Les adelanto que tengo bastantes reparos hacia la franquicia Psycho-Pass (de 2012 hasta ahora). En principio venía con las mejores recomendaciones, con un estudio de primera al cargo, I.G. Production, y un guionista de gran fama, Gen Urobuchi, presentando una historia compleja y sin contemplaciones. El producto final rometía ser una de esas distopias de ciencia ficción que acaban convertidas en hito del género, copiada e imitada una y otra vez en versiones a cada cual peor.
Para él que no conozca el argumento, Psycho-Pass propone un mundo en donde la policía es capaz de detectar a criminales potenciales, los latentes, que son reducidos con armas especiales llamadas dominators. Esas armas son también capaces de ejecutar a ese posible criminal allí mismo, en caso de necesidad, pero la decisión no depende del agente, sino de una inteligencia artificial, el Sybilla System, capaz de juzgar de forma objetiva y desapasionada. Como resultado, la sociedad se ha tornado un remanso de paz, donde los conflictos han sido desterrado mediante la prevención de los conflictos -la policía y el sistema de salud se han fusionado-, incluso dictando, gracias al Sybilla System, el mejor tipo de trabajo para cada persona.
Sin embargo, esa paz se ha conseguido pagando un gran precio: la libertad de expresión. Todo contenido que podría provocar la exacerbación de instintos criminales ha sido cancelado,junto con las personas que pudieran crearlo o propagarlo. Además, no sólo los explícitos, sino, de nuevo, cualquier idea o profesión que fuera potencialmente peligrosa, capaz de desviar el equilibrio de una persona hacia el de criminal latente. Escritores, cineastas, intelectuales y filósofos son, cuando menos, sospechosos. Para empeorarlo, desde los primeros capítulos es evidente que el Sybilla System está enjuiciando y condenando a personas que son inocentes o que no presentaban riesgo alguno por el sistema. Algunos de ellos, meros enfermos cuyo estado mental se había deteriorado por culpa de los experiencias que habían atravesado.
Como pueden ver, el argumento tiene todos los ingredientes para ser una distopia clásica, con una salvedad: no lo es en absoluto. En el guión de Urobuchi, la sociedad creada por el Sybilla System se nos muestra como buena en sí, deseable, valedera de los múltiples sacrificios que ha habido que realizar para llegar a ella, no como un sistema opresor que haya que derribar, aunque al final los protagonistas acaben aplastados por él. No de forma explítica, puesto que Urobuchi es un guionista avezado, sino solapada, utilizando todo tipos de trucos y astucias de narrador para hacernos comulgar con su posicionamiento política
El más evidente es el punto de vista del narrador: la unidad de policía encargada de reducir a estos criminales en potencia. Nuestros ojos son los de una joven detective asignada a esa unidad para quien, como se nos reitera en multitud de ocasiones, el sistema no es malo, sino imperfecto. Basta corregir sus excesos para tornarlo utopía soñada. Además, en otro artero truco de guion, se nos indica que ella es asintomática, por lo que su posible carácter de posible criminal latente no es detectado por los sensores que utiliza el Sybilla System. Se coloca por tanto por encima del resto de la humanidad, como la elegida del destino para reformar la sociedad, sin que nada de lo que le rodea, ni siquiera la visión perpetua de lo peor de la humanidad, pueda tambalear su integridad. Para ella, no habrá caída en el infierno de los criminales.
Añádase los conflictos no se expresan en términos ideológicos, la posibilidad de sistemas alternativos, sino criminales. No hay un debate sobre la bondad o maldad del Sybilla System, que muestre que se está reprimiendo a opositores pacíficos, sino que estos, en claro giro maniqueo, son definidos como terroristas sanguinarios. La forma en que su oposición se manifiesta es mediante asesinatos, individuales y masivos, con la intención de provocar una reacción social en cadena que lleve al Sybilla System a un punto de no retorno. En concreto, que la población de crimimales latentes aumente hasta ser incontrolable. Ese reguero de crímenes de los revolucionarios impide que el espectador se identifique con ellos, además de justificar que los policías utilicen una violencia desproporcionada contra ellos, como tirar a matar sin preguntar. Frente a la anarquía, la presencia del Sybilla System es imprescindible.
Urobuchi, por tanto, acababa justificando un claro régimen totalitario con control sobre la mente de los ciudadanos y con potestad sobre la vida y muerte, todo sin juicio previo y sin transparencia en sus decisiones. Aun así, dada la capacidad de Urobuchi como guionista, la historia que contaba tenía claro interés, aunque se pudiera estar en contra de sus conclusiones, ya que podía deconstruirse en su contra: dada la maldad evidente del Sybilla System, las acciones subversivas eran legítimas. El problema es que en sucesivas entregas de la franquicia, la calidad narrativa no ha hecho más que empeorar. Los aspectos distópicos han pasado a muy segundo plano, al tiempo que cualquier asomo de crítica política y social ha desaparecido. El sistema se asume ahora como bueno, quedando en manos de la policía el sacrificar a las ovejas negras, como los criminales contumaces que son. Por supuesto, con la mayor de las violencias.
Así, Psycho-Pass: Sinners of the System (2019, Naoyoshi Shiotani), a donde pertenecen las capturas que abren esta entrada. se reduce a manidas tramas criminales, donde los héroes y heroínas deben terminar con el malvado de turno, sin que se realice ninguna disquisición filosófica, ni mucho menos oposición, aunque sea solapada, al omnipresente Sybilla System. Es el mero espectáculo de acción, donde los buenos son los buenos y los malos son los malos, sin que existan sombras y claroscuros.
Muy apropiado para los tiempos de radicalización -o de estultificación generalizada- en que vivimos
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