Ya saben lo mucho que admiro a Varda por considerar el cortometraje como una forma mayor, un espacio donde volcar su creatividad con el mismo ímpetu y fuerza que en un largometraje.
Continuando con ellos, Ulysse (Ulisses, 1982) tiene el atractivo de ser una reflexión sobre el proceso creativo. Casi treinta años más tarde, Varda vuelve la vista a uno de los clichés que tomó cuando aún era una fotógrafa profesional -su primera película, La Pointe Courte (1955), aún no pasaba de proyecto- , para meditar sobre su permanencia y relevancia. Aunque no del modo exacto al que esas palabras parecen apuntar. Las preguntas que interesan a esta directora son muy otras: ¿Por qué elegí esas personas y esos objetos? Y aún más importante: ¿Qué fue de ellos? De ellos y de sus personas cercanas, quienes a pesar de estar fuera de cuadro, eran determinantes. En ellos y en la misma fotografía.
Una constatación evidente es la de la fuerza del olvido. Uno de los personajes, el más joven, es incapaz de reconocerse en la instantánea o de recordar qué hacía allí, aun cuando las circunstancias personales en que Varda le retrato fueron cruciales en su biografía. El otro sólo guarda retazos, recuerdos desligados, en donde poco queda de lo que le condujo a posar para esa fotografía, al tiempo que su existencia posterior le ha llevado por derroteros que poco o nada tienen que ver con esa imagen. Niebla del pasado que, sin embargo, Varda logra disipar casi por entero, al hacernos partícipe de todo lo que estaba fuera de cuadro. Devuelve a esas personas desnudas, tornadas en abstracciones, su humanidad. Su pasado, su presente y su futuro.
Esa indagaciones sobre el pasado presente continúan en Les dites caryatides (Las llamadas cariátides, 1984), corto que se centra en un rasgo característico de París: las cariátides que aparecen en muchas de sus fachadas. Una característica que, sin embargo, es común a otras muchas ciudades -un paseo atento por ciertos barrios de Madrid así lo demuestra- y que se debe a una razón muy concreta: esas estatuas-columna se construyeron en un periodo exiguo, de unas pocas décadas al final del siglo XIX, para luego ser copiadas a lo ancho y largo de Europa. Cosas del prestigio que París tenía en las sociedades burguesas de la Belle Epoque y que ha continuado hasta nuestros días, cuando el centro de París ya no es una ciudad "viva".
No obstante, la mirada de Varda no se centra en la (gran) historia de las cariatides, su significado o su evolución estilística. La atención de esta directora siempre está dirigida hacia las personas anónimas, para reflejar su vida cotidiana, en apariencia banal. Esto significa que lo que se nos muestra es cómo esas cariátides son percibidas, Y no por cualquiera, sino por quienes habitan las casas que ellas adornan. En resumen, su presencia roza la invisibilidad, hasta el extremo de que de algunas se desconoce el porqué de su presencia. En ese inmueble, en esa calle o en esa plaza. Como ocurre con demasiada regularidad, la ciudad sólo revela su auténtico rostro al visitante ocasional. O aquél que decide recorrerla como si se embarcase en un viaje de exploración por las regiones en blanco de los mapas.
7P., cuis. S. de B... á saisir (7 habitaciones, cocina, baño, listo para vivir, 1985) es por ahora la obra más experimental, críptica y refractaria de todas las películas de Varda que llevo vistas. Tomando como partida la instalación/exposición de dos artistas de vanguardia franceses -la conversión de un antiguo hospicio en un ambiente mágico/poético-, Varda nos muestra, a retazos y con grandes dosis de surrealismo, la descomposición de una familia francesa de clase media alta. Decadencia exacerbada por su habitar en un inmenso caserón, al tiempo espacio infinito donde se hallan perdidos, cárcel angosta en la que se asfixian.
En ese contexto, el matrimonio protagonista deviene, a medida que su amor primero se torna recuerdo, mera unidad funcional en donde uno de los miembros se somete alguno. De igual manera, la profesión de alto rango del marido -médico que suponemos psiquiatra- se va revelando progresivamente charlatanería, o al menos palabrería cuya única utilidad es provocar admiración rendida, para con ella mantener en píe el prestigio y los privilegios obtenidos. No es de extrañar que la relación entre padres e hijos se torne tiránica, con éstos últimos reducidos a cantar las alabanzas del padre y proclamar su grandeza. Rebajamiento del que sólo se libra la hija mayor, siempre soñando con alcanzar una libertad cada vez más ansiada, pero sin que se sepa si al final hubo de obtenerla.
Para terminar, T'as des beaux escaliers (Tienes unas bellas escaleras, 1986) es un anuncio de la sala de proyecciones del Museo del Cine. En él, se imbrican tomas de las escaleras de acceso a las salas con otras extraídas de películas famosas, en donde las escaleras son centrales. Obra simpática, pero poco poco más.
Sin especial trascendencia ni pretensiones.
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