...El bien, quisimos el bien:
enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.
Preceptos y conceptos,
soberbia de teólogos:
golpear con la cruz,
fundar con sangre,
levantar la casa con ladrillos de crimen,
decretar la comunión
obligatoria...
Octavio Paz, Nocturno de San Ildefonso
En los últimos tiempos, la Fundación Juan March ha tomado la constumbre de organizar miniexposiciones en los huecos que le quedan entre las grandes. Conviene estar bien atento a ellas, en primer lugar porque no se suelen anunciar en los medios que dicen defender la cultura y en segundo lugar porque suele ser bastante interesantes, a pesar de ser diminutas.
La de este verano se llama Motherwell y los poetas, Octavio Paz y Rafael Alberti, y propone un diálogo entre las artes de la poesía y la pintura, de forma que Motherwell ilustra poemas de Octavio Paz (rizando el rizo porque uno de esos poemas es precisamente un elogio de Motherwell) mientras que Alberti canta a lo que él llama el negro Motherwell. El interés de la exposición estriba, por tanto, en su cualidad de sección tranversal, poniendo en contacto a artistas coetáneos, a los que la clasificación en artes nos hace pensar como esencialmente separados, ajenos a los logros de los otros, cuando en realidad estaban muy atentos a lo que ocurría en todas las artes de su tiempo, como muy bien demuestra esta exposición al recoger la admiración de Octavio Paz por Marcel Duchamp, expresada no solo en sus constantes escritos sobre el artista francés, sino en los muchos libros ál estilo Dada, que el escritor mejicano publicara.
Como puede intuirse, hay muchas maneras de ver esta exposición y de disfrutarla. En mi caso, lo que me enamoró de esta miniatura fueron los poemas de octavio Paz utilizados por Motherwell, cuya lectura consiguió aumentar aún más, si cabe, la admiración que tengo por ese escritor, una admiración que no deja de ser paradójica, ya que no he leído apenas nada de su obra, en un extraño caso de amor a ciegas.
La situación no es distinta en el caso de Motherwell, ya que en cierta manera los pintores del expresionismo abstracto de los 50 son para mí semejantes a un magma en el que todo se ha fundido y confundido. Un mar primigenio, obscuro e inmenso, del que surgen algunas personalidades singulares, como Pollock o Rothko, pero en el que, para el resto, sólo existen pequeñas guías a la navegación, notas al margen, que resumen a un artista como Motherwell a aquel que pintó el Homenaje a la República Española.
En el caso de Paz, la situación es aún más compleja, ya que apenas he leído nada de él y cuando digo apenas quiero decir nada. Mi conocimiento y admiración por ese escritor se reduce a una lectura de un artículo suyo que realizara uno de mis profesores de Lengua cuando estábamos terminando el instituto. Una obra del Paz ensayista que me reveló a un escritor de rara perspicacia y profundidad histórica, capaz de transcender el momento presente de su país, para descubrir en sus rasgos visibles las raíces históricas que lo ligaban al pasado y explicaban su carácter, encarnado casi exclusivamente en vicios y males.
Extraño enamoramiento, por tanto, y extraño estado el mío, el de amar profundamente a un escritor y no indagar en su obra. Esta exposición por suerte, ha servido de revulsivo, al descubrirme al Octavio Paz poeta, que en en los tres poemas allí expuestos se revela como un escritor de rara imaginación y fuerza expresiva, al mismo tiempo que conocedor y practicante de las formas de la vanguardia, especialmente esa variante castellana del surrealismo, en que la imagen surreal se utiliza para amplificar y fijar el contenido político/filosófico del poema, dejando de ser un mero juego intelectual/estético.
Exposición paradójica, por tanto, no siendo la menor de ellas que a pesar de su pequeñez e intrascendencia me haya llevado al fin a adquirir y leer la obra de ese escritor fundamental en castellano.
enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.
Preceptos y conceptos,
soberbia de teólogos:
golpear con la cruz,
fundar con sangre,
levantar la casa con ladrillos de crimen,
decretar la comunión
obligatoria...
Octavio Paz, Nocturno de San Ildefonso
En los últimos tiempos, la Fundación Juan March ha tomado la constumbre de organizar miniexposiciones en los huecos que le quedan entre las grandes. Conviene estar bien atento a ellas, en primer lugar porque no se suelen anunciar en los medios que dicen defender la cultura y en segundo lugar porque suele ser bastante interesantes, a pesar de ser diminutas.
La de este verano se llama Motherwell y los poetas, Octavio Paz y Rafael Alberti, y propone un diálogo entre las artes de la poesía y la pintura, de forma que Motherwell ilustra poemas de Octavio Paz (rizando el rizo porque uno de esos poemas es precisamente un elogio de Motherwell) mientras que Alberti canta a lo que él llama el negro Motherwell. El interés de la exposición estriba, por tanto, en su cualidad de sección tranversal, poniendo en contacto a artistas coetáneos, a los que la clasificación en artes nos hace pensar como esencialmente separados, ajenos a los logros de los otros, cuando en realidad estaban muy atentos a lo que ocurría en todas las artes de su tiempo, como muy bien demuestra esta exposición al recoger la admiración de Octavio Paz por Marcel Duchamp, expresada no solo en sus constantes escritos sobre el artista francés, sino en los muchos libros ál estilo Dada, que el escritor mejicano publicara.
Como puede intuirse, hay muchas maneras de ver esta exposición y de disfrutarla. En mi caso, lo que me enamoró de esta miniatura fueron los poemas de octavio Paz utilizados por Motherwell, cuya lectura consiguió aumentar aún más, si cabe, la admiración que tengo por ese escritor, una admiración que no deja de ser paradójica, ya que no he leído apenas nada de su obra, en un extraño caso de amor a ciegas.
La situación no es distinta en el caso de Motherwell, ya que en cierta manera los pintores del expresionismo abstracto de los 50 son para mí semejantes a un magma en el que todo se ha fundido y confundido. Un mar primigenio, obscuro e inmenso, del que surgen algunas personalidades singulares, como Pollock o Rothko, pero en el que, para el resto, sólo existen pequeñas guías a la navegación, notas al margen, que resumen a un artista como Motherwell a aquel que pintó el Homenaje a la República Española.
En el caso de Paz, la situación es aún más compleja, ya que apenas he leído nada de él y cuando digo apenas quiero decir nada. Mi conocimiento y admiración por ese escritor se reduce a una lectura de un artículo suyo que realizara uno de mis profesores de Lengua cuando estábamos terminando el instituto. Una obra del Paz ensayista que me reveló a un escritor de rara perspicacia y profundidad histórica, capaz de transcender el momento presente de su país, para descubrir en sus rasgos visibles las raíces históricas que lo ligaban al pasado y explicaban su carácter, encarnado casi exclusivamente en vicios y males.
Extraño enamoramiento, por tanto, y extraño estado el mío, el de amar profundamente a un escritor y no indagar en su obra. Esta exposición por suerte, ha servido de revulsivo, al descubrirme al Octavio Paz poeta, que en en los tres poemas allí expuestos se revela como un escritor de rara imaginación y fuerza expresiva, al mismo tiempo que conocedor y practicante de las formas de la vanguardia, especialmente esa variante castellana del surrealismo, en que la imagen surreal se utiliza para amplificar y fijar el contenido político/filosófico del poema, dejando de ser un mero juego intelectual/estético.
Exposición paradójica, por tanto, no siendo la menor de ellas que a pesar de su pequeñez e intrascendencia me haya llevado al fin a adquirir y leer la obra de ese escritor fundamental en castellano.
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