Como todos los domingos, ha llegado el momento de comentar uno de los cortos de la lista de 100 mejores recopilada por el festival de Annecy hace unos años. En esta ocasión le ha tocado el turno a Apel, realizado en 1970 por el animador polaco Ryszard Czekala.
He señalado ya en otras ocasiones mi admiración por la animación de los países del antiguo bloque del este, de 1956 a 1991, es decir desde el deshielo poststalinista a la caída definitiva del sistema soviético. Las fechas de esta primavera creativa no son arbitrarias, ya que coinciden por un lado con la quiebra del estilo Disney por parte de la UPA y la irrupción del modernismo y la vanguardia en la animación, mientras que por otra parte, el deseo propagandístico de los países del este para mostrar que se hallaban a la cabeza de la humanidad, permitió un cierto clima de libertada creativa, siempre que no se superasen ciertos límites.
Por estas razñon, aparte de las puramente estéticas, el vanguardismo fue acogido y cultivado con especial fruición por los artistas del antiguo bloque soviético, al constituir el arma perfecta para escapar al acecho de la censura estatal, de forma que se pudieran crear obras directamente críticas contra la tiranía en la que se veían obligados a vivir, pero que para escapar a ese control podían construirse como ataques al enemigo occidental del cual supuestamente el telón de acero servía de protección... unos cortos que, ¡oh paradoja! a pesar de su radicalismo político y estético eran sobradamente subvencionados por unas instituciones estatales profundamente conservadoras y represivas
Apel, el corto de Czekala no escapa al disfraz político al que hacía referencia, ya que al narrar una revuelta en un campo de concetración nazi, es perfectamente defendible dentro de la ortodoxia antifascista de la que presumía el régimen soviético. No obstante, desde el primer instante, es posible darse cuenta que nos encontramos ante un corto distinto y original, que poco tiene que ver con la propaganda ortodoxa. Visualmente, el corto es una animación de recortes (cut-out), donde los defectos de esta técnica sirven para reforzar el clima de pesadilla y de catástrofe inminente que impregna todo el corto. Este clima angustioso se ve aumentado por el hecho de que esta obra es un ejemplo perfecto de lo que en literatura se conoce como narración lateral, en el que la visión de los espectadores, nosotros, se ve bloqueada por los propios participantes en el drama o bien se restringida a detalles y apuntes, de forma que es necesario reconstruir lo que está sucediendo a partir de estos fragmentos deslavazados.
Un intento por romper cualquier asomo de sensiblería o sentimentalismo, tan usual y peligroso en un tema tan delicado como el holocausto (véanse sino los horrores de La vida es Bella, El niño con el pijama de rayas o La lista de Schindler, capaces de modificar los hechos históricos para aplacar y satisfacer a la platea) que queda perfectamente expresado al transformar a los prisioneros en una masa informe donde es imposible distinguir a los individuos, tal y como pretendían los nazis, y donde el único personaje claramente reconocible es, irónicamente, el comandante del campo.
Un extremismo estético que se corresponde con una no menor radicalidad política. Como he dicho, la situación del corto, los prisioneros sin nombre y sin identidad del campo de concentración nazi, obligados a obedecer órdenes que no tienen otro motivo que el capricho de sus carceleros, es perfectamente aplicable al totalitarismo soviético, en el cual vivían los creadores de este corto, y frente al cual, como sugiere el corto la única salida es la rebelión colectiva, sino fuera porque frente a las armas, de nada sirve el número de los oprimidos, cuya revuelta sólo servirá para transformarlos en montones de cadáveres, en una liberación esta vez, definitiva.
Como siempre, aquí les dejo el corto, que lo disfrute y que no les hiele la sangre, más que la actualidad, claro.
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