sábado, 17 de marzo de 2012

... and justice for all (y III)

It matters that state-directed crimes against humanity are accurately recalled in state-approved history books.  This became an international issue when China, unusually but rightly, condemned Japan for the manner in which  its schoolbooks whitewashed the Rape of Nankin and its wartime atrocities in Manchuria.Selective amnesia about international crimes  is not confined to Japanese historians: the Chinese themselves overlook the millions wiped out in Mao's cultural revolution; Turkish textbooks deny the Armenian genocide  (it is a criminal offence to admit it); and Spanish schoolbooks avoid all mention of Franco's recently rediscovered mass graves. This has attracted too little attention: the extent to which states own up to their international crimes should be investigated by NGOs and made an issue by the new UN human rights council. One test is to look for memorials to victims and compare them with monuments to perpetrators.

Geoffrey Robertson, Crimes against humanity

El texto de Robertson que abre esta entrada apunta a un obstáculo fundamental en la lucha por los derechos humanos: ¿Cómo podemos aspirar a que se respeten y hacerlos respetar, si no somos capaces de señalar y admitir los que nosotros hemos cometido? Es como se puede suponer un caso flagrante de doble moral al que no escapan ni siquiera los autoproclamados policías mundiales como es el caso de EEUU, obstinado en torpedear el Tribunal Penal Internacional, para evitar que sus ciudadanos puedan ser juzgados por él, ya que, como es sabido, los buenos nunca puedan cometer malas acciones... o al menos malas acciones no justificadas y justificables, según nos cuentan las películas como 24 y la realidad, guerra sucia en Afganistan y Pakistan, cuyo mejor ejemplo es la ejecución de bin Laden al mejor estilo Far West.

No es que sea un problema nuevo. De siempre los españoles nos hemos negado a admitir que nuestros conquistadores arrasaron a sangre y fuego las milenarias civilizaciones precolombinas. No hasta hace mucho, en los primeros años 80 del siglo XX, en el Museo de América madrileño, podía verse que entre lo que los europeos habían llevado a América estaba la religión y el idioma, como si les hubiéramos hecho un favor en derribar sus sistemas políticos, arrebatarles sus tierras y sumirles en la servidumbre, todo ello por supuesto, con la mayor educación y sin derramamiento de sangre. Estos recuerdos de un pasado imperial han desaparecido hace mucho de la nueva y remozada exposición del Museo de América, pero aún permanecen en las mentes, en una forma atenuada, según la cual igual de crueles y brutales eran ambos bandos, lo cual es una indudable verdad, pero que sólo sirve para disfrazar el hecho irrefutable de que fuimos nosotros los que cruzamos en Atlántico y caímos como aves de rapiña sobre esas sociedades, y no al contrario.

En tiempos más cercanos, se ha asistido al linchamiento de unos de los jueces determinantes en la segunda etapa en la lucha de los derechos humanos que empezó en 1999 con la detención de Pinochet. Hablo por supuesto del juez Garzón, ese personaje que un determinado instante creyó gozar de impunidad y poder absolutos y cuya caída ha demostrado que precarias son nuestras seguridades y certezas. En la caza y captura de Garzón se acumularon hasta tres causas, en una clara persecución, de forma que si uno fallaba, alguno de los otros bastaría para invalidarle por vida.

No comentaré dos de ellos, que bien podrían tener un fundamento solido, pero el tercero, la acusación de prevaricación por los crímenes del Franquismo, es una claro ejemplo de la ceguera selectiva de ciertos sectores de nuestra democracía, herederos de uno de los bandos en la guerra civil, y siempre dispuestos a perdonary justificar las atrocidades de uno de los bandos, sin darse cuenta que eso absuelve también las atrocidades cometidas por el otro, ya que la justicia y la gravedad de esos hechos no depende de qué ideas políticas sustentasen esas acciones, sino del hecho de que resultaron en decenas de miles de muertos civiles, que fueron lisa y llanamente asesinados sólo por defender unas ideas políticas que no eran las de sus verdugos.

Porque ese y no otro, es el gran pecado original de la joven democracia española, el hecho de que casi cuarenta años de la muerte del general Franco y la desaparición de la dictadura y sin que queden ya casi personas que fueran protagonistas de esos años, sigue habiendo muertos de primera y muertos de segunda, muertos que fueron exhumados tras la contienda y vueltos a enterrar con todos los honores, y muertos que aún reposan en lugares desconocidos, sin nada que recuerde su memoria, en fosas comunes anónimas.

Un estado de injusticia, por el que aún se deja bien a las claras quién gano y quién perdió en la guerra, cuyo símbolo máximo es el monumento a los caídos de la sierra madrileña. Un lugar que sólo quedará purificado, no cuando se derribe, puesto que ya tiene la suficiente entidad histórica como para haberse convertido en un monumento que sirva de memoria y advertencia de un horrendo pasado, sino cuando se exhume el cuerpo del dictador que lo eligió como mausoleo, pensando que así su recuerdo sería admirado por las generaciones venidera, y se entierre su cuerpo en una fosa normal y corriente, indistinguible de la de tantos muertos ordinarios y olvidados, donde sólo peregrinen sus nostálgicos.

2 comentarios:

Nonsei dijo...

Lo más increíble es el victimismo de esos sectores. Creen que son ellos los perseguidos por no aceptar la historia "oficial", y son los "del otro bando" los que quieren reabrir viejas heridas para dividir a la sociedad española.
Y de verdad se lo creen.

David Flórez dijo...

Exacto, lo cual es una medida del sentimiento de culpabilidad que inconscientemente abrigan...