martes, 18 de abril de 2017

El alma en su encierro



No, no les voy a hablar de esa cosa en imagen real con el nombre de The Ghost in the Shell que han estrenado hace poco. Baste decir que su traducción española, el alma de la máquina, dice bastante sobre las intenciones de sus creadores... o de lo poco que han entendido la situación los traductores. Porque no se trata de que las máquinas tenga alma, sino de aquella idea del racionalismo cartesiano, en la que el ser humano era un espíritu encerrado en un artilugio mecánico. Con todos los problemas filosóficos que la relación entre materia y alma, llevada a ese extremo irreconciliable, conllevaba.

Sí les voy a contar que el estreno ha servido para que me haga con el manga original de Shirow Masamune, que no había leído hasta ahora, y para que vuelva a ver el anime de Oshii Mamoru. Ése que hace más de veinte años dio comienzo a todo.


Lo primero que me ha sorprendido es el abismo que media entre la versión cinematográfica y el original en historieta. The Ghost in the Shell, en cómic, es una historia de acción que se cubre con el ropaje y la palabrería del Cyberpunk. Su objetivo, ante todo, es divertir al modo adolescente, con lo que abunda en comicidad y en erotismo, aunque éste último haya sido atenuado por Shirow en las últimas ediciones. La historia de ciencia ficción, la meditación sobre la relación entre hombre, mente y máquina, es así bastante superficial, casi un asdorno exótico, todo lo contrario de lo que ocurre en el filme de Oshii, que es una película de acción existencial. Por momentos, tétrica y asfixiante.

De ahí, se deriva la segunda característica que me sorprendió de Ghost in the Shell en forma de anime. Se trata de una adaptación, no de una fotocopia. En los últimos tiempos se ha puesto de moda hacer eso, fotocopias de las obras adaptadas, trampa que obedece a la necesidad de atraer un público cautivo que quiere ver en la pantalla aquello mismo que leyó, especialmente si trata de un cómic. Este error se halla también en la versión nueva de The Ghost in the Shell - al final he acabado hablando de ella - que copia secciones enteras de la película original. De nuevo con la intención de atraer a los fans  y, obviamente, fracasando en su intento. Porque Ghost in the Shell transcurría a pleno día, entre la luz y el color, o en noches tanto más obscuras debido al contraste con la cegadora luminosidad diurna, mientras que la nueva es prisionera del crepúsculo perpetuo de los CGIs.

Pero volviendo a la película original. En ella son reconocibles elementos del manga en que se basa, como la persecución por el mercado o la trama del marionetista (no puedo decir titiritero, lo siento), pero la conclusión a la que se lleva es completamente distinta. Tanto de forma argumental como ambiental. Porque si la escena del mercado es claramente una casi perfecta secuencia de acción pronto va desprendiéndose de los tópicos de ese género, al dejar, por ejemplo, escuchar el silencio, o al servir de detonante, sutil y apenas perceptible, de la crisis personal de la protagonista, el mayor Kusanagi Motoko.

Crisis que no se expresa en forma de estereotipo, de búsqueda de familia o de raíces - en continuaciones posteriores se mostrará como éstos anclajes y seguridades eran irrecuperables - sino en indagación filosófica. Precisamente en la relación entre cuerpo y mente, en como éste es condicionado, construido y formado, por aquel, hasta el extremo de bloquear y cegar la supuesta libertad del espíritu. Y no al contrario, con la mente dominando sobre la materia, como el idealismo y el supuesto voluntarismo de nuestro presente nos puedan hacer caer.

No es extraño, por tanto, que una de las escenas más inspiradas de la película sea precisamente un paseo en silencio, sin explicaciones, por las entrañas de la ciudad eterna e infinita en la que se desarrolla la acción, al mismo tiempo gloriosa y pujante, agonizante y putrefacta. Vagabundeo en el que Kusanagi se topa con sus doppelgänger, todas esas otras ciborgs fabricadas en serie cuyo aspecto es indistinguible del suyo, pero cuyas existencias, se supone, son diametralmente opuesta a la suya Libres y preferibles sólo por no ser la propia. Errar que no culmina en nada, que no concluye en lugar definido, y en el que nosotros, los espectadores, terminamos también extraviados, perdida de vista la mayor, desconocido el destino de su búsqueda.

Disociación, desaparición, disolución que entronca con el final de la película y también con otra de la escenas claves de la película: el combate con el tanque. Otra secuencia de acción que se revuelve contra sus modelos, al proponer una música tranquila y relajante, regodearse en los silencios y los tiempos muertos, concluir con la derrota de la protagonista. Caída última que se resume en la destrucción de su cuerpo, pero al mismo también es victoria final, ya que sólo así, liberada por fin de las limitaciones de su cuerpo, podrá alcanzar la libertad que tanto ansía.

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