Aunque los pocos lectores habituales de este blog ya habrán notado como paulatinamente voy comentando menos series/peliculas de anime, cuando antes éste antes parecía un blog de tantos dedicado únicamente a esa escuela de la animación, el caso es que llevaba varias semanas intentando escribir unas líneas sobre Black Rock Shooter, la continuación/version en forma de serie de TV del OVA del mismo nombre aparecido hace ya unos cuantos años.
Esta serie no está recibiendo toda la atención que mereciera e incluso está siendo criticada por dos razones principales: la primera consistente en haberse apartado del clima narrativo del OVA, mucho más melodramático y exasperado en la serie, además haber modificado profundamente las relaciones entre los personajes, mucho más afectados, incluso destruidos, por los giros argumentales. El segundo pero es simplemente cierta inconsistencia narrativa, que lleva a que en el último tercio de la serie se siga sin saber exactamente las motivaciones de los personajes, cual es su papel en la historia que se nos quiere contar, de manera que aparezcan más como elementos que sirven para subrayar y apuntalar la tesis, por así decirlo, de la serie, que para construir un todo coherente y armonioso.
A pesar de esos defectos, especialmente ese desafuero sentimental de algunas escenas o la impresión de que la historia se construye a remiendos, no deja de tener un especial atractivo y resonancia, especialmente para mí, por razones tanto cinematográficas como extracinematográficas. Brevemente, el argumento de la serie se puede sintetizar en la consabida historia de ambiente escolar tan cara a las japoneses, sólo que esta vez, los conflictos y roces sentimentales entre el grupo de jóvenes que forman el reparto (subrayado el ente) tienen su reflejo en un mundo paralelo donde las tensiones se dirimen en auténticos combates, donde versiones híbridas de estas jóvenes, medio humanas, medio maquinas, no dejan de luchar entre sí hasta que una de ellas es destruida.
En medio de tanta serie donde la adolescencia es mostrada como una edad de oro, donde amor y amistad reían, esta serie, a pesar de sus exageraciones no dejar de ser eso que llaman soplo de aire fresco. En cierta manera, no es sino una alegoría de los conflictos y frustraciones de la juventud, de los impulsos irrefrenables que si no se aprende a controlar llevarán a la destrucción personal... sin contar la amargura y la casi desesperación que provoca luego el comprobar todo lo que se ha malogrado hasta que se alcanza ese estado de equilibrio que llamamos madurez, a falta de otro nombre mejor.
Un estado de conflicto, de desequilibrio, de laberintos sin salida aparente, de contradicciones y conflictos sin resolución o negociación posible que queda perfectamente ilustrado en la oposición entre el mundo real, donde se espera de los protagonistas un comportamiento racional, educado y mesurado, frente al mundo paralelo donde todas sus frustraciones, su dolor y desesperación pueden manifestarse en forma de esos combates a muerte, donde la única liberación existente es la muerte, único medio de aplacar el dolor de la existencia y darle término completo y absoluto.
Oposición y paradoja, cisma y contradicción que curiosamente se extienden también a las soluciones estéticas adoptadas por la serie, puesto que si el mundo real se ciñe casi estrictamente a las normas de la animación 2D dictadas por el anime japonés, el mundo paralelo está creado integramente con CGIs y animación 3D, sólo que convenientemente vestida y disfrazada para que parezca 2D y por tanto los personajes sigan siendo perfectamente reconocibles en un mundo y en otro.
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