Viendo este fin de semana Coonskin (1975) la que puede ser la obra maestra de Ralph Bakshi, no podía evitar pensar en las muchas similitudes que esta película presenta con el Halleluya de King Vidor, rodado 45 años antes. Ambas, realizadas por directores blancos, representan un hito en la (in)visibilidad de los negros estadounidenses, en las que se intentó ir más allá de los estereotipos para presentar los sentimientos y aspiraciones de ese amplio sector de la población estadounidense, oprimido y reprimido hasta tiempos muy recientes y aún incluso hoy. Sin embargo, ambas películas han sufrido un ataque reciente por parte de aquellas mismas personas que intentaban defender, llegando incluso al extremo de que una edición de Coonskin resultaba imposible.
Este extraño cambio en las percepciones, donde obras racistas y discrinatorias, tipo The Birth of a Nation o Gone with the Wind, acaban en el mismo saco que obras que no lo son, como las dos anteriores tiene una explicación que no por menos paradójica no deja de ser racional. En el caso de ¡Halleluya! ambientada en el sur se muestran los trabajos en los campos de la población negra de esa región, una clara continuación del régimen de esclavitud una vez abolida ésta, pero que ahora sólo su representación, en cualquier forma resulta especialmente dolorosa para los miembros de esa comunidad, largo tiempo oprimida. En el caso de Coonskin, Bakshi utiliza los estereotipos racistas con los que la negritud había sido representada en la animación clásica americana, para darles la vuelta y utilizarlos como armas contra el racismo... con tanta efectividad que una mirada apresurada y descuidad, puede confundirlos con las imágenes del odio, sin reparar en la intencionalidad de las mismas.
Como ejemplo puede valer la secuencia que encabeza esta entrada. En el curso de los andanzas de los protagonistas, Rabbit, Bear y Fox por Harlem, luchando contra la mafia, la policía y todo tipo de delicuencia, de repente aparece un personaje que responde al nombre de Miss America y que invariablemente llevará a la muerte a cualquiera de los negros que se atrevan a acercarse con intenciones aviesas. Visto así, podría confundirse con la expresión de los miedos racistas que ven a la mujer de raza blanca en continuo peligro por las asechanzas y apetencias de las razas inferiores, especialmente cuando se repara en como la representación de Miss America es la de la anglosajona rubia de formas perfectas, mientras que sus antagonistas son dibujados con rasgos simiescos, explotando como digo la larga tradición de caricaturas racistas de la animación clásica americana.
Sin embargo, el mensaje político es muy otro. Miss America no es otra cosa que una encarnación à la moderne del régimen republicano americano, que se comporta como la peor de las madrastras frente a sus hijos adoptados arrancados de su África de origen. Así, cada intento de estos por disfrutar de las ventajas y derechos del American Way of Life va a ser respondido con violencia desmedida y arbitraria, como ocurre en la secuencia, donde el baile del minstrel es interrumpido por las llamadas fingidas de ¡Violación! de Miss America, que conducen al ahorcamiento inmediato de su víctima, que no será la única ni la última.
Como pueden imaginarse con este ejemplo, Coonskin es una obra eminentement política, donde la orgía de muerte y destrucción en la que se embarca el trío y destrucción no es otra cosa que la revuelta inevitable ante la opresión y segregación en la que se ven sumidos. Una revolución cuyos enemigos no son solo los obvios, la policía blanca y la mafia que mantienen el Harlem en un doble clima de terror y sumisión, sino contra todos los tuyos que se aprovechan de esa situación y de las aspiraciones de sus gentes, para hacerse ricos a su costa, engañando y timando.
Una obra, Coonskin, por tanto de una tremenda importancia política en su tiempo, e incluso en el nuestro, pero cuya magnitud no se limita a la de ser un panfleto necesario, sino que desde un punto de vista estético es otro de los experimentos artítisticos en los que Bakshi se embarca en la primera parte de su carrera, hasta el fracaso de Lord of the Rings, en este caso utilizando una mezcla audaz de imagen real y animada, pero sobre todo, sin miedo a dinamitar el estilo Disney de animales antropomorfos, para mostrar sin tapujos la sordidez e hipocresia de su tiempo, encarnada como digo en ese remolino de muerte, drogas, sexo y violencia, que envuelve a los tres personajes principales.
Desgraciadamente, al igual que la mayoría de obras de Bakshi, esta película también es una obra fallida a pesar de sus grandes ambiciones, las diferentes secciones están mal cosidas y más de una ocasión divaga sin rumbo fijo, no porque ese sea el objetivo de su creador, sino porque Bakshi, al igual que muchos animadores tiene graves problemas a la hora de moverse del formato corto a del largo, un defecto compartido que creo tiene su origen en la ingente cantidad de trabajo que exige animar una obra de animación y que demasiadas veces obliga a sus cultivadores a dejar de lado las cuestiones constructivas.
No obstante, el mayor fracaso es otro. Sería completamente disculpable que la figura de Bakshi se hubiera limitado a la de precursor y sus obras un borrador de una nueva animación americana, más madura y política, con fecha de nacimiento en los 60. No sucedió así, Bakshi se convirtió en una excepción sin seguidores, y los modelos de la animación americana de los años 30, simbolizadas por el estilo Disney, siguen vivos en la actualidad, convertidos en el único camino posible y deseado.
Grave derrota, peor pérdida, que aún seguimos sufriendo.
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