domingo, 29 de abril de 2012

100 AS (LXXXIX): Le Pas (1975) Piotr Kamler














Como todas las semanas, llega el momento de comentar un nuevo corto animado de la lista de 100 mejores recopilada por el festival de Annecy. En esta ocasión, le llega el turno a Le Pas, realizado en 1975 por Piotr Kamler.

Ya he comentado en otras ocasiones las alturas que alcanzó  la animación de los países del bloque comunista en el periodo que va de 1960 a 1990, logro que no está exento de cierta esquizofrenia, ya que esa libertad creativa, ese estar siempre a la vanguardia de la vanguardia, tuvo lugar en regímenes totalitarios, que por razones propagandísticas quisieron mostrarse abiertos y creativos. Los artistas de los países del este, por su creatividad esencialmente contrarios a las dictaduras en las que vivían, se veían obligados a caminar por un fino alambre. Por un lado, sus gobiernos le ofrecían el medio para continuar sus carreras, por otro lado, el menor descuido, la menor muestra de oposición y disidencia, acabaría con sus carreras.

Dicen que la necesidad es la madre del ingenio y así ocurrió con los artistas de aquellos países y de aquella época. No sólo se la ingeniaron para situarse a la cabeza de la vanguardia, sirviendo de modelo a sus colegas de la mucho más libre y tolerante europa occidental, sino que se las arreglaron para convertir sus cortos en elaboradísimas parábolas políticas, lo suficientemente ambiguas como para que los censores comunistas creyeran que iban dirigidos contra el otro bloque, pero lo suficientemente trasparentes para que cualquier espectador con un mínimo de inteligencia pudiera darse cuenta de que eran aplicables a cualquier gobierno represor y dictatorial.

Piotr Kamler fue uno de sus artistas, que halló refugio en un terreno intermedio entre la abstracción y el surrealismo, en el cual fue depurando su arte hasta alcanzar logros que sólo han podido ser repetidos mucho más tarde, a partir del 2000, con la llegada del ordenador. Le Pas es uno de sus cortos más enigmáticos y al mismo tiempo más meridianos, en claro ejemplo de esa ambigüedad tan propia de los países del este. En sí, podría considerarse como una obra completamente abstracta, donde unas hojas se desprenden paulatinamente de un cubo en medio de la nada, para construir otro cubo exactamente igual un poco más allá.

Para comprender el reto técnico de este corto hay que reparar en que fue creado antes de la llegada del ordenado, lo que implica que cada una de las formas geométricas que lo pueblan, esas hojas viajeras que se agitan como si fueran seres vivos, tuvieron que ser creados uno tras otro, y luego recompuestas manualmente hasta crear la ilusión del movimiento. Un inmenso reto técnico, por supuesto, al alcance de muy pocos artistas, incluso hoy cuando creemos que el ordenador permite y consigue todo. Un dificilísimo experimento, asímismo, pero uno que no está vacío de significado y de trascendencia.

Ante estos cortos, el espectador se veía siempre obligado a buscar un significado. Siempre tenía que haber uno, especialmente proviniendo de donde provenían. En este caso, la clave es tan sencilla que uno no puede dejar de preguntarse dónde tenían los ojos y el cerebro los censores, porque lo que estamos viendo es como en una estructura monolítica e inmovilista, la inquietud de unos pocos acaba por producir una revolución que destruirá irremediablemente ese orden que parecía eterno. Un grito de libertad que queda empañado, porque aparte de los precursores, el resto de habitantes se limitará a seguir como borregos a los líderes, hasta que la revolución cristalice en el mismo orden que aborrecía.

Un destino al que sólo escaparán los que caígan por el camino, porque incluso aquellos que se pierdan en los enrevesados juegos del amor, serán capturados y asimilados por ese nuevo orden que se pretendía liberador y revolucionario.

Como siempre les dejo con el corto. Que lo disfruten y si encuentran otra interpretación, sepan que seguramente será tan válida como la mía.


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