viernes, 16 de noviembre de 2018

FInales/Principios




















Llevaba ya mucho tiempo sin hablar de la obra del cineasta norteamericano James Benning y no ha sido sino hasta ahora, cuando lo he retomado con un par de sus obras mayores, cuando he sentido la falta que me hacía su cine. La razón de mi silencio es simple. Desde hacía ya varios años, el Filmmuseum austriaco no publicaba una edición de sus películas, cuando antes no pasaba uno sin que nos regalase con un doble DVD con sendos filmes. El hiato había llegado a ser tan largo que empezaba a pensar que esa institución había abandonado el proyecto de editar en digital toda la filmografía de Benning, ya fuera por falta de recursos, hya por diferencias con el director. No ha sido así, por suerte, así que se pueden imaginar mi alegría, empañada sólo por un hecho nimio: las reticencias del Filmmuseum a la hora de pasarse al Blue Ray y abandonar el DVD.

La película que les comento  es 11x14, realizada en 1974. Según las notas que acompañan a la edición, Benning considera esa cinta como su primera película de verdad, es decir, aquélla en que pudo ya juzgarse como director pleno, no como mero aprendiz y aficionado. No es difícil darse cuenta del porqué, ya que en ella aparecen, por primera vez, los rasgos característicos de su estilo. Mezclados, eso sí, con otras influencias y otras soluciones, que luego, a lo largo de su carrera, irá eliminando y depurando, hasta crear ese estilo suyo tan característico. Tan fácil y sencillo en apariencia, pero igual de inimitable, puesto que aplicarlo de manera mecánica sólo lleva a malas copias. Sin vida, intranscendentes

¿En qué consiste ese estilo? Como les indicaba, es de una simpleza desconcertante. Benning busca una localización, dispone la cámara y la deja rodar a solas durante un tiempo de varios minutos. El resultado son planos que destacan por su frontalidad, por la aparente falta de movimiento, tanto de la cámara como de lo atisbado por ella. Son tan estáticos, tan constreñidos, que ssu películas podrían confundirse con proyecciones de diapositivas, sino fuera por dos rasgos que sólo él ha sido capaz de dominar y de conseguir plasmar: la intervencion  del azar, unida a un meticulosa intencionalidad.

La suerte de Benning, ese toque de gracia del que también han disfrutado otros cineastas más tradicionales, consiste en que en muchos de esos planos ocurre algo que quiebra su inmovilidad y trastoca lo que estamos observando. No es simplemente, como ocurre con cineastas similares tan contemplativos como él, que nos obligue a mirar, a explorar lo visto como si fuéramos recién llegados a ese lugar fotografiado, completos desconocidos para las personas que siempre lo han habitado. El toque Benning consiste que esos planos de los que  acabamos por creer que conocemos a la perfección, de repente se ven animados por la irrupción de un objeto, la aparición de un movimiento, la reiteración de un fenómeno, que los dota de significado, nos hace ver, en una revelación fulgurante, lo que realmente significan y suponen en ese contexto.

Por eso mismo, no hay casi ningún cieneasta que haya dotado de tanta personalidad ni empaque a una chimenea humeante, como con la que en 11x14 observamos durante casi sieta minutos. Primera versión de una obsesión recurrente que alcanzaría su cumbre. muchos años más tarde, en una secuencia milagrosa, esa hora entera de emisiones rítmicas de humo, mientras cae la noche, que se puede ver en Ruhr (2009). Búsquedas formales que nunca son arbitrarias, mucho menos esteticistas, lo que nos que nos lleva al segundo punto característico del estilo de Benning: la intencionalidad política de cada uno de sus planos, tanto en lo que se  quiere mostrar como en su colocación dentro del filme.

Benning, desde un principio, se muestra principio como un cronista concienciado y meticuloso de la realidad de su país. De los muchos cambios obrados en las décadas recientes, así como de las raíces que han llevado a ellas desde el pasado, casi desde la fundación misma de los EE.UU. Realidad contemporánea que se muestra en su banalidad, en la observación de esquinas y calles cualesquiera, de cruces y avenidas, de centros urbanos abarrotados y desiertos campos de labor, de pulcros  barrios de las afueras y de las polvorientas carreteras que los conectan. La vida cotidiana, en definitiva, en toda su amplitud caleidoscópica, pero sin querer entrometerse en ella, sin intentar influir en su desarrollo, sin forzarnos a prejuzgar. Dejando que seamos nosotros quienes saquemos nuestras propias conclusiones sobre el papel que juega ese edificio particular de oficinas, ese complejo oficial en concreto, esa casa aislada igual a tantas otras.

Pero tampoco eso. O al menos no en las primeras películas, como este 11x14, donde Benning confiaba aún en actores para transmitir la información que quedaba omitida por el silencio de sus vistas urbanas y rurales. Rescoldos de la tradición narrativa, cierto, de los que Benning aún no era capaz de desprenderse, como haría  con valentía en sus obras posteriores, pero que no significa que  se nos obligue a escuchar un relato prefijado y procesado para nuestro consumo. Lo que vemos son atisbos, retazos, de historias de las que desconocemos su inicio y su final, las relaciones mismas de sus protagonistas, como los visitantes pasajeros que somos.

Sólo, aquí y allá, podemos identificar a la misma persona en diferentes ambientes, sin que se nos revele el porqué de su presencia, la razón que le llevó de uno a otro. O que, de manera inesperada, se nos haga partícipe de su intimidad, pero sin que nuestra presencia, ni mucho menos nuestra mirada, venga a ensuciarla.





















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