Among the fascinating "discoveries" by scholars in modern times has been the realisation of just how diverse these Christians groups were from one another, just how "right" each one felt it was, just how avidly it promoted its own views over against those of the other. Yet only one group won these early battles. Even this one group, however was no monolith, for there were enormous untracked territories and gigantic swath of doctrinal penumbrae within the broad contours of theological consensus it managed to create, shady areas where issues remained unresolved until later rounds of trial and error, dogmatism and heresy hunting, led to yet further debate and partial resolution. We will not be plumbing the depths of those later debates from the fourth century and later. Their nuance are difficult for many modern readers to appreciate or even fathom. Instead, we will focus our attention on the earlier centuries, when some of the most fundamental issues of early Christianity doctrine were debated: How many Gods are there? Was the material world created by the true God? Was Jesus humane, divine or both? These issues, at least were resolved, leading to the creeds still recited today and the standardised New Testaments now read by millions of people throughout the world.
Bart D. Ehrman, Lost Christianities
Desde mi juventud he estado preocupado por los temas religiosos, en especial por el cristianismo. Esta obsesión me viene de mi educación en un colegio religioso, que promovió en mí un continuo meditar sobre los problemas de la fe y la existencia de Dios, resuelto en mi madurez por mi transición a un ateísmo que me parece tan natural - y tranquilizador - como para otros la creencia en seres sobrenaturales.
Así, aunque el contenido doctrinal cristiano me aparezca ahora completamente vacío de contenido - cuando no en ocasiones, sencillamente repelente - ciertos automatismos de la niñez me hacen volver al estudio y conocimiento de esa religión, especialmente en sus siglos formativos. Ese reflejo inconsciente es el que se esconde detrás de mi reciente lectura en paralelo de dos libros dedicados a ese cristianismo embrionario, escritos por dos expertos en los documentos de la primera cristandad: El Lost Christianities de Bart D. Ehrman, y el Christian Beginnins de Geza Vermer.
Ya he hablado otras veces de Ehrman, un estudioso del cristianismo cuyo mayor defecto es su incapacidad - o quizás interés - para producir un libro que resuma su pensamiento, sin obligar al lector a espigar su obra completa para formarse una visión coherente de los primeros siglos de esa religión. El efecto final, aparte del gasto monetario, es de un cierto cansancio en el lector, quien se encuentra con los mismos párrafos, con las mismas palabras, una y otra vez, lo que puede llevarle a descuidar la información que nos suministra este erudito.
El problema que Ehrman en sus investigaciones intenta poner de manifiesto es una distorsión óptica en nuestra mirada, creada simplemente porque todo occidental, hasta ayer mismo, ha sido educado en una u otra variante del cristianismo, es decir, que ha sido expuesto a una narración de la historia de esa religión en la que los dogmas teológicas se suponen existentes desde el tiempo de su fundador. Esto implica que cualquier reforma religiosa es simplemente una restauración de la ortodoxia - o se quiere hacer pasar por ella - mientras que esa misma ortodoxia se confunde y asimila con la opinión triunfante en el devenir histórico, cuyo éxito es precisamente la garantía de su verdad.
Lo que Ehrman muestra es que la cristiandad - por ejemplo, tal y como fue instituida en el credo de Nicea - fue el producto de una larga evolución cuyo resultado no estaba previsto de antemano por los apóstoles que la propagaron o los padres de la Iglesia que lo formularon, y que por supuesto no entraba dentro de los planes de esa figura difusa e inasible que llamamos Jesús. La historia del cristianismo primitivo y de la Iglesia que surgió de él, es por tanto una historia de conflicto y competición entre diferentes variantes de esa religión embrionaria, plasmadas en muy diversas visiones acerca de la figura de su fundador, la relación de éste con la divinidad superior a la que anunciaba, y los vínculos que debían mantenerse con el judaísmo del que provenía.
Esas otras cristiandades han sido normalmente etiquetadas como herejías, pero como bien señala Ehrman, esta denominación fue creada por los vencedores del conflicto, los creadores de la ortodoxía cristiana, interesados en denigrar a sus enemigos y que bien se ocuparon de hacer desaparecer esos otros escritos y manifestaciones. La suerte, para nosotros, es que la arqueología y la investigación bibliográfica nos han permitido volver a escuchar esas voces acalladas, de manera que esas herejías pueden ahora estudiarse en sus propios términos y no en las formulaciones de sus enemigos mortales.
¿Cuáles eran estas herejías o mejor dicho, cristianismos alternativos? Lo primero que hay que decir es que abarcan todo el espectro de posibilidades, incluso contradicciones, lo que hace pensar en lo tenue y difuso que era el mensaje de ese Jesús, el supuesto fundador de esa religión. Había corrientes como los Ebonitas, que consideraban que sólo se podía ser cristiano si se respetaba la ley mosaica, a quienes cuyo monoteísmo les llevaba a considerar a Jesús como un humano - con hermanos y sin nacimiento virginal - que había sido adoptado por Dios debido a su virtud. En el lado opuesto estaban los Marcionitas, para los cuales el judaísmo era creación de otro dios distinto del anunciado por Jesús, quien era de naturaleza enteramente divina. Entre medias - o en otro plano - se hallaban los Gnósticos, para los cuales el dios único se había desarrollado en una serie de potencias - los eones que formaban el pleroma divino - siendo este mundo el producto de un error de uno de los eones inferiores, Pistis Sofia, en el cual habían quedado atrapados fragmentos de la divinidad, nuestras almas. El mensaje de Jesús, por tanto, se reducía a una llamada a abandonar este mundo de apariencias y ascender hacia las auténticas esferas divinas.
No obstante el concepto de cristianismo alternativo o excéntricos es también una idea equivocada. La supuesta ortodoxía se caracterizaba por violentos conflictos entre sus propios defensores, que aún es posible rastrear y reconocer en las fuentes, aunque hayan sido difuminados con posterioridad. Conflictos especialmente acerbos puesto que no admitían una solución fácil ni tajante, ya que no había un canón fijado del nuevo testamento o bien muchos de sus libros aún no se habían escrito en el momento de esas controversias..
Para esbozar estos conflictos internos, basta con recordar el abismo que separaba a Pablo y a Pedro, representantes de las corrientes gentiles y hierosolimitanas del cristianismo, o en palabras más comprensibles, a los antiguos discipulos de Jesús de aquellos que no habían conocido al maestro. O por poner otro ejemplo, como varios de los grandes pensadores de la ortodoxia acabaron pasándose al bando de los herejes - Tertuliano y el Montanismo - o fueron declarados como tales tras su muerte - Orígenes y su teoría del perdón universal, incluido el demonio, llegado el juicio final.
Teniendo todo esto cuenta, el libro de Vermes me ha resultado una gran decepción. Él es - fue - uno de los grandes estudiosos del Judaísmo y del Cristianismo de los siglos anteriores y posteriores a nuestra era, con especial énfasis en los manuscritos del Mar Muerto. Con esos antecedentes, no acabó de comprender como Vermes ha escrito un libro como Christian Beginnings, donde el análisis de la evolución del cristianismo, de Jesús al concilio de Nicea, se realiza desde la línea de la ortodoxia, basándose exclusivamente en las escrituras canónicas (o semi-canónicas), sin preguntarse por su carencias o fallos, ni por las influencias provenientes de esos otros cristianismos o de las respuestas frente a ellos.
Extraño, porque la imagen final que se saca del libro, a pesar de su enfoque restrictivo, es la de un cristianismo que tres siglos tras la muerte de su fundador, poco tenía que ver con el mensaje que Jesús predicara. De hecho, el cristianismo del siglo III - y el del siglos anteriores - sólo tiene una obsesión: determinar la naturaleza de Cristo y su relación con el padre, tema fuera del que no existía preocupación alguna.
Mucho menos la justicia, el amor, o la fraternidad entre los seres humanos.
The status of Christ was also changing. from a seemingly unsuccessful prophetic Messiah he was metamorphosed into a triumphant heavenly Son of Good, whose day of glory was expected to dawn in the very near future. Paul's Christ truly became the lord of the universe, standing somewhat below the Father. However, the final New Testament stage of doctrinal advancement was still to be reached in the Johannine Christology.
Geza Vermes, Christian Beginnings.
Bart D. Ehrman, Lost Christianities
Desde mi juventud he estado preocupado por los temas religiosos, en especial por el cristianismo. Esta obsesión me viene de mi educación en un colegio religioso, que promovió en mí un continuo meditar sobre los problemas de la fe y la existencia de Dios, resuelto en mi madurez por mi transición a un ateísmo que me parece tan natural - y tranquilizador - como para otros la creencia en seres sobrenaturales.
Así, aunque el contenido doctrinal cristiano me aparezca ahora completamente vacío de contenido - cuando no en ocasiones, sencillamente repelente - ciertos automatismos de la niñez me hacen volver al estudio y conocimiento de esa religión, especialmente en sus siglos formativos. Ese reflejo inconsciente es el que se esconde detrás de mi reciente lectura en paralelo de dos libros dedicados a ese cristianismo embrionario, escritos por dos expertos en los documentos de la primera cristandad: El Lost Christianities de Bart D. Ehrman, y el Christian Beginnins de Geza Vermer.
Ya he hablado otras veces de Ehrman, un estudioso del cristianismo cuyo mayor defecto es su incapacidad - o quizás interés - para producir un libro que resuma su pensamiento, sin obligar al lector a espigar su obra completa para formarse una visión coherente de los primeros siglos de esa religión. El efecto final, aparte del gasto monetario, es de un cierto cansancio en el lector, quien se encuentra con los mismos párrafos, con las mismas palabras, una y otra vez, lo que puede llevarle a descuidar la información que nos suministra este erudito.
El problema que Ehrman en sus investigaciones intenta poner de manifiesto es una distorsión óptica en nuestra mirada, creada simplemente porque todo occidental, hasta ayer mismo, ha sido educado en una u otra variante del cristianismo, es decir, que ha sido expuesto a una narración de la historia de esa religión en la que los dogmas teológicas se suponen existentes desde el tiempo de su fundador. Esto implica que cualquier reforma religiosa es simplemente una restauración de la ortodoxia - o se quiere hacer pasar por ella - mientras que esa misma ortodoxia se confunde y asimila con la opinión triunfante en el devenir histórico, cuyo éxito es precisamente la garantía de su verdad.
Lo que Ehrman muestra es que la cristiandad - por ejemplo, tal y como fue instituida en el credo de Nicea - fue el producto de una larga evolución cuyo resultado no estaba previsto de antemano por los apóstoles que la propagaron o los padres de la Iglesia que lo formularon, y que por supuesto no entraba dentro de los planes de esa figura difusa e inasible que llamamos Jesús. La historia del cristianismo primitivo y de la Iglesia que surgió de él, es por tanto una historia de conflicto y competición entre diferentes variantes de esa religión embrionaria, plasmadas en muy diversas visiones acerca de la figura de su fundador, la relación de éste con la divinidad superior a la que anunciaba, y los vínculos que debían mantenerse con el judaísmo del que provenía.
Esas otras cristiandades han sido normalmente etiquetadas como herejías, pero como bien señala Ehrman, esta denominación fue creada por los vencedores del conflicto, los creadores de la ortodoxía cristiana, interesados en denigrar a sus enemigos y que bien se ocuparon de hacer desaparecer esos otros escritos y manifestaciones. La suerte, para nosotros, es que la arqueología y la investigación bibliográfica nos han permitido volver a escuchar esas voces acalladas, de manera que esas herejías pueden ahora estudiarse en sus propios términos y no en las formulaciones de sus enemigos mortales.
¿Cuáles eran estas herejías o mejor dicho, cristianismos alternativos? Lo primero que hay que decir es que abarcan todo el espectro de posibilidades, incluso contradicciones, lo que hace pensar en lo tenue y difuso que era el mensaje de ese Jesús, el supuesto fundador de esa religión. Había corrientes como los Ebonitas, que consideraban que sólo se podía ser cristiano si se respetaba la ley mosaica, a quienes cuyo monoteísmo les llevaba a considerar a Jesús como un humano - con hermanos y sin nacimiento virginal - que había sido adoptado por Dios debido a su virtud. En el lado opuesto estaban los Marcionitas, para los cuales el judaísmo era creación de otro dios distinto del anunciado por Jesús, quien era de naturaleza enteramente divina. Entre medias - o en otro plano - se hallaban los Gnósticos, para los cuales el dios único se había desarrollado en una serie de potencias - los eones que formaban el pleroma divino - siendo este mundo el producto de un error de uno de los eones inferiores, Pistis Sofia, en el cual habían quedado atrapados fragmentos de la divinidad, nuestras almas. El mensaje de Jesús, por tanto, se reducía a una llamada a abandonar este mundo de apariencias y ascender hacia las auténticas esferas divinas.
No obstante el concepto de cristianismo alternativo o excéntricos es también una idea equivocada. La supuesta ortodoxía se caracterizaba por violentos conflictos entre sus propios defensores, que aún es posible rastrear y reconocer en las fuentes, aunque hayan sido difuminados con posterioridad. Conflictos especialmente acerbos puesto que no admitían una solución fácil ni tajante, ya que no había un canón fijado del nuevo testamento o bien muchos de sus libros aún no se habían escrito en el momento de esas controversias..
Para esbozar estos conflictos internos, basta con recordar el abismo que separaba a Pablo y a Pedro, representantes de las corrientes gentiles y hierosolimitanas del cristianismo, o en palabras más comprensibles, a los antiguos discipulos de Jesús de aquellos que no habían conocido al maestro. O por poner otro ejemplo, como varios de los grandes pensadores de la ortodoxia acabaron pasándose al bando de los herejes - Tertuliano y el Montanismo - o fueron declarados como tales tras su muerte - Orígenes y su teoría del perdón universal, incluido el demonio, llegado el juicio final.
Teniendo todo esto cuenta, el libro de Vermes me ha resultado una gran decepción. Él es - fue - uno de los grandes estudiosos del Judaísmo y del Cristianismo de los siglos anteriores y posteriores a nuestra era, con especial énfasis en los manuscritos del Mar Muerto. Con esos antecedentes, no acabó de comprender como Vermes ha escrito un libro como Christian Beginnings, donde el análisis de la evolución del cristianismo, de Jesús al concilio de Nicea, se realiza desde la línea de la ortodoxia, basándose exclusivamente en las escrituras canónicas (o semi-canónicas), sin preguntarse por su carencias o fallos, ni por las influencias provenientes de esos otros cristianismos o de las respuestas frente a ellos.
Extraño, porque la imagen final que se saca del libro, a pesar de su enfoque restrictivo, es la de un cristianismo que tres siglos tras la muerte de su fundador, poco tenía que ver con el mensaje que Jesús predicara. De hecho, el cristianismo del siglo III - y el del siglos anteriores - sólo tiene una obsesión: determinar la naturaleza de Cristo y su relación con el padre, tema fuera del que no existía preocupación alguna.
Mucho menos la justicia, el amor, o la fraternidad entre los seres humanos.
The status of Christ was also changing. from a seemingly unsuccessful prophetic Messiah he was metamorphosed into a triumphant heavenly Son of Good, whose day of glory was expected to dawn in the very near future. Paul's Christ truly became the lord of the universe, standing somewhat below the Father. However, the final New Testament stage of doctrinal advancement was still to be reached in the Johannine Christology.
Geza Vermes, Christian Beginnings.
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