sábado, 25 de marzo de 2017

Carreteras secundarias

Wolf Huber
Lo primero, la protesta. Aunque no pase de ser pataleo.

De nuevo la baronesa Thyssen amenaza con vender cuadros de la colección, al igual que hizo años atrás con un Constable del que yo estaba enamorado desde el primer momento. Entre esas posibles ventas y la dispersión de obras que está realizando esa misma persona por otras sedes de la fundación, se corre el riesgo de que la Thyssen acabe por ser un inmenso caserón vacío dedicado a exposiciones temporales del impresionismo. Apelaría al estado y las instituciones culturales para poner fin a este expolio, pero ya saben que desde que comenzó la crisis, el arte ha pasado a ser una mercancía más con la que hacer dinero, especialmente los bancos. Nada queda ya de esas ideas transnochadas de educación, difusión y enseñanza que deberían regir nuestra política cultural y es casi imposible que resuciten. De hecho deberíamos dar gracias porque no quemen esos objetos inútiles y transformen los museos en algo realmente útil.

No sé, como una inmobiliaria, un casino o un campo de fútbol.

Pero dejando a un lado las jeremiadas, la exposición abierta ahora mismo en la Thyssen es más que interesante. Mucho más obviamente, que sacar de paseo a los impresionistas, como si no les hubiéramos visto bastante. Y lo es porque se trata de un préstamo del Museo de Bellas Artes de Budapest, cerrado ahora mismo por reforma, que nos permite ver una amplia selección de sus fondos. Es decir, no las estrellas del palmarés pictorico, aunque también estén representadas, sino aquellos artistas de segunda y tercera fila, cuyas obras dormitan en salas secundarias, de ésas que sólo visitamos de camino a donde se exponen los grandes maestros. Sin dignarnos a obsequiarles con una mirada, aunque sea de soslayo.

Excepto en estas ocasiones.


Franz von Stuck, Primavera

Supongo que es un sentimiento compartido por todo aficionado de cierta edad y experiencia. Poco a poco se aparta uno de las calles más transitadas, para preferir callejones y callejuelas. Se toma aversión a los grandes nombres y busca en los pequeños ese temblor, esa ilusión que antes asociaba con los otros. Como si se fuera un minero, un buscador de oro, no importa pasar horas y horas excavando, con las piernas sumergidas hasta las rodillas en el lodo, apartando guijarros para encontrar esa pepita dorada que sirva de recompensa a todo el trabajo. O en otras palabras, ese enamoramiento fugaz y repentino que dé sentido al instante y al día, aunque a la mañana siguiente se haya olvidado por completo. Tanto la obra como el nombre del artista.

Esto es precisamente lo que aportan estas obras traídas del otro extremo de Europa. Lo mismo que sentí, hace muchos años, en mi juventud, al visitar las salas del museo del que procedens. Contemplar el arte europeo, del renacimiento hasta las vanguardias, desde otro punto de vista distinto al mío, al que estaba aconstumbrado, al que me habían enseñado. Encontrarme con artistas desconocidos, de cuya obra no había recibido ningún dictamen y verme obligado a decidir por mí mismo. Sin ayuda de nadie. Sin que nadie me forzase a pensar de una u otra manera.

Y no faltan ocasiones en esta exposición. De los dibujos del artista renacentista alemán Wolf Huber, uno de los primeros en crear paisajes puros, a las ambiguas pinturas simbolistas de Franz von Sutck, siempre oscilando entre la atracción y la repulsión. O los casi Rembrandt de van den Eechoutr, alumno del primero, pintor de gran fama hasta eclipsar casi a su maestro, pero hoy prácticamente olvidado, como si nunca hubiera llegado a madurar e independizarse. O las ramificaciones de la modernidad y la vanguardia en esas tierra, también casi completamente olvidadas, pero testimonio de la fuerza, la repercusión y la amplitud que esos movimientos y esos ismos tuvieron en la cultura de su tiempo. Como vendría a demostrar, a contrapelo, la obsesión de Hitler con la Entartete Kunst.

Y tantos y tantos otros ejemplos. Lástima no tener el espacio, ni el tiempo, para comentarlos todos, uno por uno.

Sandor Bortnyik, La eva moderna



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