martes, 7 de agosto de 2012

Your true Calling


De entre las obras de Peter Watkins, Edward Munch, la película/serie de TV que rodara en 1976 para la televisión noruega, es su obra menos explícitamente política. Ya he hablado en otras ocasiones de este director, mi gran descubrimiento de este año, y como esta gran promesa del cine británico de finales de los 60 y principios de los 70, fue condenado al ostracismo por productores, público y crítica, debido al radicalismo de su posicionamiento político y estético, para ser luego redescubierto por una nueva generación de cinéfilos con la llegada del DVD... aunque para ese entonces, Watkins se había convertido en una especie de misántropo, con más de una cuenta que saldar con la sociedad y los órganos encargados de la difusión cultural, lo cual bloquea irremediablemente cualquier intento de Watkins por reconstruir su carrera, aunque lo poco que ha podido rodar en este inicio de siglo, poco tiene que envidiar a su obra temprana.

Que Edward Munch sea su obra menos política, no quiere decir que este aspecto esté ausente de ella, sino que otros aspectos de la biografía de este pintor ocupan el mismo plano que los aspectos socioeconomicos que determinaron su carrera y su arte. De hecho, si algo llama inmediatamente la atención en reconstrucción biográfica y la hace una excepción en ese genero que suele recibir el apelativo despectivo de biopic,  es que Watkins intenta reconctruir las coordenadas sociales y económicas en las que se desarrollo la infancia y juventud de Munch, mostrando así la acusada compartimentación en clases de la sociedad de Oslo (en aquel entonces llamada Cristania), las condiciones degradantes en las que vivían las clases bajas, forzadas a un estado de semidelincuencia y castigadas por ello por los guardianes de la moral, mayoritariamente de clase media y alta, el medio al que el joven Munch pertenece,  cuya hipocresia y mentira es mostrada en toda su crudeza.

Este detalle basta para separar a la obra de Munch de cualquier otra biografía al suso, más preocupadas por las hazañas sexuales del protagonista elegido que por cualquier otra cosa, como ocurría con cierta biografía de cierto poeta irlandés de primeros del siglo XX, en que su compromiso político con la revolución se reducía a un par de frases entre dos polvos. El otro elemento que diferencia aún más radicalmente a esta obra de otras de este género es que Watkins utiliza extensivamente documentos y testimonios de la época, especialmente las memorias del mismo pintor, intentando recrear como si fuera un  documental el ambiente de la época y sus protagonistas, sin apartarse un instante de la verdad histórica tal y como puede ser reconstruida y no como ciertas biografías de compositores famosos del XVIII, que no son más que un acúmulo de mentiras y leyendas que sus falsos admiradores creen a pies juntillas.

Ese rigor Watkinsiano no es nuevo y preside toda su obra, la cual se puede definir por un intento a ultranza de crear documentales sobre hechos y fenómenos que por su propia naturaleza no pueden ser objeto de ese tratamiento, en una curiosa paradoja que aplica las reglas de este género con todas sus consecuencias para destruirlas al mismo tiempo (y habría mucho que hablar sobre la obsesión de Watkins por destruir lo que el llama la monoforma en las artes visuales) proceso en el que se consigue una especial sinceridad y proximidad al público. De esta manera Edward Munch se convierte en un auténtico viaje a la mente de un artista y su proceso creativo, en el que se describen con el máximo detalle los factores e incidentes que llevaron a la constitución de su obra, reforzando esta disección con un recurso de estilo, en el cual ciertas imágenes ya vistas en el quasidocumental (como la muerte de su madre, la enfermedad que tuvo de niño o su relación de amantes con la señora Heissler) se convierten en auténticos leit-motivs, que se citan en rápida sucesión en momentos cruciales de la biografía del pintor, como obsesiones que luego se reflejarían en sus cuadros.

Esfuerzo de disección, como digo, que se convierte en casi obsesivo, ya que el Watkins de los años 70, que empezaba a sentir los efectos de ese ostracismo al que me refería al principio, encuentra en Munch una especie de alter ego, alguien que también fuera perseguido por su arte, pero que a pesar de todos los ataques por parte del stablishment artístico de su tiempo, no abandonó el camino que se había marcado hasta ser reconocido, destino que seguramente Watkins esperaba repetir.

O quizás no. Porque ese momento de reconocimiento, de victoria final de Munch, en la primera década del siglo XX, coincide también con un punto de inflexión en su carrera artística, desde el cual su obra deja de ser interesante, o al menos no tan personal ysobrecogedora como lo fuera en tiempos, resolución y decadencia que no podría estar más en contraposición con los fines y objetivos de Watkins, siempre dispuesto y preparado a hacer saltar las estructuras anquilosadas del arte y de la sociedad.

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