martes, 3 de abril de 2012

Those who fight monsters...

Así me sucedió a mí, como un etnólogo sabelotodo que durante años ha estudiado el canibalismo y para desafiar la necedad de los blancos va diciendo que la carne humana tiene un sabor muy delicado. Irresponsable, porque sabe que  nunca tendrá ocasión de probarla. Hasta que alguien, ansiando la verdad, decide probar la suya. Y mientras el otro le devora, trozo a trozo, ya no sabrá quién tiene razón, y casi desea que el rito sea bueno, para que al menos su muerte tenga algún sentido. Así la otra noche yo tenía que creer que el Plan era verdad, porque, si no, durante aquellos dos últimos años, sólo habría sido el arquitecto omnipotente de una maligna pesadilla. Mejor que la pesadilla fuera verdad, si algo es verdad, es verdad, y uno no tiene nada que ver con aquella.

Umberto Eco, El péndulo de Foucault.

Dice la leyenda que cuando se publico, The Da Vinci Code, de Dan Brown, le preguntaron a Umberto Eco qué opinaba de la novela, a lo cual respondió que Brown era uno de los personajes que el había retratado en El péndulo de Foucault. La réplica del escritor italiano tiene más enjundia de lo que parece, ya que El péndulo de Foucault es una refutación filosófica y literaria de la obra de Brown, al estilo de lo que el Quijote representa para la novela de caballería, sólo que escrita varias décadas antes de que Brown ni siguiera existiese (y si el mundo fuera justo y racional, nunca debería haber existido).

Desde el punto de vista literario, Dan Brown es un escritor más del montón. Alguien que tiene un modo estilístico y se limita a repetirlo una y otra vez, sin ambicionar a perfeccionar su arte ni ha evolucionar en su práctica. Una manera de abordar el oficio de escritor que es muy apropiado para el mundo actual basado en la copia y la franquicia, y que seguramente le servirá para sobrevivir un buen número de años entre el aplauso de su público, pero esto, como pueden suponerse no es ser un escritor, sino un oficinista, o peor, el operario de una cadena de montaje.

No es que Eco, sea un escritor excelso. De hecho, tiene graves problemas a la hora de crear personajes que no sean otra cosa que un símbolo o una cifra, pero es capaz de escribir en multitud de registros, los que se suponen que utilizarían sus personajes en cada situación, así como transitar con facilidad envidiable de la comedia al drama, de la sátira social al análisis filosófico. De esta manera, muy al contrario que Brown y sus códigos, ambientados en un mundo de fábula inexistentes, los personajes de Eco habitan en mundo con unas coordenadas políticas y sociales muy precisas, que les determinan a ellos y la resolución de la trama.

Se trata, descrita en una vibrante y melancólica reconstrucción, de la Italia heredera de la lucha entre el fascismo y la resistencia, partida en dos en la década de los 70 por la deriva de las revueltas del 68 hacía el terrorismo cuyos objetivos se han tornado absurdos... y que en extraño salto mortal se revela hermano de los creyentes en la masiva y milenaria conspiración inventada por los protagonistas en un juego erudito, y que constituye el centro de la trama de la novela.

Es precisamente la descripción detalladísima de esa conspiración que sólo existe en la mente de sus fabuladores lo que recuerdan todos los lectores de El péndulo de Foucault. Como ya había demostrado El nombre de la rosa, el conocimiento de Eco es enciclopédico, lo cual le permite describir el pasado como si lo estuviésemos viendo con nuestros propios ojos (increible la descripción de la batalla de Mansura durante la cruzada de Luis IX, rey de Francia, en Egipto), pero sobre todo, encontrar relaciones insospechadas entre los hechos y sucesos más distantes, que una vez conectados nos aparecen como lógicas y racionales, dotadas de una solidez a prueba de cualquier crítica...y que dejan a Brown como un aficionado que ha vertido en su libro una serie de lecturas apresuradas a medio digerir.

Ese es precisamente otro factor que distingue a Eco de Brown, y que permite adjudicar a uno el noble título de intelectual, mientras que el otro no pasa de ser un olvidable escritor de pulp functions, es que el inmenso conocimiento histórico de Eco le hace ser esceptico y desengañado, como todo aquel que ha  visto perecer demasiadas fes y certezas, y que al releer la historia no encuentra orden y finalidad, sino caos y agonía, dejando expuesta a la luz, el error fundamental de todos los creyentes (y los que hacen dinero con su ingenuidad) en conspiraciones que implican instituciones mundiales, implicando a millones de personas y con una duración de siglos, a pesar de todas las revoluciones, las guerras y las catástrofes que vienen a abatir lo que el orgullo de los hombres cree eterno, cuando es tan efímero como las flores.

Porque lo que le ocurre a los protagonistas de El Péndulo de Foucault, aunque llevado al paroxismos, es lo mismo que le ocurrió a los intelectuales de Tubinga que en el siglo XVII se inventaron como broma la existencia de los Rosacruces. De repente, muchos tomaron su ficción como la auténtica verdad, y el redactor de los manifiestos rosacrucianos, Johann Valentin Andrae, deba pasar su vida proclamando que los escritos no son otra cosa que una inmensa broma... sin que nadie quiera aceptar su palabra y piensen que quiere echar tierra sobre la sociedad de los Rosacruces, cuya actividad debe permanecer siempre en la sombra, sin ser conocida por la humanidad.

Y es que, el gran problema de los creyentes es que su hambre de verdad es tan grande, que llegarán a aceptar y defender con sus vida la mentira, siempre que esa mentira responda a sus convicciones más profundas.

2 comentarios:

Nonsei dijo...

No tengo muchas conversaciones sobre literatura, pero esta sí que la he tenido alguna vez. Cuando alguien me ha hablado de El código Da Vinci yo he respondido recomendando El péndulo de Foucault.
La próxima ocasión añadiré la comparación con el Quijote y las novelas de caballería.

David Flórez dijo...

Es que, con perdón, manda huevos la obsesión con El código da Vinci, cuando es un desastre desde el punto de vista histórico y literario, básicamente una pulp fiction que ni siquiera tiene el tono kitsh que permitiría disfrutarla, puesto que se toma tan en serio que se cree a sí misma.