martes, 6 de noviembre de 2018

En la clandestinidad y en el exilio

Carnaval, Max Beckmann

En la fundación Thyssen se acaba de abrir la que puede ser la exposición de este otoño, con permiso de las dedicadas a Lina Bo Bardi en la March y Leonora Carrington en el MNCARS. Su importancia no le viene de que nos descubra a un artista olvidado o en la penumbra. Max Beckman, protagonista de esta muestra, es un artista bien conocido, un expresionista de la segunda generación, aquélla que desarrollo su obra tras la Primera Guerra Mundial y durante la república de Weimar.

Como otros artistas coetáneos, Dix o Gross, Beckmann dejó un tanto de lado las investigaciones formales de los primeros expresionistas, lindantes en muchos casos con la abstracción, para enfrascarse en la crítica social a una Alemania que no acaba de asumir el trauma paralizante de la guerra y que, durante unos breves años, creyó poder emprender un camino democrático y progresista. El resultado, como sabrán, fue el Nazismo y la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, cuya abyección y horror tiñe de manera retrospectiva de obra todo artista alemán de los años 20, aunque la mayoría nunca llegase a identificar ese peligro antes de que fuera ya demasiado tarde.

Lo que distingue a esta exposición de otras similares son dos factores: uno propiamente expositivo, el otro de selección y enfoque. En el aspecto más técnico, hacía tiempo que no veía una muestra tan bien cuidada a la hora de disponer e iluminar los cuadros. En primer lugar, no hay esos brillos molestos que impiden disfrutar de una obra, obligando a hacer complejos ejercicios de trigonometría sobre el suelo de las salas para conseguir eliminarlos. A esto hay que añadir que la cuidad iluminación aísla e individualiza los cuadros, creando la ilusión de que una luz propia surge de ellos. Se consigue así una impresión de cercanía, de intimidad, hogareña y acogedora, que favorece la conexión la pintura de Beckmann, a pesar de su carácter enigmático e indescifrable, de distorsión desesperada de la experiencia humana.

El segundo aspecto es más importante, pero quedaría deslucido sin el primero. Señalaba antes que Beckmann pertenece a la segunda generación de expresionistas, los que desarrollan su obra en la república de Weimar. Hubiera sido previsible, y disculpable, que la muestra se centrase en los años 20, década a la que se supone pertenecen sus mejores obras, también las más conocidas por el público. La alta consideración de ese periodo no se debe a que el pintor perdiese  después su talento o se amanerase en las décadas siguientes, sino por que las difíciles circunstancias políticas, en forma de censura y persecución nazi, le obligaron a desaparecer y desvanecerse. A ocultarse y a ocultar su arte, para salvar así a ambos.

Pues bien, la exposición dedica la mayor parte de su espacio a ese periodo, el de la prohibición nazi a todo arte de vanguardia,al que siguieron los intentos por recuperarse de los artistas que fueron golpeados por su represión. En la medida en sobrevivieron, pudieron volver a ser artistas, encontraron fuerzas para pintar de nuevo, y su arte, a pesar de tantos obstáculos y los años de hiato,  aún tiene interés, más allá del asociado con lafirma.

El principio

¿Fue tan dura esa persecución? Para los nazis, el arte útil y propio de la raza superior se reducía a una astragante epetición de colosos musculosos y mujeres abnegadas. Todo lo demás, en especial el arte de vanguardia, les repelía y repugnaba, como ejemplo de decadencia y traición.  Un asco inextinguible que afectó incluso a artistas esenciales que, en un principio, habían mostrado simpatías por el nazismo. Así ocurrió con Emil Nolde, nazi confeso y vociferante, con aspiraciones a dirigir la política cultural del movimiento, pero que se topó con que su arte fue calificado de inmediato como degenerado, para prohibirsele luego continuar pintando. Con inspecciones y registros semanales por parte de la policía, en busca de pinturas recientes, obligando a Nolde a mudarse a la acuarela, para que no le delatase el olor penetrante de los materiales necesarios para el óleo. 

La persecución Nazi también se cebó con Beckmann. Según llegaron al poder, le arrebataron su plaza de profesor, una forma como cualquier otra de desterrarle a la marginalidad y cegarle las fuentes de subsistencia. Aún así, resistió, hasta que en 1937 tomó el camino del exilio, a Holanda. La mala suerte, sin embargo, continúo persiguiéndolo, porque en 1940, ese país vio violada su neutralidad por el ejército alemán, para permanecer ocupado militarmente durante cinco años. Beckmann se veía así doblemente bajo sospecha, como artista de vanguardia y como huido del régimen nazi. Presunto y probable disidente político, bajo la amenaza perenne de la deportación a los campos de concentración.

¿Cómo logró evitar esos peligros? Lo ignoro, pero no sólo lo logró, sino que continuó pintando. Y no pinturas mínimas, que se pudiesen ocultar con facilidad o disfrazar como obras de antaño. A esa época pertenecen algunos de sus trípticos al óleo, como el Carnaval que abre esta entrada. De un tamaño monumental, que haría difícil, cuando no imposible, ocultarlo ante visitas indiscretas o ocultarlo en caso de urgencia. Beckmann debió contar con amigos fieles en Holanda, dispuestos a guardarle las espaldas y a arriesgarse al mismo castigo, sino peor, que estaba reservado para el pintor. Un historia que la exposición no nos cuenta, aunque es fácil adivinar que debió alcanzar rasgos novelescos. 

Aunque bien se podría prescindir de ellos, sin que la historia de Beckmann, pintor en la clandestinidad, perdiese nada de su interes. Porque lo esencial es ese afán, patente en cada cuadro de sus varios exilios, internos y externos, por seguir vivo, por no negar la salida a su inspiración, por no traicionar su inspiración, por no amordazar su arte, fueran cuales fueran los peligros, fueran cuales fueran las dificultades.

Como si ambos, vida y arte, se hallasen intimante ligados, cual hermanos siameses. Como si la muerte de uno, o el intento por separarlo, supusiese la muerte ineluctable del otro.


Los Argonautas, Max Beckmann



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