jueves, 22 de abril de 2021

En Busca de Varda (XXVI): Varda par Agnès (Varda por Agnès, 2019)

He llegado, por fin, al término de mi revisión de la filmografía de Agnés Varda. Les confieso que ha sido una agrabilísima sorpresa, de las que, a mi edad, no esperaba ya encontrarme. Varda es una cineasta inclasificable, siempre en busca de nuevos modos y maneras, sin miedo a experimentar sin descanso. Capaz, además, de aunar ficción, documental, meditaciones y remembranzas personales, que a pesar de su disparidad no disuenan. Artista de vanguardia con una cualidad muy rara en un tipo de creadores, como estos, caracterizados por su individualismo y su fé en las capacidades propias: su profunda humanidad, su acendrado humanismo. Incluso cuando habla de sí, su mirada está en los otros, en sus vivencias y experiencias, que ella se esfuerza en comunicarnos y que compartamos. Su cine es un cine para todos, en donde cualquiera tiene cabida, y en donde podemos ser, según convenga, espectadores y protagonistas. 

Varda par Agnès (Varda por Agnès, 2019) fue su última película y, a primera vista, parecía un revisión/continuación de Les Plages d'Agnès (Las playas de Agnès, 2008), obra en donde Varda escribía un a modo de memorias en imágenes. Con esos antecedentes, su interés me parecía limitado, fuera de reencontrarmente con una persona como Varda, a quien he acabado por considerar como una buena amiga. Ya saben, alguien con quien siempre es un placer charlar, aun cuando acabe por contarte las mismas anécdotas. Sin embargo, no contaba con esa capacidad de reinvención, como se dice ahora, tan característica de Varda. Aunque muchas de las anécdotas ya me las sabía, de haberlas espigado a lo largo de toda su obra, la directora era capaz de narrarlas de forma nueva, al tiempo que incluía otras tantas nuevas.

En apariencia Varda par Agnès es un filme de entrevistas a la directora. Reúne los muchos coloquios y encuentros con el público donde, como auténtica gloria nacional de la filmografía francesa, ocupaba gran parte de su tiempo. Charlas en las que alternaba anécdotas de su biografía, chascarrillos de sus rodajes, así como lecciones/consejos para nuevos cineastas. Un formato que podría convertirse con facilidad en un corsé: siempre la misma estructura, los mismos puntos, las mismas respuestas. Sin embargo, Varda, como era de esperar, se escapa de las limitaciones que quisieran/pudieran imponerle. No ya por utilizar la carta de su libertad creativa y temático, que también, sino por derivar a un inventario de su obra última: las múltiples instalaciones en las que el cine era sólo un factor más.

Durante las dos décadas finales de su vida, Varda apenas rodó un puñado de película. No por su edad avanzada, que nunca le supuso un problema, sino porque viró el foco de su actividad artística. Ya en Agnès de ci de là Varda, (Agnès, de aquí y de allá, Varda, 2011), diario en imágenes de sus viajes durante un año, se traslucían, aquí y allá, retazos de esos otros afanes en donde empleaba sus energías. Es, sin embargo, en  Varda par Agnès donde pasan a primer plano. Se trata, se trataba, de instalaciones  conceptuales que no son crípticas o enigmáticas, como es tan habitual, sino que tienen una fuerte componente humanística: recuerdos del holocausto -los justos franceses que salvaron a judíos-, las viudas de la isla en la que pasó largo temporadas con su marido Demy -entre las que ella también figura-, las muchas vidas anónimas en las que nadie repara - los habitantes de esa misma isla-.
 
Instalaciones que se abren también hacia lo personal, lo excentrico, incluso lo paradójico. Como el caso de la elaborada tumba dedicada al gato que acompañó al matrimonio Demy y Varda -logo también de su productora, Films Tamaris-, convertida en cenotafio permanente dentro de la colección de una famaso fundación artística; o de las cabañas fílmicas, transparentes por entero, construidas con los rollos de celuloide de sus propias película, Un comentario -irónico y elegíaco- a la transitoriedad  del arte cinematográfico o, más bien, de una cierta cinefilía, a la que ella también pertenecía. Las nuevas teconlogías, a pesar de sus muchas ventajas -que Varda nos señaña con agudeza- supusieron el fin de un mundo, de un modo de entender -y sobre todo vivir- el cine.
 
¿Para bien o para mal? La pregunta -y su respuesta- tiene mucho de ocioso, puesto que nada habrá de conseguir que retornemos a un tiempo pasado que se desvanece con rapidez -y con él, todos sus testigos- como si nunca hubiese existido. 

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