lunes, 26 de enero de 2009

Critics vs. historians


Ayer, visitando exposiciones antes de que las cierren (y tirándome de los pelos por mi vagancia reciente que casi me lleva a perdérmelas) me encontré con el cuadro arriba ilustrado, El retrato de Josette de Juan Gris, en la exposición Carl Einstein y la Vanguardia, abierta en el Reina Sofía Madrileño.

Hagamos un poco de historia.

La primera vez que vi este cuadro fue en la megaexposicion Juan Gris, que en el año 84 o 85 (mi memoria no alcanza a distinguir que año fue, ni siquiera sí fue en uno de eso años) se celebró en los bajos de la Biblioteca Nacional, entonces espacio expositivo dedicado a temas que nada tenían que ver con los libros. Aquella muestra, debo confesarlo, me deslumbró, de manera que el pintor madrileño pasó a convertirse en uno de mis favoritos.

Efectos secundarios de la juventud, cuyo entusiasmo refuerza y amplifica la impresión que nos produce aquello que nos gusta. Recuerdo haber recorrido la salas casi como si hubiera recibido una revelación, entendiendo cada cuadro, lo que se proponía el pintor y lo que había conseguido, siguiendo su camino ascendente, de logro en logro, de voladura en voladura de la pintura. Una ascensión que también era la mía, y de la que salí fuera de mí, incapaz de relajarme o de pensar en otra cosa que no fueran esos cuadros... un subidón estético que parecía no desinflarse, ayiudado por que la exposiciópn terminaba abruptamente en 1920, al final de la época magna de Gris, sin adentrarnos en los laberintos de la duda y la reelaboración en que el pintor parecería perderse en la década siguiente, sin llegar a salir de ellos debido a su muerte prematura.

De entre todos los cuadros expuestos, el que he puesto arriba es el único de todos ellos que podía seguir viéndose en Madrid. Estaba justo al final de la exposición del Casón, junto a la salida, en una pared reservada para el sólo. Un final irónico al peor siglo de la pintura española, el XIX, y de todos sus lugares comunes, sus adulaciones y sus modernidadas anticuadas, anticipando él solo las revoluciones que habría de traer el siglo siguiente, tormentas apenas representadas en nuestros museos, debido a esa cerrazón hacia lo moderno que caracterizó nuestra cultura hasta 1980, justo cuando esa modernidad era reemplazada por un nuevo ciclo cultural, el postmodernismo

Luego, pude verlo más veces, en la colección remozada del Reina Sofía, en la macro exposición Juan Gris del 2005, pero nunca me ha vuelto a saber igual, ni el cuadro, ni el pintor, quizás por la horrible iluminación del antiguo hospital, un defecto irresoluble que mata la mayoría de sus exposiciones, o quiza porque el tiempo, la vejez, las muchas horas de exposiciones han acabado por embotar definitivamente mi sensibilidad.

Quizás se pregunten a que viene todo esto. Pues el caso es que la exposición de Carl Einstein está dedicada a un crítico de principio del siglo XX, una personalidad que se dedicó a la promoción y propaganda de ese arte nuevo que irrumpio en las primeras décadas y cambió por completo la forma en que vemos el arte, hasta el punto de que ahora, en este inicio de siglo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que el renacimiento ha terminado.

Así que toda la exposición se estructura alrededor de las tesis y teorías de esta persona, a la manera y el modo en que veía y explicaba esa modernidad que se estaba construyendo a su lado, a su compromiso personal con los artistas que lo creaban, muchos de ellos amigos íntimos. ¿De toda la modernidad? No, y he aquí el punto principal. Para él no toda la modernidad era igual de valiosa, involucrado, como el se veía, en una tranformación revolucionaria del mundo, sólo parte de esas vanguardias, el cubismo y el surrealismo, tenían importancia y debían ser alabadas, puesto que contribuirían a la eclosión de ese mundo nuevo, mientras que otras, la abstracción, el suprematismo, el constructivismo, le parecían rechazables, innobles, involucionistas y retrógradas, puesto que su mundo no era éste.

Pasado el tiempo, esas ideas, esas polémicas, nos parecen ajadas, vacías e inútiles. Somos incapaces de apreciar, al contemplar la obra, esas supuestas diferencias políticas y estéticas que para Einstein tornaban esas variedades de la vanguardia en irreconciliables.

Quizás porque en el fondo ya nos dan igual esas formas que empiezan a parecernos algo apolilladas y lejanas de nuestra experiencia cotidiana, pero quizás porque también, sin quererlo, esta exposición nos viene a dejar claro las diferencias entre un crítico e un historiador. El historiador vive para el arte de su tiempo, atado a él, y como un artista (estéril, sí, pero artista) sólo ve un estilo, ese con el que él quisiera crear, llevándolo a su perfección, de manera que el resto le producen aversión, por no coincidir con sus pasiones.

El historiador, sin embargo, contempla todo a toro pasado, acalladas las polémicas, desaparecidos los polemistas, hermanados todos por un aire de familia que recubre y uniformiza cualquier tiempo pasado. Un campo de ruinas donde hay que remangarse los brazos y excavar, para extraer cualquier objeto que se encuentre y conservarlo con el mayor cuidad y cariño, puesto que es lo único que nos queda y nos une a ese tiempo.

6 comentarios:

Tomás dijo...

Nada puedo decir sobre una exposición no vista. El otro día escuché de casualidad un comentario durante alguno de los documentales sobre JFK que pasaron en Documentos TV. Decía que hasta de aquí uno o dos siglos, hasta que no se desclasificaran unos documentos sería imposible acabar de apuntalar la historia. Lo mismo sucede aquí con la instauración de la monarquía. Es complicado hacer historia o construirla con seriedad y pluralidad. Al final la historia se convierte en narraciones verosímiles en el imaginario de un tiempo. Mucho tierra donde remangarse.

Un saludo
Tomás

David Flórez dijo...

Lo interesante de la exposición es que realiza un análisis historíco de un posicionamiento crítico, revelando las limitaciones evidentes de esa postura junto con la herencia que ha dejado, por ejemplo, la promoción del arte africano...

Es un ejercicio intesante ese de mirar a los críticos en retrospectiva, recuerdo una exposición Rembrandt/Caravagio en la que se realizaba una explicación de las formulaciones críticas de esa época... y como sus categorías y juicios no coincidían, obviamente, con las actuales...

Otra cosa, por supuesto es hacer propaganda, o intentar, como hacen muchos, que la historia te dé la razón, cueste lo que cueste...

Unknown dijo...

Pero la historia es un vehículo... ya pasaba con los faraones y sus "inversiones" en reescribir la historia (aunque supusiera cargarse la fama de todo un linaje anterior a base de reescribir tablillas, papiros y monumentos). Siempre surgirán corrientes puristas, pero no dejaran de estar corruptas en un sentido objetivo... algo así como en el periodismo moderno...

David Flórez dijo...

Pero es que precisamente ese trabajo de analizar las fuentes, descubrir quienes fueron quienes las compusieron y, sobre todo, con qué intencionalidad es el alma de la historia... y un ejercicio de humildad a la hora de enjuciar nuestra época y nuestro comentarios sobre ellas.

O por seguir tu ejemplo egipcio. En el caso de la batalla de Kadesh tenemos los relatos propagandísticos para consumo interno de Ramsés II, declarando su victoria indiscutible, los informes internos del enemigo hitita que nos narran un resultado algo distinto y, sobre todo, copias del tratado internacional que siguió a la guerra, que no señala que a pesar de la (supuesta) victoria decisiva egipcia, el status quo quedó tal y como estaba...

Unknown dijo...

tengo mis cínicas dudas sobre la humildad humana... pero estoy de acuerdo con lo k dices...

David Flórez dijo...

¿Dudas? Yo creo que en cuanto podemos nos subimos al pedestal y nos convertimos en estatuas...

...por eso siempre hay que tener los ojos muy abiertos...