Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de An old Box (Una caja vieja), realizado en 1976 por el animador holandés Paul Driessen.
Driessen es una de las pocas personalidades del mundo de la animación que merece el nombre de maestro contemporáneo. No sólo se las ha arreglado para construir una obra que abarca más de cuarenta años, de la década de 1970 hasta hoy, sino que además lo ha hecho siendo fiel a un estilo reconocible y personal. Este modo original de Driessen bebe además de dos fuentes que han constituido una constante a lo largo de toda la historia de esta forma. Por un lado, la posibilidad de hacer visible metamorfosis sin término ni limitaciones. Por otro lado, la capacidad de jugar con lo que se ve y lo que no se ve, con lo que se presenta y lo que no se presenta, de forma que la imagen puede reconstruir el campo auditivo del protagonista, no sólo el visual, además de ilustrar de manera simultánea las muchas variaciones, puntos de vista y vericuetos de una historia.
Esto eso último nos lleva a otro de los rasgos característicos de Driessen: su meditación sobre la realidad. Cada corto de este autor propone un complejo juego de apariencias, donde llega a difuminarse la frontera entre lo imaginado por sus protagonistas y lo realmente experimentado. Esta imposibilidad de saber qué es real, qué es fantasía, se ve subrayado por el carácter caleidoscópico de sus historias, preocupadas por determinar cuando sus trayectorias podrían haber divergido y desembocado en otro resultado distinto. Conclusiones siempre pesimistas, por cierto, porque para Driessen no existen los finales felices, sino que el azar y nuestra propia naturaleza terminan por arruinar indefectiblemente todo lo que decimos ansiar, amar y proteger.
An old Box no es una excepción. Se trata de un cuento de Navidad, pero más en la línea de La pequeña vendedora de fósforos de Andersen y mucho más fiel a ese cuento que la cursi adaptación disneyana que les comenté hace unas cuantas semanas. Aquí, como en la historia de Andersen, hay una persona que vive en la más absoluta pobreza y que intenta conseguir unas monedas de cualquier manera. En esta ocasión, un viejo que fabrica una especie de caja mágica, capaz de felicitar las fiestas, con otra encontrada en la basura. Al igual que en el cuento original, no hay final feliz, o más bien este nos es hurtado, puesto que el anciano se ve incapaz de obtener ningún beneficio de su invención y acaba perdido en un mundo de fantasías y alucinaciones, donde se mezclan los recuerdos de otras navidades más gozosas. Vemos así, ilustrado en imágenes fugitivas, el mito de la Navidad, las razones de una alegría universal que no debería limitarse a unos días determinados, donde ser misericordioso y compasivo por necesidad e imperativo.
Dado este repentino arranque, en colores y dinámico, en clara discordancia con una sección inicial lenta y monocroma, el desenlace trágico que sobreviene es aún más doloroso y devastador. Especialmente porque se muestra sin ningún dramatismo ni sensiblería, sino como algo que debería ocurrir necesariamente, dada la pobreza y soledad del protagonista, cuya muerte no es percibida por nadie, mucho menos llorada.
No les entretengo más, como siempre, aquí les dejo el corto para que lo disfruten. Obra notable de un gran maestro de la animación contemporánea. Y si les gusta, piensen que este corto no está entre sus mejores producciones, las hay mucho mejores, más sentidas y arriesgadas. Búsquenlas.
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