martes, 11 de abril de 2017

Cine Polaco (XIV): Pociag (Tren nocturno 1959) Jerzy Kawalerowicz











































En entradas anteriores, al comentar Niewinni czarodzieje (Hechiceros Inocentes) de Andrej Wajda y Ostatni Dzibi Lata (El último día del verano ) Tadeusz Konwicki, señalaba que el relativo deshielo político en la Polonia de fines los años cincuenta permitió que un grupo de directores jóvenes comenzasen a crear películas que miraban hacia el futuro, integrándose en el espíritu de su siemtpo.. Tal es también el caso de este Pociag (Tren nocturno), firmado por Jerzy Kawalerowicz

Sabrán por estas líneas que para mí Kawalerowicz es el autor de una obra que me fascinó en mi niñez y que aún sigue manteniendo el mismo poder que entonces. Se trata de la mítica Faraon (1966), casi la única película sobre la antigüedad que puede mirarse hoy sin sonrojarse, tanto por su realismo escénico como por su cinismo político. Sin embargo, mi revisión de esta antología de cine polaco me ha llevado a descubrir un autor muy vario y versátil, con obras que ocupan un amplio espectro de soluciones y registros. Austeria (La posada, 1983) era comparable a un relato de aventuras de Conrad, donde todo lo importante - lo que otro director u otro escritor hubiera preferido plasmar - queda fuera de cuadro, incluso fuera del marco temporal de la película, restringida ésta a una corta noche de verano y a las salas opresivas de la posada que le da título.

Esta opresión y angostura de Austeria son también los rasgos característicos de Pociag. Toda ella transcurre igualmente durante una única noche, en los espacios restringidos de un tren nocturno. Encerrados en sus estrecheces, los distintos personajes apenas pueden rebullirse sin topar los unos con los otros, mientras que cualquier intimidad queda reducida a momentos fugaces, que en cualquier instante pueden verse interrumpidos. Asímismo, ese espacio y esos encuentros se saben provisionales, destinados a extinguirse en cuanto se llegue a destino. Cada uno de ellos proviene de un pasado concreto, está determinado a un futuro preciso, en el que sus compañeros de viaje no tendrán lugar alguno.

De nuevo, otro director habría intentado aliviar la evidente claustrofobia de este viaje en tren recurriendo a a los manidos flashbacks, buscando así lugares abiertos donde la cámara pudiese moverse a su antojo, al tiempo que proveía a los espectadores de causas y motivos que permitiesen entender la conducta de los personajes. Sin embargo, esta huida hubiera constituido una traición al ambiente de la situación representada. En estos viajes, todos somos desconocidos, extraños a los que un azar ha reunido. Sobre cada uno de nosotros pesa un pasado, el que hemos dejado atrás y el que nos espera a la llegada, pero del que durante unos momentos somos relativamente libres, o más bien nos vemos obligados a dejarlo a un lado, para poder afrontar la provisionalidad del momento, la convivencia con extraños a los que no conocemos. De quienes no sabemos si nuestras experiencias, nuestras alegrías y pesares, podrían ofenderles.

Hay otro peligro, por supuesto. El de convertir esta narración en una comedia ligera, en una excusa para algunos chistes más o menos ocurrentes, pero de tan poca transcendencia como cualquiera de los viajes que emprendemos. Tránsitos de los que no se trabarán nuevas amistades, ni tampoco se derivaran consecuencias.  Sin embargo, ya les he señalado que toda la película está transida de un sentimiento de opresión y de claustrofobia, que exacerba los conflictos inconfesables que gravitan sobre los protagonistas. El viaje no supone alivio para ninguno, sino que conducirá a una conclusión agridulce, cuando cualquier respiro logrado en él, se vea quebrado por la vuelta a la cotidianidad que espera a todos a la llegada.  Desmoronamiento, desilusión, tanto más irónicas cuanto se supone que ese viaje supone el principio de las vacaciones. Del placer y la alegría.

De hecho, cabría incluso detectar una velada intencionalidad política. El tren como metáfora de un país, la Polonia comunista, donde todos saben que cualquier apertura, cualquier distensión es sólo aparente. Donde cualquier tolerancia y permisividad son transitorio, porque la situación está firmemente en manos del partido y las fuerzas represivas.

Siempre dispuestas a utilizar sus armas cuando haga falta y sea necesario, si su poder se ve amenazado

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