de 1250, el conflicto centenario entre el Papado y el emperador alemán, entre güelfos y gibelinos, se saldó con la victoria aplastante del Papado.
Tras la muerte de Federico II Hohenstaufen y la repentina muerte de Conrado IV unos pocos años más tarde, la corona imperial se convirtió en un juguete que se disputaban unos y otros, mientras que los supervivientes - como el Conradin del pasaje que abre esta entrada - de una dinastía que había llevado al Imperio a una de sus cumbres, iban pereciendo uno tras otros ante fuerzas mucho más poderosas. Se puede entender ahora como el sueño imperial de Alfonso X, del que tanto se ufanaban los manuales de historia de este país, no tuvo nunca solidez alguna, ya que los auténticos vencedores de la disolución del dominio Hohenstaufen fueron no otros que el Papado y los Anjou, no el rey de una Castilla que apenas acababa de conquistar unos territorios musulmanes que aún no controloba por completo.
Sin embargo, dejando al lado el resultado de esos afanes, sin sentido para nosotros habitantes de de un tiempo situado ocho siglos más tarde en el que ninguno de los actores de ese otro tiempo, ni siquiera el Papado, son comtemporáneos nuestro, lo peor del silencio que guardan la historia oficial sobre esos conflictos italianos, es que sólo así podemos darnos cuenta de lo imbricados que se hallaban los hechos de la península con los de la otra península del Mediterráneo, y por extensión con toda Europa. No creo que haya mejor muestra que ese detalle, recogido igualmente en el texto que abre esa entrada, de un hermano del rey castellano luchando al lado de Conradín en la década de los 60, para tras su derrota pasar varios decenios en sucesivas prisiones italianas, sin que el rey se ocupase por rescatarle -historia que finalizaría con su retorno a Castilla, una vez muerto Alfonso, para embrollar aún más los primeros años de Sancho IV.
Imbricación y ambiciones en la Europa medieval que si bien para Castilla no producirían nada válido, para Aragón servirían de impulso a la creación de su imperio mediterráneo. Sólo unas décadas más tarde de la muerte de Conradin, la población de Palermo, añorante de sus antiguos reyes Hohenstaufen, se levantaría contra los Anjou y entregaría la corona al rey de Aragón, Pedro III.
Pero esto ya es otra historia, fascinante e imprescindible en la historia de la península Ibérica - y de la Italiana - pero completamente distinta.
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