En varias ocasiones, a lo largo de este blog, he señalado mi admiración por el estudio Shaft y su director Shimbou Akiyuki, la cual se debe en no poca medida porque a pesar del poco presupuesto con que cuentan sus obras y la necesidad de apelar al otaku medio utilizando eso que se llama fan service, se las ha arreglado para introducir aquí y allá grandes dosis de experimentación o al menos de maneras y formas de animación alejadas del mainstream, con las que el fan del anime está poco familiarizado, lo cual es más que loable en estos tiempos.
Sin embargo, desde que terminó el pase televisivo de Bakemonogatari y Sayonara Zetsoubou Sensei en sus múltiples encarnaciones, Shaft parecía haber perdido su garra de antaño. La crisis parecía haber reducido aún más sus presupuesto, obligando a guardar los tics habituales del estudio, que tanto descolocaban al aficionado, para así evitar que las ventas se redujesen aún más. Con estos antecedentes una serie como Puella Magi Madoka Magica, parecía una iteración más del cliché de la magical girl, sólo que en vez de dedicado a un público femenino adolescente, parecía aprovecharse del tirón del complejo moe/kawai, para atraer a tanto otaku como hay suelto sin ningún tipo sin gratificaciones sexuales. Reales, digo.
¡Ja! ¡Qué equivocado estaba!
Debería haberme acordado de que siempre que Shaft ha introducido en sus series alguna magical girl, como ocurría en Pani Poni Dash o en ciertos episodios de Sayonara Zetsoubou Sensei, siempre lo había hecho de forma paródica e irónica, desmontando sus elementos y remontándolos de forma completamente distinta y renovada. Debería haberme puesto sobre aviso como, desde el primer episodio, a pesar del estilo de personajes amable y aparentemente tópico, los planos, el colorido y la iluminación llevaban a clara la marca de fábrica, ese tomar lo normal y desviarlo levemente, para que produzca una sensación de extrañeza y desasosiego.
Pero sobre todo, debería haberme alertado el hecho de que cada vez que los personajes se adentraban en el otro mundo donde tenían lugar los combates entre las brujas y las magical girl, el estilo cambiaba de forma dramática y completa. Ya no estábamos en el ámbito del anime actual, en ese reíno de lo mono y lo amable, de los tópicos y clichés, eternamente repetidos, sino en el de la animación independiente, poblado por cutouts, formas y símbolos surreales, donde cada plano puede y debe ser una sorpresa, mientras que el espectador conaisseur y avisado, aguarda con avidez, sentado en el borde del asiento.
Como conozco el carácter y las expectativas del aficionado medio, recuerden, yo soy una excepción, no me sorprendió que casi nadie hablase del audaz y atrevido estilo visual de estas escenas, como la que se muestra en la introducción, perteneciente al episodio 4, más allá de señalar su extrañeza y expresar el deseo de que fuesen animadas en modo normal. En mi caso, el sólo hecho de que en cada episodio se mostrase ese otro mundo con ese estilo bastaba para que continuase viendo la serie, por muy banal o poco original que fuera el contenido.
¡Ja! De nuevo.
Porque no me di cuenta de todos los avisos, casi de neón luminoso que Shinbou había ido dejando a lo largo de cada episodio, y cuando en al final del tercero hizo volar por los aires el estereotipo de las magical girl, las bases en las que está fundamentada todas y cada una de las series de este género, me quede con la boca abierta.
Simplemente porque la muerte había irrumpido, Inesperada e indeseada, como ocurre en la vida real. Inevitable e irremediable,que a todos alcanzará por mucho que nos neguemos a aceptarlo.
Y todo el glamour, todo la belleza de ese supuesto salvar al mundo, de ayudar a los demás, y pasado el día volver a casa a disfrutar, se hizo pedazos, se convirtió en polvo, dejando tras de ella, la realidad de una labor sin recompensas ni parabienes, que sólo nos conducirá a la muerte, de una realidad que continuará tras nosotros sin cambios, porque nuestra actuación, nuestros afanes y trabajos en nada la habrán modificado, ni mucho menos mejorado.
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