En la revisión dominical - perdonen el hueco de la semana pasada - de la compilación de cortos animados realizados por el misterioso Beltesassar, le ha llegado el turno a Switchcraft realizado en 1994 por el ruso Konstantin Bronzit.
Bronzit no es un nombre cualquiera en la historia reciente de la animación. Uno de sus cortos, Au Bout du Monde, consiguió colarse en la lista de 100 mejores realizada por el festival de Annecy, y desde entonces su presencia ha sido constante en los diferentes festivales y recopilaciones dedicadas a esa forma. Lo que ese corto descubrío - y que obras posteriores no han hecho más que confirmar - es un autor interesado en situar a sus creaciones en medio de imposibles físicos y llevar esa premisa a sus últimas consecuencias lógicas. Únase a esto una especial habilidad para usar el dentro y fuera de cuadro - además del uso dramático del sonido, como conviene a unos cortos que renuncian a la palabra - y se tendrá una idea bastante clara de lo que puede esperarse de este autor.
Switchraft es una de sus primeras obras - primeriza, podríamos decir - pero aún así, si me permiten el tópico, contiene los rasgos fundamentales de su estilo. Como los cortos posteriores, parte de un absurdo que no se acaba de revelar nunca al espectador, la lucha de un hombre por conciliar el sueño, pero que no puede lograrlo debido a las andanzas de un ratón que comparte la misma habitación con él, y del que no puede librarse a pesar de sus muchos intentos. En otras tradiciones - la americana - esto habría servido para crear una sucesión de gags y persecuciones que se unirían en un crescendo hasta alcanzar un supuesto climax final, normalmente fallido e intrascendente. No es el caso de Bronzit que pertenece a una escuela con unos objetivos y presupuestos completamente distintas.
Como ya les había indicado, la anécdota a partir de la que Switcraft se desarrolla en realidad sirve para realizar un apunte sobre el modo en que percibimos e interpretamos el mundo. La acción, por llamarla de alguna manera, no busca ese crescendo de la tradición americana, sino crear una serie de células que se repiten rítmicamente, usando los mismos elementos y retornando una y otra vez a ellos. Así, las diferentes secciones, vienen marcadas por periodos donde la luz se apaga y reína la más completa obscuridad, de forma que el espectador tiene que adivinar lo que sucede en función de los sonidos que escucha y de las figuras abstractas que el animador introduce en ese plano vacío.
A estas barras de compás, que nos marcan el ritmo, se añade el hecho de que las acciones del protagonista adoptan la forma de un ritual, repetido sólo con pequeñas variaciones, que no responde ni solucionan el absurdo poco a poco va dominando el corto y del que sus protagonistas - el hombre y su gato - no parecen ser completamente conscientes. Ese sin sentido que domina el corto y de cuya explicación somos excluidos los espectadores, se ve subrayado por que Bronzit hace desaparecer, disolverse, a los personajes en cuanto se trasladan a lo largo de la escena, para que luego se materialicen en su lugar su destino. Una ultima transgresión consiste en que el corto se estructura como unos largos títulos de crédito que sólo cesan un poco antes del final, engañando al espectador que cree que debe esperar a una historia - y una explicación - posterior que nunca acaba de llegar.
Como es habitual aquí les dejo el corto. Disfrútenlo y recuerden que la animación es mucho más de lo que les venden habitualmente.
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