sábado, 8 de abril de 2017

La cápsula del tiempo

La duquesa de Alba, Francisco de Goya
La primera vez que oí hablar de la Hispanic Society de Nueva York fue hace ya veinticino años, en ocasión de la exposición Goya: La década de los caprichos, en la Real Academia de Bellas Artes madrileña. Además, obviamente, de la serie entera de los grabados de Los caprichos, esa muestra contaba con casi todos los retratos pintados por Goya en la década de 1790. Entre ellos, la obra con la que abro esta entrada, el magnífico retrato que pintó de la Duquesa de Alba, a cuya calidad evidente se une un doble misterio: el de la relación entre pintor y noble, aumentado con el sentido de la inscripción "Solo Goya" que la duquesa señala.

Nunca hasta entonces había visto este retrato. No figuraba entre los muchos del Prado, ni era una obra que soliese formar parte de exposiciones itinerantes, así que no es extraño que me enamorase fulminantemente de él. No debería sorprenderles tampoco, por tanto, que para mí el mayor atractivo de la muestra Tesoros de la Hispanic Society of America, que acaba de abrirse en el Museo del Prado, fuera precisamente este cuadro. Ni que les diga que ayer, cuando volví a encontrarme con él, me pasase un buen rato recorriéndolo con la vista, buscando grabar en mi memoria cada uno de sus detalles. Cada uno de los aciertos que lo convierten en una obra magna de uno de los genios de la pintura universal. Así, sin exagerar.

Sólo por esta pintura merece la pena ir a ver esa muestra. Afortunadamente, hay mucho más que ver, aunque la impresión final quizás no sea la que los organizadores pretendiesen.

La Hispanic Society fue la chifladura de un millonario americano del principios del siglo XX. Archer Milton Huntington era un enamorado de la cultura española hasta la obsesión, de manera que durante toda su vida se dedicó a comprar todos los objetos de nuestro país que pudiera, además de trabar amistad con los pintores españoles más famosos de esa época. El resultado fue la fundación de esta Hispanic Society para fomentar el estudio y la difusión de la Hispanidad en los EEUU, uno de cuyos frutos fue precisamente un museo donde se exhibiesen las amplias colecciones reunidas por Huntington.

La sede se construyó en lo que entonces eran las afueras de Nueva York, en una zona residencial de alto nivel que con el tiempo, y su cercanía a Harlem, ha pasado a ser una barriada sin importancia, alejada de los centros urbanos de la metropolí, y en clara decadencia. La Hispanic Society, a pesar de su importancia, se ha convertido así, a su pesar, en un museo de segunda fila, apenas visitado y con problemas presupuestarios para mostrar y conservar sus colecciones. Una reliquia de otro tiempo, de cuando los millonarios rivalizaban en promover la cultura, aunque fuera a costa de saquear los tesoros de las tierras europeas.

Esta condición de reliquia, de colección histórica elaborada con parámetros que no son los actuales, es precisamente el mayor defecto de la colección. Otras colecciones históricas, como el mismo Museo del Prado, han conseguido evitar esa fosilización por el carácter sedimentario de sus colecciones, resultado de la acumulación de fondos de muy distintos orígenes, de manera que los gustos particulares de los diferentes coleccionistas se han cancelado entre sí. Sin contar que, periódicamente, estos contenidos han sido barajados, revueltos y reinterpretados, para adaptarlos así a los gustos cambiantes de cada generación.

Un defecto que paradójicamente, también constituye un inmenso atractivo. La colección de la Hispanic Society se cerró con Huntington, quien prácticamente supervisó cada una de sus adquisiciciones. Toda ella, por tanto, está teñida de un gusto muy personal, el de un millonario que se consideraba culto durante la transición entre el siglo XIX y el XX. La exposición constituye así una auténtica cápsula temporal, que nos permite retrotaernos a ese tiempo y descubrir qué se suponía en ese tiempo como valioso y bello, digno de ser conservado para la posteridad. 

No es extraño, por tanto, que entre las obras bibliográficas abunden las ejecutorias de nobleza o que las artes decorativas, especialmente la orfebrería, tengan una importancia preeminente. Todo aquello, en general, que pudiese servir para dar prestancia y relumbrón a la casa donde se expusiesen, más allá de su importancia intrínseca. Más aún, este gusto de "epoca" se deja ver sin tapujos en la pintura "contemporánea". No esperen obra alguna de la vanguardia, que evidentemente no interesaba a Hungtington. Su preferencias no pasaban del impresionismo domesticado de Sorolla, del pintoresquismo de Zuloaga o el modernismo catalán.

Un modo de entender la pintura que, nos guste o no, quedó al margen de las grandes revoluciones del arte del siglo XX. Que a pesar de la calidad de muchas de sus obras y de la importancia de sus autores. no puede evitar un aire de provinciano, de vetusto y rancio, como la misma España atrasada de aquel tiempo, aún un lugar exótico donde ir a correr aventuras sin temer peligro alguno.

La pintura, por tanto, que un burgués acomodado  amaría.

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