martes, 7 de abril de 2020

Otras Star Wars







































Se tenga la opinión que se tenga sobre la franquicia de Star Wars, lo cierto es que forma parte integral de la vida de varias generaciones. Por mi parte, tengo la edad suficiente como para haber visto las películas de la trilogía original cuando se estrenaron. Tanto Star Wars (La guerra de las galaxias, 1977,  George Lucas) como The Empire Strikes back (El imperio contraataca, 1980, Irvin Keshner) forman parte de mis recuerdos de niñez y aún las recuerdo con bastante cariño. No ocurre lo mismo con Return of the Jedi (El retorno del Jedi, 1983, Richard Marquand), que me parece indigna de sus hermanas, primer indicio de lo nefasto que llegaría a ser Lucas como director. En parte, mi disgusto se debe a que el otoño de 1982 marca el inicio de mi cinefilía, a lo grande y sin concesiones, en donde filmes tan comerciales y tan infantiles como la guerra de las galaxias no tenían cabida.

Es cierto que cuando, allá por 1999, se estrenó The Phantom Menace (La amenaza fantasma) me plante en el cine dispuesto a inflamarme con la antigua llama. Ja. La decepción fue de tal calibre que no he vuelto a ver ninguna película posterior de la franquicia. Aunque hay una excepción: la serie animada Clone Wars (Las Guerras Clon) que dirigió Genndy Tartakovsky entre 2002 y 2003. No era la primera versión de Star Wars que veía. En los años 80 me tragué otras dos entregas, ya muy olvidadas: Droids y Ewoks, ambas de 1985. Series de las que guardo un recuerdo muy difuminado, pero agradable, por lo que me ha sorprendido saber que no están muy bien consideradas entre los aficionados, además de haber quedado fuera del canon refundido. Como si fueran un libro apócrifo de la biblia.

Algo similar sucedió con Clone Wars, aunque su caso es mucho más hiriente. En el 2003 fue lanzada como un producto de prestigio, que sirviese de nexo de unión entre los episodios 2 y 3 de la línea fílmica principal. No se escatimó en gastos, algo que se sigue notando hoy en día, a pesar de tanta 3D y tanto CGI,. culminando el dispendio con poner al frente a un director como Genndy Tartakovky, por entonces en la cumbre de su fama. Sin embargo, a pesar de toda la fanfarria con que fue anunciada y el justo éxito que tuvo, poco a poco se la ha ido barriendo debajo de la alfombra. No ha gozado de una reedición en Blue Ray, al tiempo que se la ha apartado del canon, con su lugar ocupado por otra serie de casi el mismo nombre. Rodada, como conviene a los tiempos, en 3D

¿Qué queda de la serie ahora? ¿Merecería ser rescatada del olvido? Tuve la suerte de ver algunos de sus episodios cuando se emitió y en aquel entonces destacaba favorablemente en comparación con los largometrajes. Tenía la energía, el ímpetu y la imaginación de la que sus hermanas mayores carecían. A pesar del carácter de espectáculo circense de varios de sus episodios, de trama tan delgada como una hoja de papel, su visión resultaba entretenida, incluso fascinante en ocasiones, dada su minuciosa planificación, semejante a la de un mecanismo de relojería. Ésa es su mayor virtud, su cuidada construcción. a la que hay que añadir la imaginación visual de Tartakovsky, como bien pueden apreciar en las capturas que abren la entrada, auténtica lección de como narrar sin palabras, al estilo de los maestros antiguos.

No obstante, tras haberla revisado encuentro que la serie se resiente de esa misma falta de profundidad, de esa misma carencia de argumento sólido más allá del mero espectáculo de acción, que se ha convertido en rasgo característico de las últimas entregas de la franquicia. A esto hay que unir un factor que le vino impuesto en origen: la escasa duración de los episodios de las dos primeras temporadas, apenas tres minutos. Esa longitud tan exigua tiene carácter de reto, pues obliga al animador a comprimir al máximo su narración, además verse forzado a limitar su exuberancia. No es de extrañar que esas dos temporadas parezcan deslavazadas, avancen errática, apenas escaparate para un número de acción bien rodado.

La cosa cambió con la tercera temporada. Con episodios de 12 minutos de duración, Tartarovsky pudo gozar del espacio suficiente para hilar mejor la narración, enlazándola de episodio en episodio, además de poder incluir secciones de relax, en las que se permitía aflojar el ritmo, dejando que los personajes respirasen. Sólo ahí, en ese tramo final, se aprecia la medida de lo que la serie podía haber llegado a ser. No es de extrañar, por tanto, que me gustase tanto en su momento, puesto que los episodios que llegué a ver fueron, precisamente, los de esa temporada.

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