sábado, 7 de noviembre de 2020

En busca de Varda (X): Documenteur (Documentador, 1981)























Ya les he hablado, en otras ocasiones, de la fascinación del matrimonio de directores Demy/Varda por la América de los años sesenta. En el caso de Varda, ese impacto fue de mayor calado, lo que no sólo se plasmó en varias películas y cortos,  sino que la llevó a extender su análisis más allá de esa década prodigiosa. Así, Documenteur (Documentador, 1981) es producto y muestra de su retorno a ese país a principios de la década de los ochenta. Un reencuentro con notables diferencias, estéticas y anímicas, dado los cambios trascendentales que los EE.UU habían sufrido durante los años setenta y estaban a punto de experimentar bajo el gobierno de Ronald Reagan y Bush padre. El fracaso y derrota de la izquierda estadounidense, al que siguió el triunfo sin ambages del neoliberalismo.

Lo primero que llama la atención de Documenteur es su tono melancólico. Hay una clara atmósfera de frío y desolación, de pérdida, que contrasta de manera drástica con el optimismo efervescente y desbordante de las otras películas americanas de Varda,. No se expresa de manera explícita, puesto que en ningún instante se transforma en una elegía por la contracultura, la contestación y la rebeldía de aquélla década rebosante en locuras, presente ya sólo como difuso recuerdo. Sin embargo, es apreciable que la América que se muestra es una América pobre, poblada por personas que viven al día, que se han habituado a vivir entre la cochambre, que se mantienen en marcha por mera inercia. Algo se ha quebrado en esa sociedad, a la que se le ha despojado de ilusiones.

Ese atonía, esa desesperanzada resignación, pesa como una losa sobre la protagonista de la cinta. La conduce a un estado de desilusión, de indiferencia, que en ocasiones raya en depresión. La induce a aceptar la ruptura sentimental, ocurrida fuera de plano, que la ha forzado a vivir sola con su hijo, en condiciones miserables, de quien se ve obligado a rebuscar en la basura los muebles con que decorar su casa. Causa de su inercia, pero también consecuencia, en un círculo vicioso sin salida, puesto que su fracaso amoroso, unido a la falta de perspectivas de su trabajo actual, mera copista por horas, tiñe su mirada de una tristeza paralizante. Le impiden reaccionar ante sus dificultades, dedicar a su hijo todo el cariño que le guarda. La obligan a ver en el mundo exterior sólo aquéllo que confirme su desolación interior.

Lastres y rémoras que la fuerzan a encerrarse en sí misma, a encadenarse, voluntariamente, a lo mismo que la constriñe y la hunde. Así, si persiste en el trabajo sin recompensa en que el que está sumida, es sólo porque en ese lugar, fuera del suburbio dónde habita, puede fantasear con un mundo distinto, hallar una cierta medida de felicidad, aunque sólo sea -y ella lo sepa- falsa y pasajera. Le basta levantar la mirada, perderse en la contemplación del océano y la playa, soñarse otra, imaginarse en el pasado perdido, en un futuro nuevo y renovado.

Debido a todos estos fundamentos temáticos, el estilo narrativo tiene que adoptar, por fuerza, unas soluciones muy concretas.  El punto de vista de la protagonista, sus pensamientos y su mirada están presentes de manera continua, insoslayable, reflejo de la cárcel que ella misma ha construido y en la que se encierra, obstinada. Enclaustramiento que sólo se abre en esos interludios contemplativos, poblados por sus ensoñaciones, pero que en  la mayoría de las veces persiste opresivo, claustrofóbico, limitado por paredes, ambientes cerrados, callejones sin salida, personas con las que no tiene relación alguna, ni habrá de tenerla, dada la distancia cultural que le separa. 

Mirada en ocasiones tornada laberinto, símil interno de aquél otro externo del que no puede ni quiere escapar, plasmado en la imposibilidad, para el espectador, de reconstruir el entorno que que vive la protagonista, o al menos organizarlo de forma racional y coherente. Desconcierto existencial que determina la estructura de la narración, apenas breve espacio de luz entre dos obscuridades, entre dos incertidumbres que siempre nos quedarán veladas.

A nosotros y quizás incluso a ella.

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