En una entrada anterior, había señalado el inmenso hueco que para el espectador medio parece abrirse entre dos películas mayores de Chris Marker: La Jetée (1962) y Sans Soleil (1982). La razón de este aparente vacío es meramente politica, ya que durante esas dos décadas el director francés fue un autor políticamente comprometido con la izquierda marxista europea. Un alineamiento que puede resultar más que incómodo en un tiempo como el que vivimos, de victoria completa del capitalismo en su versión neocon, y que claramente perjudica la difusión de las obras de ese periodo, en beneficio de otras menos militantes. El resultado es que la figura de Marker queda distorsionada, amputada de esos aspectos de combate y revolución, de transformación completa de la sociedad moderna, que ahora parecen provenientes de un mundo sin apenas conexión con nuestro presente.
Sin embargo, incluso en sus largometrajes abiertamente más comprometidos hay un cierto desapego, una cierta retirada, un mirar desde la distancia para no dejarse cegar por el entusiasmo, por la indignación y la necesidad de acción que ésta provoca. Loin de Vietnam (1967) dejaba claro que nuestras concepciones sobre la guerra que tuvo lugar en ese país siempre se realiz(ab)an desde la lejanía, desde la comodidad de nuestros hogares, sobre los cuales no llueven las bombas, en cuyo interior no se combate cuerpo a cuerpo. Por su parte, Le fond de l'air est rouge (1977, remontada en 1993) era la crónica de un despertar con resaca, el duro y doloroso registro de como la izquierda fracasó en todas las aventuras que emprendió a finales de los sesenta y principios de los setenta, bien por sus luchas intestinas, bien por la represión de un capitalismo liderado por los EEUU.
De esa manera, la obra y la figura de Marker volverían a quedar despojados - liberados, dirían algunos - de la mordiente de su compromiso político marxista, al poderse resumir su obra de ese tiempo en un despertar amargo, en un darse cuenta de que la izquierda, en sus formas clásicas, ya no era posible. Que se hacía necesario buscar otros modos, otras acciones, sin que existiera garantía de que existieran o se pudieran poner en práctica. Así quedaría todo cerrado y visto para sentencia, que sólo podría ser una sola, clara y definitiva.
Y de nuevo, nos estaríamos equivocando.
En ese periodo de penumbra, mejor dicho en un subperiodo de penumbra que iría de 1967 a 1973, Marker no sólo rodó las obras largas a las que me refería antes, sino una constelación de cortometrajes largos, que buscaban conservar y condensar un fragmento de la actualidad, de la larga lucha de las fuerzas de izquierda por eliminar las estructuras de opresión. Lucha que - y no es un factor baladí - era liderada por los propios oprimidos, quienes en su combate eran capaz de organizarse para crear estructuras sociales y productivas alternativas que ponían en tela el orden capitalista y que por ello mismo no podían ser toleradas por éste.
À bientot j'espère (1967), por ejemplo, narraba el fracaso de los trabajadores de un telar por evitar el despido de los trabajadores que se habían distinguido en una huelga anterior. Aunque crónica de una derrota, el documental servía para descubrir e ilustrar la tupida red solidaria que los propios trabajadores habían tejido para resistir las presiones de la empresa, además de mostrar como se llevaba a cabo esta resistencia antes del estallido del mayo del 68... y que este redujese la insurgencia política a un juego de estudiantes o de publicistas. Un tiempo pre-68 en el que los sindicatos realmente eran una fuerza de importancia en la vida económica y política, estaban auténticamente comprometidos con la seguridad y el bienestar no sólo de sus afilidados, sino de los trabajadores en general, no como ahora, que han devenido un engranaje más en el gigantesco motor de la corrupción, dejando a los asalariados a merced de los caprichos y arbitrariedades de las direcciones de las empresas.
Puisque on vous dit que c'est possible, a la que pertenecen las capturas que abren la entrada, es de 1973, perteneciente por tanto a un mundo en que la izquierda y sus ideales comenzaba ya a cuartearse, pero que recoge un caso trágicamente normal : el de una empresa de relojes, en ascenso durante los años sesenta, que en los setenta entra en crisis y pasa a ser administrada por una junta de acreedores que sólo piensa en disolverla para enjugar un poco sus perdídas. Lo excepcional en este caso es que los trabajadores, hasta ese momento indiferentes políticamente, deciden ocupar la fabrica y mantenerla abierta para poder seguir produciendo y vendiendo. Una iniciativa que les granjea la simpatía y el apoyo de la población, pero que es combatida por el gobierno, que no duda en enviar a la policía para expulsar de allí a los trabajadores y devolver las instalaciones y la maquinaria a los acreedores.
Una película que, al contrario que la anterior, acaba en un tono de esperanza y optimismo, como si ese acto de rebeldía, de autodeterminación, fuera a ser la chispa que prendiera fuego al edificio del capitalismo. Desgraciadamente, no fue así, como ha ocurrido con tantas y tantas otras chispas, tantos hitos decisivos, aparecidos desde entonces, quedados en nada. La conclusión de ambas películas, por tanto, es profundamente pesimista, aunque que Marker, en ese tiempo, no lo pensase ni planease así. La primera, porque los temores de los trabajadores - ilustrado en ese frío invierno durante el que intentan realizar su acción reivindicativa - se han hecho más que triste realidad. La segunda, porque como decía, toda esa lucha, todo ese ímpetu e ilusión han quedado en nada, si no es en la constatación de la impotencia propia ante fuerzas que tenían y tienen dinero más que suficiente para imponer sus deseos, pagar a quienes les canten sus alabanzas o para silenciar las voces discordantes.
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