Přežít svůj život (Sobrevivir a la vida, 2010), el sexto largometraje de Jan Svankmajer, marca el inicio de una nueva etapa de su filmografía. Es su primera película tras la muerte de su mujer Eva, quien fue su estrecha colaboradora en la creacción de todas las obras, largos y cortos, del director de animación checo. En concreto, ella era quien estaba detrás de muchos de los artilugios y objetos que bien cobraban vida en sus filmes, bien los dotaban, con su mera presencia, de ese carácter especial que permitía distinguir una obra de Svankmajer de cualquier otra. Pues bien, su ausencia se nota. Y mucho.
Recordarán que, película tras película, la animación pura había ido retrocediendo, cediendo su lugar a otras maneras de ser y expresar el surrealismo. En sus tres películas anteriores había quedado reducida a meras acotaciones y subrayados, quedando disociada de la peripecia principal. Sin embargo, Přežít svůj život, se propone película animada de principio a fin, lo que no ocurría desde Něco z Alenky (Alicia, 1988) y Lekce Faust (Fausto, 1994). Una animación que utiliza un estilo que al espectador actual puede parecer trasnochado y burdo -antaño ya era calificada así, no se preocupen-, la llamada animación de recortes. En pocas palabras, recortar los elementos que componen un personaje -que pueden provenir así de muy diversas fuentes-, para luego moverlos por la pantalla, simulando así el movimiento.
No hay trazas, por tanto, de esos bestiarios fantásticos, compilación de quimeras a los que se les insuflaba nueva vida. que poblaban el mundo de Svankmajer. Tampoco de sus muñecos y títeres, siempre dispuestos a romper su cordeles y disputarnos el domino del mundo, mucho menos de esos objetos cotidianos que se tornaban nuestros enemigos acérrimos. En este sobrevivir a la vida todo parece más calmado, o mejor dicho trasladado a una nueva dimensión: un territorio gris donde los sueños y la realidad se mezclan sin solución de continuidad. Sin que el protagonista, mucho menos nosotros, sea capaz de distinguir cuando está despierto, cuando durmiendo. Cuando en la vigilia, cuando en el sueño.
De hecho, como ya dije en su momento, la película puede construirse como un ajuste de cuentas contra el psicoanálisis. Esta doctrina esta muy desacreditada hoy en día, llegando a ser considerada casi como pseudociencia, pero tuvo un inmenso predicamento en el pasado, sirviendo de fundamento científico a los supuestos estéticos del surrealismo. Sin embargo, a pesar de que Svankmajer reconoce y asume este legado, en Přežít svůj život queda reducido a simple y estéril pelea entre viejos. Sus mayores exponentes, Freud y Jung, se enzarzan en un combatem aunque sea en efigie, por demostrar quien tiene razón, para lo cual no dudan en recurrir a los trucos más sucios. Rifirafe que, pueden imaginar, no lleva a ninguna parte y se revela incapaz de resolver el conflictos del protagonista: los sueños recurrentes que le obsesionan.
En realidad, Svankamajer, en este campo de los sueñpos mira más atrás, a creencias muchos más antiguas, que se mezclan con la magia y el animismo. Aquéllas que consideraban el sueño como profético, revelador de la voluntad de dioses y espíritus, incluso como una realidad paralela, tan válida como la tangible. El lugar donde nuestras frustaciones se revelan hueras, nuestros deseos se llevan a cabo. No es de extrañar, por tanto, que el protagonista se revele contra la imposición psicoanalítica que busca extingir el sueño, hacerlo desaparecer, como si fuera una excrecencia tumoral, para por el contrario, aspirar a hacerse con el control del mismo, tornarlo lúcido, voluntario y controlable. Un espacio en el que se pueda penetrar, habitar, por medio de un ritual simple y sencillo. Con el objetivo de intercambiar sus papeles, relegar la realidad a fantasmagoría, hasta hacerla desaparecer por completo.
Sobreviviendo a la vida, en definitiva. A sus muchas derrotas, decepciones y frustaciones, hasta que la vida, metamorfoseada en sueño merezca ser vivida, o al menos se asemeje un poco -apenas un poco- a nuestros anhelos. O eso quisiéramos creer. La realidad resulta ser una bestia coriácea. Intentar expulsar sólo consigue que retorne con fuerzas renovadas, con ánimo de venganza.
Destruyendo así nuestros sueños o forzándonos a extraviarnos en ellos.
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