(Pulsen para ver el documental comentado)
He señalado ya, en otras entradas, la agradable sorpresa que me he llevado al revisar la producción temprana de la GPO Film Unit, así que estoy deseando que se editen en UK las restantes partes de la colección, porque parece ser que me queda lo mejor.
Para que se hagan una idea de como una entidad pública, dedicada a la promoción del servicio de correos británico, basta con que le echen un vistazo, cuando tengan tiempo, al documental que he adjuntado a esta entrada, The Song of Ceylon, de 1934 y dirigido por Basil Wright... otra paradoja dentro de una paradoja.
¿Paradoja digo? El caso es que este documental parece el sueño dorado de un documentalista. Su rodaje se inició sin guión ni intenciones previas, simplemente el autor y su cámara recorriendo Sri Lanka, y captando todo aquello que le llamaba la atención. Un viaje que en sí es un vagabundeo, arrastrado allí a donde fuera llevado por las circunstancias y que, desde un punto de vista formal se traduce en permitir que el documental se construya así mismo, borrando las intenciones y prejuicios del individuo que toma las imágenes, para permitir así que el espectador pueda asomarse a esa otra realidad sin intermediarios.
Sin embargo, también es el antidocumental, ya que tras el retorno a Inglaterra, el material ha sido sometido a un radical proceso de montaje, asociando imágenes, imbricando secuencias, para poder así reforzar un tema o simplemente mostrar lo que la cámara no pudo recoger. Un proceso que para los puristas podría resultar una traición a la esencia del documental, al aparentar una especie de distorsión y manipulación del material el bruto, aquél que debería ser presentado tal cual. Desviación ideológica que se torna mayor, puesto que al haber sido rodado con sonido el documental se dota de una banda sonora musical y de un comentario.
¿Estamos por tanto en el terreno de la obra de ficción? ¿O quizás en el terreno de la obra que pretende forzar un mensaje y evitar que pensemos por nosotros mismos? Ni mucho menos. Curiosamente, el comentario no es sino una serie de extractos extraídos de una obra de 1681, la descripción de la isla de Ceilán que escribiera Robert Knox. Unos textos procedentes de un pasado remoto aplicado a una realidad presente, y que por tanto no narran, ni explican lo que vemos, sino que se aproximan y se alejan, niegan y afirman al mismo tiempo.
Disociación es el nombre que mejor señala el efecto que consigue esta yuxtaposición de palabras e imágenes. Un distanciamiento que se traslada a la música y sobre todo a los sonidos, voces y ruidos, que forman la banda sonora, procedentes de allí, ilustrativos en este caso de lo que vemos, pero grabados por separado, y añadidos en el estudio, y que por tanto están desincronizados y parecen pertenecer a otro mundo, a otra realidad distinta.
Una disociación y un distanciamiento que tiñen todo el documental, que avanza sin dirección definida, examinando con detenimiento ciertas situaciones hasta hacernos partícipes, para saltar luego a situaciones aparentemente sin relación alguna, o volver a aquello que ya había examinado, o perderse en imágenes sin importancia aparte de su belleza, creando así, en cine, lo más parecido a divagar, cuando las ideas van surgiendo en nuestra cabeza, sin que ni nosotros mismos seamos conscientes de los hilos que las unen.
Unos aspectos, divagación, superposición yuxtaposición, disociación y distanciamiento, que llegan a su extremo en pasajes casi alucinatorios, semejantes a los anillos de humo que se disuelven en el aire, como cuando sobre las imágenes que describen el trabajo diario de los cingaleses, se superponen las voces que recitan cifras, pedidos, fechas de entrega, el mundo que rodea a la isla y del cual creíamos estar separados completamente.
O cuando presenciamos a un hombre rezar y realizar ofrendas a Buda, en un paisaje donde las inmensas estatuas parecen tener una existencia real, como si hubieran dejado de ser piedra y representación, y pudieran escuchar, ver y atender al oferente.
O como cuando la sombra de una montaña se proyecta sobre la tierra, planeando sobre ella, sin llegar a tocarla, como si la montaña y nosotros flotásemos en los aires, retenidos en otro mundo y otra realidad.
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