Como todos los domingos, toca revisar uno de los cortos de la lista de cien mejores recopilada por el festival de Annecy en 2006. En este caso le ha llegado el turno a Strojenie Instrumentow (Afinando los instrumentos) realizado en 2000 por Jerci Kucia.
No es un corto sencillo ni fácil de interpretar. Ya he señalado como la animación de los países del este, después de su despertar finales de los 50, eligió la vía del formalismo y el simbolismo para escapar a los grilletes del totalitarismo soviético. Aunque este corto pertenece claramente a la época postcomunista, su estilo y acabado son completamente indistinguibles de los de aquel tiempo, entre los cuales no desmerecería en absoluto, constituyendo por tanto una de las últimas cumbres de esa escuela de animación vangüardista que amenaza con desaparecer en este mundo demasiado preocupado por los beneficios a corto plazo.
En términos de técnica, Kucia compone su corto utilizando cut-outs, pintura e imagen real, en un acabado final en que estas técnicas acaban tan intimamente mezcladas que resulta difícil adivinar en que momento se utilizan unas u otras, una sensación similar a la que producen las obras de otro de los magos del cut-out, Jury Norstein, donde la maestría del animador es tanta que el cut-out deja de serlo, abandona todas sus limitaciones y se acerca a los resultados de la animación de dibujos tradicional.
No obstante, más importante que esta fusión de técnica es el hecho de que la animación de Kucia, a pesar de representar objetos materiales y cotidianos, acaba por ser casi abstracta. Para conseguir esta transcisión, Kucia se centrá en un detalle único de la imagen completa, como los hilos de teléfono de las capturas, reduce esta a meros indicios, como el paseo a la lo largo de la ciudad obscura, o simplemente hace surgir de las imágenes animadas otras nuevas de las cuales el espectador desconoce si se limitan simplemente a ser asociaciones libres, evocaciones del director o recuerdos del personaje. De esta manera, el espectador pierde todos los puntos de referencia y no le queda otro remedio que dejarse llevar por la corriente de imágenes, por su belleza intrínseca y dibujada, sin intentar entenderlas.
Es esta realidad abstracta la que nos lleva al problema del significado real del corto. Aparentemente, este parece estar dividido en tres secciones completamente distintas, sin relación alguna. En primer lugar, el despertar de un hombre, que enciende la luz, hace gimnasia, se asee y se viste de frac, acciones cotidianas que sin embargo se nos muestran como ominosas e inquietantes, distorsionando imagen e iluminación, mientras una música disuena en el fondo, casi esa afinación de instrumentos a la que hace referencia el corto. La segunda sección es un largo viaje en motocicleta en la que el personaje principal, se supone, abandona la ciudad en sombras, para adentrarse en los bosques y llegar a los campos de labor. Este viaje esta expresado mediante retazos de imágenes, pequeños flashes que nos iluminan donde estamos (un coche, un tren, multitudes caminando) y que a medida que se avanza se van mezclando con otras imágenes que bien pueden ser recuerdos, bien individuales, bien colectivos. Esta progresión del viaje no sólo se muestra en esos retazos de imagen que nos llevan de la ciudad a los campos, sino que se muestra en una progresiva victoria de la luz y, sobre todo, en un cambio completo de la experiencia musical que se va haciendo cada vez más tonal, más familiar, más acogedora.
¿Un viaje a la infancia, a un pasado dorado? Puede, porque la última sección, la que yo llamo el regreso, parte de una foto del lindero de un bosque que lentamente se va transformando en diferentes imágenes, esta vez sin aparente relación ni justificación, sino es el sentimiento de libertad, de alegría que se apodera del corto en ese momento, como si el personaje, quizás su propia patria, hubieran conseguido encontrar algún tipo de paraíso perdido, muy lejos de la realidad cotidiana presente.
Como siempre les dejo con el corto, así que olvídense de todo lo que les he dicho y déjense arrastrar por las imágenes y sus música, pero sobre todo, traten de sacar su propias conclusiones, ya que lo mejor del arte abstracto es que hay tantas interpretaciones como espectadores y todas están permitidas.
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