-Anatoly Ivanovich -empecé yo (V.Y. Prushinski,ingeniero jefe del Departamento de Energía Nuclear de Soyuzatomenergo) animado-. Polushkin y yo hemos inspeccionado desde el aire la planta nº 4, desde una altura de doscientos cincuenta metros. La planta está destrozada... O sea, está destruida, principalmente la parte monolítica de la sección del reactor, el cilindro separador, los locales de las principales bombas de circulación, el cilindro separador, la sala central, la cubierta superior de la defensa biológica está incandescente, hasta haber adquirido un color rosado y se halla inclinada en la cuna del reactor. En ella se ven nítidamente trozos de cables de comunicación y del sistema de refrigeración. En todas partes: en el tejado de la torre V, en la sala de máquinas, en el desgaseador, en el asfalto alrededor de la planta de, incluso, en el territorio de los dispositivos de distribución 330 y 750kv, ha esparcidos grafito y trozos de combustible. Es de creer que el reactor ha sido destrozado. La refrigeración no es efectiva.
Grigori Medvedev, La verdad sobre Chernóbil.
A estas alturas, si les digo que Chernobyl (Craig Mazin, 2019) es una obra maestra de la Televisión, espero que no les supondrá una sorpresa. Utilizando recursos fílmicos de una sobriedad poco común en nuestro tiempo, además de optar por una presentación realista a ultranza, su recreación del accidente nuclear de Chernóbil en 1986 ha desbancado a otras ficciones contemporáneas preferidas por el público, ya fueran fantasías desbocadas o en realidades idealizadas. Ambos tipos, en general, aplicación de reglas estrictas de género, acomodaticias y conformistas. En Chernobyl, sin embargo, la cruda realidad, en forma de reactor nuclear con su núcleo expuesto, se muestra mucho más temible que cualquier asesino psicópata, dragón escupefuego o invasión de zombies. Sin que esto suponga que ese realismo riguroso de la serie no tienda puentes hacia géneros más fantásticos y laxo. Como bien se ha dicho, Chernobyl es una serie de terror en que el monstruo que amenaza con el apocalípsis es el reactor nuclear que le da nombre.
La serie es así justificadamente loable, aunque sólo sea por su carácter de OVNI o su inesperado impacto sobre el público. Ha servido, además, para abrir un debate, en donde, como suele ocurrir, cada uno de los participantes se ha retratado desde el punto de vista ideológico. Los más conservadores -y algún despistado de izquierdas- la han visto como una crítica al sistema soviético, como si la serie demostrase en imágenes que el desastre acaecido allí es imposible de reproducirse en nuestras sociedades capitalistas. Los más progresistas -o de mente aguda- pudieron percibir, sin embargo, que se trata de un análisis de la ineptitud y el secretismo, de la facilidad con que la consecución a ultranza de unos objetivos, ya sean políticos o económicos distorsiona y niega la realidad.
La propaganda y sus mentiras se instalan así incluso en las mentes de quienes, por su puesto y conocimiento, deberían ser capaces de discernir entre la verdad y lo pretendido. Una ceguera que no es privativo de un sistema político, sino se hay muy extendido en nuestras estructuras empresariales capitalistas, en los que sólo importa justificar los objetivos propuestos, sin importar que se hayan logrado o no, mientras cualquier problema debería poder resolverse sólo a fuerza de voluntad y reaños, sin tener en cuenta impedimientos, imposibilidades, carencias y reveses.
No obstante, a pesar de su calidad excepcional la serie no es perfecta. Muchos comentaristas han señalado múltiples licencias narrativas que apartan el relato de la serie de la secuencia real de eventos. Algunos son justificables por razones de coherencia y síntesis dramáticas, -si no tendríamos que tirar a la basura, por ejemplo, a medio Shakespeare-, pero otros muchos son menos disculpables. El más llamativo, la inclusión del personaje de Uliana Jomyuk interpretado por Emily Watson, que es una mezcla de otros muchos que, en ocasiones, jamás llegaron a pisar el terreno de la central. Es por esa razón que, tras ver la serie, me enfrasqué en la lectura de una serie de libros sobre el tema: ara descubrír qué era era real y qué de cosecha propia, Por eso mismo, voy a ir comentándo libros y serie de manera simultánea: uniendo y comparando el relato histórico escrito con lo presentado en imágnes.
El primer libro es La verdad sobre Chernóbil de Grigori Medvedev, un trabajo que ocupa un lugar especial en el estudio del accidente. No sólo fue el primero intento por dar una explicación de los hechos, su antes y su después, sus causas y consecuencias, sino que lo hizo desde la URSS y desde una posición privilegiada en el sistema. Su autor era ingeniero nuclear y había estado involucrado en el programa nuclear civil soviético durante las décadas de los setenta y los ochenta, incluyendo la puesta en funcionamiento de la central de Chernóbil. No es, además, una apología en la que se busquen disculpas y eximentes, sino de una dura crítica al modo en que este programa se llevó a cabo, los errores que se cometieron, se toleraron y, en especial, se silenciaron. La propaganda interna del régimen, empeñada en demostrar la superioridad del régimen soviético, impidió que se conociesen y aplicasen las enseñanzas de los múltiples accidentes que se produjeron en el modelo de reactor utilizado en Chernóbil. La tesis del libro es así cercana a la de la serie, que pone al sistema, y a su política pavonearse de éxitos sin reveses, aunque fuera maquillando y disfrazando los fracasos, como catalizador de la catástrofe.
Asímismo, una buena parte de los incidentes del día del accidente y de los primeros días tras él han hallado su camino en la serie, sea de manera directa o via otros libros. Sin embargo, llaman atención las muchas licencias. La más llamativa es el papel de Vasili Legasov, el jefe del equipo técnico que tuvo que lidiar con las consecuencias del accidente, y el Boris Cherbina, vicepresidente de la URSS. Para Medvedev, Cherbina es tan culpable como Diátlov, Fomin o Brujianov, los responsables directos de la central y del experimiento, ya que no tomó las medidas necesarias para mejorar la seguridad de la centrales nucleares soviéticas, ni intentó luchar contra la cultura del secretismo y de los objetivos cumplidos a cualquier precio, a lo que se supeditaba cualquier otra consideración. Un aspecto cultural del régimen soviético que llevó a Diátlov, Fomin o Brujianov a llevar a cabo un experimento con el reactor saltándose todas las medidas de seguridad, obligados por la urgencia de terminarlo cuanto antes y presentarlo como logro del que jactarse.
Legasov, que en la serie es el héroe, en el libro de Medvedev brilla por su ausencia, salvo algunas citas de pasada. De hecho, gran parte de las acciones que realiza personalmente en la serie no son suyas, sino de otras personas que estaban in situ, durante las horas críticas que siguió a la explosión. En concreto, la serie da la impresión de que hasta que Cherbina y Legasov aterrizaron en Chernóbil, al atardecer del día del accidente, no se cobró conciencia de la gravedad real del accidente. Las pruebas, incluso, no se obtuvieron hasta que el helicóptero que los transportaba sobrevoló el reactor, de camino a la central, - la secuencia ilustrada arriba- para luego ser corroboradas por una inspección nocturna relámpago, a cargo de un general del ejército.
En el libro, sin embargo, la secuencia es muy distinta. Aunque durante la madrugada siguiente a la explosión tanto Diátlov como Fomin y Brujianov siguieron negando que el reactor hubiese sido dañado,otros miembros del equipo de la central empezaron a actuar por su cuenta. Por ejemplo, en el reactor 3, que compartía edificio con el reactor 4, el que estalló, su jefe de turno tomó la decisión de apagarlo en cuanto se declaró el incendio, impidiendo que se descontrolara al fallar la refrigeración con agua. Asímismo, mientras los responsables de la central se encerraban en el búnker, continuaban negando la catástrofe y ordenaban acciones que no tenían ya sentido, cuando no eran contraproducentes, otros técnicos de la central realizaban inspecciones oculares de los daños en el edificio, al precio de sus vidas, debido a la narración, llegando incluso a sobrevolar el núcleo en helicóptero, como se puede leer en el testimonio que abre esta entrada.
En definitiva, antes de que Legasov y Cherbina llegasen -junto con Mayorets, el ministro de energía- se había llegado a la conclusión de que el accidente no era controlable, que el sistema de refrigeración era inservible y que el nucleo estaba al aire. Se perdieron horas preciosas, cierto, porque nadie quería creer en una catástrofe de esa magnitud, pero la multitud de testimonios, de muchas fuentes y todos coincidentes, hizo imposible negarla.
A estas alturas, si les digo que Chernobyl (Craig Mazin, 2019) es una obra maestra de la Televisión, espero que no les supondrá una sorpresa. Utilizando recursos fílmicos de una sobriedad poco común en nuestro tiempo, además de optar por una presentación realista a ultranza, su recreación del accidente nuclear de Chernóbil en 1986 ha desbancado a otras ficciones contemporáneas preferidas por el público, ya fueran fantasías desbocadas o en realidades idealizadas. Ambos tipos, en general, aplicación de reglas estrictas de género, acomodaticias y conformistas. En Chernobyl, sin embargo, la cruda realidad, en forma de reactor nuclear con su núcleo expuesto, se muestra mucho más temible que cualquier asesino psicópata, dragón escupefuego o invasión de zombies. Sin que esto suponga que ese realismo riguroso de la serie no tienda puentes hacia géneros más fantásticos y laxo. Como bien se ha dicho, Chernobyl es una serie de terror en que el monstruo que amenaza con el apocalípsis es el reactor nuclear que le da nombre.
La serie es así justificadamente loable, aunque sólo sea por su carácter de OVNI o su inesperado impacto sobre el público. Ha servido, además, para abrir un debate, en donde, como suele ocurrir, cada uno de los participantes se ha retratado desde el punto de vista ideológico. Los más conservadores -y algún despistado de izquierdas- la han visto como una crítica al sistema soviético, como si la serie demostrase en imágenes que el desastre acaecido allí es imposible de reproducirse en nuestras sociedades capitalistas. Los más progresistas -o de mente aguda- pudieron percibir, sin embargo, que se trata de un análisis de la ineptitud y el secretismo, de la facilidad con que la consecución a ultranza de unos objetivos, ya sean políticos o económicos distorsiona y niega la realidad.
La propaganda y sus mentiras se instalan así incluso en las mentes de quienes, por su puesto y conocimiento, deberían ser capaces de discernir entre la verdad y lo pretendido. Una ceguera que no es privativo de un sistema político, sino se hay muy extendido en nuestras estructuras empresariales capitalistas, en los que sólo importa justificar los objetivos propuestos, sin importar que se hayan logrado o no, mientras cualquier problema debería poder resolverse sólo a fuerza de voluntad y reaños, sin tener en cuenta impedimientos, imposibilidades, carencias y reveses.
No obstante, a pesar de su calidad excepcional la serie no es perfecta. Muchos comentaristas han señalado múltiples licencias narrativas que apartan el relato de la serie de la secuencia real de eventos. Algunos son justificables por razones de coherencia y síntesis dramáticas, -si no tendríamos que tirar a la basura, por ejemplo, a medio Shakespeare-, pero otros muchos son menos disculpables. El más llamativo, la inclusión del personaje de Uliana Jomyuk interpretado por Emily Watson, que es una mezcla de otros muchos que, en ocasiones, jamás llegaron a pisar el terreno de la central. Es por esa razón que, tras ver la serie, me enfrasqué en la lectura de una serie de libros sobre el tema: ara descubrír qué era era real y qué de cosecha propia, Por eso mismo, voy a ir comentándo libros y serie de manera simultánea: uniendo y comparando el relato histórico escrito con lo presentado en imágnes.
El primer libro es La verdad sobre Chernóbil de Grigori Medvedev, un trabajo que ocupa un lugar especial en el estudio del accidente. No sólo fue el primero intento por dar una explicación de los hechos, su antes y su después, sus causas y consecuencias, sino que lo hizo desde la URSS y desde una posición privilegiada en el sistema. Su autor era ingeniero nuclear y había estado involucrado en el programa nuclear civil soviético durante las décadas de los setenta y los ochenta, incluyendo la puesta en funcionamiento de la central de Chernóbil. No es, además, una apología en la que se busquen disculpas y eximentes, sino de una dura crítica al modo en que este programa se llevó a cabo, los errores que se cometieron, se toleraron y, en especial, se silenciaron. La propaganda interna del régimen, empeñada en demostrar la superioridad del régimen soviético, impidió que se conociesen y aplicasen las enseñanzas de los múltiples accidentes que se produjeron en el modelo de reactor utilizado en Chernóbil. La tesis del libro es así cercana a la de la serie, que pone al sistema, y a su política pavonearse de éxitos sin reveses, aunque fuera maquillando y disfrazando los fracasos, como catalizador de la catástrofe.
Asímismo, una buena parte de los incidentes del día del accidente y de los primeros días tras él han hallado su camino en la serie, sea de manera directa o via otros libros. Sin embargo, llaman atención las muchas licencias. La más llamativa es el papel de Vasili Legasov, el jefe del equipo técnico que tuvo que lidiar con las consecuencias del accidente, y el Boris Cherbina, vicepresidente de la URSS. Para Medvedev, Cherbina es tan culpable como Diátlov, Fomin o Brujianov, los responsables directos de la central y del experimiento, ya que no tomó las medidas necesarias para mejorar la seguridad de la centrales nucleares soviéticas, ni intentó luchar contra la cultura del secretismo y de los objetivos cumplidos a cualquier precio, a lo que se supeditaba cualquier otra consideración. Un aspecto cultural del régimen soviético que llevó a Diátlov, Fomin o Brujianov a llevar a cabo un experimento con el reactor saltándose todas las medidas de seguridad, obligados por la urgencia de terminarlo cuanto antes y presentarlo como logro del que jactarse.
Legasov, que en la serie es el héroe, en el libro de Medvedev brilla por su ausencia, salvo algunas citas de pasada. De hecho, gran parte de las acciones que realiza personalmente en la serie no son suyas, sino de otras personas que estaban in situ, durante las horas críticas que siguió a la explosión. En concreto, la serie da la impresión de que hasta que Cherbina y Legasov aterrizaron en Chernóbil, al atardecer del día del accidente, no se cobró conciencia de la gravedad real del accidente. Las pruebas, incluso, no se obtuvieron hasta que el helicóptero que los transportaba sobrevoló el reactor, de camino a la central, - la secuencia ilustrada arriba- para luego ser corroboradas por una inspección nocturna relámpago, a cargo de un general del ejército.
En el libro, sin embargo, la secuencia es muy distinta. Aunque durante la madrugada siguiente a la explosión tanto Diátlov como Fomin y Brujianov siguieron negando que el reactor hubiese sido dañado,otros miembros del equipo de la central empezaron a actuar por su cuenta. Por ejemplo, en el reactor 3, que compartía edificio con el reactor 4, el que estalló, su jefe de turno tomó la decisión de apagarlo en cuanto se declaró el incendio, impidiendo que se descontrolara al fallar la refrigeración con agua. Asímismo, mientras los responsables de la central se encerraban en el búnker, continuaban negando la catástrofe y ordenaban acciones que no tenían ya sentido, cuando no eran contraproducentes, otros técnicos de la central realizaban inspecciones oculares de los daños en el edificio, al precio de sus vidas, debido a la narración, llegando incluso a sobrevolar el núcleo en helicóptero, como se puede leer en el testimonio que abre esta entrada.
En definitiva, antes de que Legasov y Cherbina llegasen -junto con Mayorets, el ministro de energía- se había llegado a la conclusión de que el accidente no era controlable, que el sistema de refrigeración era inservible y que el nucleo estaba al aire. Se perdieron horas preciosas, cierto, porque nadie quería creer en una catástrofe de esa magnitud, pero la multitud de testimonios, de muchas fuentes y todos coincidentes, hizo imposible negarla.
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