domingo, 18 de abril de 2021

Arts is politics

Collage de León Ferrari
 

La semana pasada pude acercarme por el Reina Sofía, donde coincidían tres exposiciones muy interesantes. Por desgracia, la que más me llamó la atención, dedicada al argentini León Ferrari, estaba en sus últimos días, así que no podré revisarla de nuevo. No quiere decir que las otras dos, centradas en la figura de la artista sueca Charlotte Johannesson y el arte marroquí de 1950 a 2022,  fueran de menor calidad, sólo que la de Ferrari fue la que más me impresionó. Lástima que, dadas las circunstancias, no se haya sacado catálogo que sirva de referencia y recuerdo

Comenzando por el artista argentino. La bondadosa crueldad lo describe como un creador eminentemente político, cuya acción en ese campo lleva, por necesidad, al escándalo y la censura. Tanto más cuanto que sus tiros van dirigidos hacia la religión, aún pieza central en la vida social de los países latinoamericanos. Cualquier crítica, cualquier asomo de sátira, es tomado allí como un ataque contra la fe, como blasfemia, propiciando reacciones violentas que poco difiere de las de los islamistas radicales. Por ejemplo, entre quienes promovieron una campaña contra una de las exposiciones de Ferrari se hallaba el actual Papa Francisco, quien presume ahora de posiciones progresistas... y es atacado por ello por la carcundia.

No hay que olvidar, tampoco, que en los años 70 del siglo XX, la iglesia católica quedó muy desprestigiada por su connivencia -o indulgencia- con las dictaduras militares que llegaron al poder en esos años, tras golpes cruentos, para poner término a la insurgencia marxista. Tendencia que se continúo, en los años 80, durante el papado de Juan Pablo II, con la relegación, dentro de la Iglesia, de esa flor efímera que fue la Teología de la Liberación. Un producto de la efervescencia de los años 60 -y del Concilio Vaticano II- y quizás el último intento, por parte del Catolicismo, por ponerse de parte de los más desfavorecidos y no meramente realizar tareas caritativas.

Con esta introducción, puede imaginarse por qué derroteros circula el arte político de Ferrari. Sus collages muestran, por una parte, el poso de violencia que se oculta tras el mensaje de amor y tolerancia del Catolicismo: el poso fundacional de los mártires se traduce en una intransigencia frente al resto de creencias y religiones, que le lleva a situarse del lado del poder y utilizar esos medios de represión para eliminar a sus competidores. Por otra parte, su afán por una pureza sublimada, expresada en un rechazo del propio cuerpo, le lleva a negar el disfrute de la sexualidad humana, en claro contraste con el posicionamiento de otras civilizaciones, Un hecho que Ferrari subraya contraponiendo los hitos de la narración cristiana con las imágenes eróticas de esas otras culturas.

Fotografía de Hicham Benohoud

Trilogía marroquí,
por su parte, constituye una visión panorámica de 70 años de arte marroquí, de la independencia a nuestros días. Su importancia estriba, en mi opinión, en cómo contribuye a romper los prejuicios, basados como siempre en la ignorancia, que tenemos hacia ese país desde España. Frente a una concepción de Marruecos como país agresivo -hacia el antiguo Sahara español, Ceuta y Melilla, las Canarias y nuestros intereses pesqueros- o de una tierra subdesarrollada, sumida en la ignorancia -producto del Islám-, fuente inagotable de una emigración que rechazamos -aunques no sea imprescindible-, esta exposición pone de manifiesto una efervescencia cultural incesante, ni siquiera en los periodos más negros de represión y dictadura.

Por supuesto, en una muestra de estas características, no todas las obras, ni todos los autores, se hallan a la misma altura. Sin embargo, sí diría que la media es muy alta, con bastantes nombres a los que me gustaría seguir la pista. Una calidad que, para mi sorpresa, se incrementa a medida que nos acercamos al presente. El "primer" arte marroquí tras la indepenciada, engranado en las corrientes de la vanguardia europea -ya sea para seguir su estela o para oponerse a él-, parece demasiado mediatizado por esa tradición moderna, de la que no dejan de ser epígonos, reproductores y copistas. Es sólo más tarde, a partir de 1970, cuando los artistas marroquíes encuentran su propia voz. Son modernos -o postmodernos, si lo preferimos- a su propia manera y para su propio público, no al aire que marcan Occidente y los compradores occidentales.

Un arte que, no  se olvide, dada las condiciones sociales de ese país -en medio de un proceso de descolonización, atravesando diferentes experiencias autoritarias y con el peligro del auge de un islamismo excluyente- no puede ni quiere ser otra cosa que político.

Tapiz de Charlotte Johannesson


Política, como motor determinante del arte, que es también el núcleo de la producción  de la artista sueca Charlotte Johannesson, empezando por una decisión que puede parecer trivial pero que es decisiva: el uso del textil, del tejido y el bordado, del tapiz, como soporte y formato preferido de su obra. Se encuadra así en una tendencia revolucionaria muy propia del arte post-1950: huir de los soportes habituales y borrar las fronteras entre artes mayores y menores. No habría así diferencias entre artistas y artesanos, sino que todos formarían parte de un único continuum, sin asignaciones de calidad, ni jerarquías predeterminadas.

Revuelta estética que es también política: las artes mayores estaban destinadas a la élite, como medio de propaganda y prestigio, mientras que las menores, al estar orientadas a objetos cotidianos, cruzaban las fronteras sociales. Se reivindica así un arte para todos, al alcance de todos, creado por todos, dado el bajo precio de los materiales que precisaba y su condición de objeto cotidiano. Vuelco político, además, que no solo afecta a la estética, sino también al mensaje: los tapices de Johanneson son carteles reivindicativos, muestras de arte conceptual que no buscan ocultar su mensaje, sino blandirlo ante nuestros ojos, como su serie dedicada a las extrañas muertes, en cárceles alemanes, de los miembros del grupo terrorista Baader-Meinhof.

Actividad que daría un último salto mortal, no menos interesante. Con el advenimiento de los primeros gráficos por ordenador, en lo primeros 80, su falta de definición -el pixelado- los hacía muy similares al punto de los tapices. El salto de un soporte a otro era casi forzoso, con el añadido de una difusión planetaria y  de su recosido, nunca mejor dichos, en secuencias que se pudieran proyectar en bucle.

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