El almuerzo de los remeros, Auguste Renoir |
En el Caixaforum madrileño se puede visitar en estos meses una amplia selección de los fondos de la Colección Phillips de Washington DC. No es la primera vez que esa institución americana nos visita. Ya lo hizo en los años 90, entonces en las salas del MNCARS y con un invitado excepcional: El almuerzo de los Remeros, arriba ilustrado, de Augusto Renoir.
Obviamente, era mucho pedir que en esta ocasión volvieran a prestar ese cuadro excepcional, así que a pesar de las ganas que tenía de volver a verlo no me queda otra que resignarme. Sin embargo, dado que no compré el catálogo de la otra exposición aunque varias veces estuve a punto de hacerlo, no puedo juzgar si el resto de lo que trajeron era mejor o más representativo que lo que se puede ver ahora. Si les diré que no guardo un recuerdo claro, ni para bien ni para mal, de la primera muestra. Quizás porque en aquel entonces yo me guiaba por los nombres más famosos, sin haber descubierto aún la importancia de las carreteras secundarias en el arte... ni contar con el criterio o la experiencia para explorarlas.
Lo que queda bien a las claras es que esta colección, como la de gran parte de los museos de los EEUU, pertenece a un marco histórico muy preciso: el del auge económico de ese país en su camino hacia la hegemonía económica. Las riquezas acumuladas en manos privadas a finales del siglo XIX principios del XX condujeron a que una buena parte del patrimonio artístico europeo migrase hacia el otro lado del Atlántico. No sólo el que podríamos llamar clásico y que estaba consagrado por la academia de aquel tiempo como digno de admirar y de continuar, sino también el de las vanguardias más avanzadas y tumultuosas, cuya adquisición permitía a los magnates en ascenso distinguirse de los demás también en su gusto artístico.
El resultado fue que si un aficionado quiere conocer el arte europeo sin recurrir a reproducciones, siempre engañosas por muy perfectas que se pretenda, tiene que viajar no sólo a Roma, Florencia, París, Londres o Berlín, sino también a Nueva York, Washington, Filadelfia o Los Ángeles. Lugares donde se puede disfrutar de colecciones enciclopédicas de arte europeo que constrastan radicalmente con las de otros países, como España, congeladas en el arte anterior a la modernidad del XIX debido a la decadencia económica y política de sus estados.
Gustave Courbet, Rocas en Mouthier |
En el caso de la Phillips es llamativo ese carácter enciclopédico que lleva a tener un cuadro de cada nombre importante, e incluso de artistas de segunda y tercera fila, para poder construir el cuadro completo del clima artístico de una época. Se parecería así a otras colecciones privadas como la Calouste Gulbenkian lisboeta o la Thyssen madrileña, aunque me atrevería a decir, en este último caso, que con mucho mejor gusto y tino en la sección moderna. Aunque en ella falte una presencia mayor del surrealismo, tan bien surtido en la Thyssen.
Tino entendido como presumir de una obra maestra de casi todos los grandes y además no de los típicos como Picasso o Matisse, sino de otros imprescindibles menos recordados como Courbet - en sus paisajes puros -, Daumier - en su satira social, Juan Gris - su otra vía tan original hacia el Cubismo -, Raould Dufy - en su descubrimiento tardío del color -, O'Keefe - en sus maravillosas flores/sexo - o Soutine - en esa descomposición de la carne en color que tanto recuerda al estilo posterior de Lucian Freud.
Y muchos, muchos otros. Una variedad - y una unidad en esa variedad - que hacen este tipo de exposiciones el modelo perfecto para convertir a los legos al arte moderno. Especialmente a los niños y a los jóvenes con curiosidad.
Justo como me ocurrió a mí, en los ochenta, cuando trajeron una selección de la Thyssen a la biblioteca nacional.
El faisán, Chaim Soutine |
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