Those (coins) of the third class, certainly in the Kharosti legend and probably in the Greek legend, make out that Hermaeus was a much more important king than he really was, that is, they are propaganda. But if Kadphises I used as propaganda the name and portrait of a Greek king who was dead some fifty years before, and equipped him with extravagant titles he never bore and which were not suited to his position, only one explanation is possible. We have in this book met with several undoubted pedigree coins or series of coins used as propaganda - those of Antimachus, Agathocles, Eucratides - and these coins of Kadphises I are pedigree coins also: the Kushan, who was about to take or had just taken the Paropamisade from its Pahlava rulers, is announcing that he is related by blood to Hermaeus, in order to make himself more acceptable to the Greeks of that country; he is not a foreign conqueror but their lawful king.
W.H. Tarn. The Greeks in Bactria and India.
Hay regiones que pueden denominarse malditas para la arqueología. Una de ellas es Afganistan.
No lo es especialmente porque el clima de guerra continúa haya impedido la investigación arqueológica en los últimos cuarenta años, ni porque sus museos hayan sido saqueados y sus contenidos destruidos por razones religiosas, excepto lo poco que ha podido ser salvado por héroes locales que se jugaron la vida en ello, ni siquiera porque lo que queda aún enterrado esté siendo saqueado y vendido a ricos e instituciones occidentales, proceso en el que toda la información extraída por una excavación cuidadosa se pierde por completo.
No, no es por eso, porque desgraciadamente la inestabilidad de esa región se está extendiendo a toda la zona y lugares míticos para la arqueología, como Irak, han seguido ese mismo camino, recuerden la destrucción del museo de arqueología de Bagdad, mientras que otros como Siria está a punto de embarcarse en esa misma dinámica, si no lo han hecho ya.
El caso es que incluso si Afganistan fuera un país en paz y estable, la situación seguiría siendo extremadamente difícil y compleja para el estudios, ya que al tratarse de una zona fronteriza entre diferentes entornos culturales, requiere del especialista que sea capaz de manejar datos de tradiciones históricas que normalmente se consideran, y se mantienen, separadas. Así por ejemplo, para el periodo que se analiza en el libro de Tarn, los estados griegos sucesores de Alejandro en Bactria (Afganistán) y la India, el historiador/arqueólogo debería ser capaz de manejar con fluidez las fuentes grecorromanas, chinas e hindues, que son las que nos han transmitido noticias más o menos contemporáneas sobre el periodo. Es decir, debería dominar al menos Latin y Griego, Sanscrito y otras lenguas hindues, junto con chino, además de todas las lenguas propias de la zona, como el persa, lo cual pueden suponer no está al alcance de cualquiera, más si se tiene en cuenta con los expertos en cada uno de los ambientes culturales citados están a su vez subespecializados en otras lenguas propias de su campo de estudio, como podrían ser el hebreo, akadio, arameo, siriaco o copto/egipcio, para los historiadores/arqueólogos del área meditarrenae.
Aún cuando pudiera encontrarse una persona así, nos enfrentaríamos a otra dificultad en este caso casi insalvable: la calidad de las fuentes. Para las tres civilizaciones implicadas, la grecorromana, la china, y en cierta medida la hindú, esta era un zona marginal. De esta manera, lo que ha sobrevidido en la literatura grecorromana, son apenas referencias de geografos como Estrabón y Ptolomeo, o de enciclopedistas como Plinio, aparte de un apretado resumen de la historia de Progo sobre los reyes helenísticos, en la que el compilador sólo tenía interes en los sucesos de los que pudiera extraer una lección moral, eliminando todo lo demás. En lo que respecta al ámbito chino, las referencias al reíno Greco Bactrio se limitan a informes de viajeros que consiguieron llegar a esas tierras a finales del siglo II a.C y principios del siglo I a.C., noticias que se extinguen tan pronto como la lejanía de esas tierras hace imposible mantener una presencia china estable y duradera.
Nuestras noticias deberían mejorar en el caso Hindú, que no sólo eran vecinos de estos estados helenísticos, sino que la expansión de estos les llevó a conquistar territorios que Alejandro jamás pisó, como fue la cuenca del Ganges. No obstante, la civilización hindú es llamativamente refractaria a la historia, y nunca se ha preocupado por crear una tradición en ese sentido, de manera que nuestras fuentes se reducen a obras religiosas, como el Milindapanha, donde el rey griego Menandro aparece como promotor del budismo, profecías que en realidad hablan del pasado, al estilo del libro bíblico de Daniel, como es el caso del Yuga-Purana, u obras de teatro escritas mucho tiempo tras los hecho, que sólo nos hablan de la importancia del reino grecobactrio y sus sucesores grecoindios en la India antigua (¡Pero no de Alejandro, que no es recordado en absoluto!) y que necesitan siempre de confirmación externa que permita orientarse en sus confusas noticias.
Entonces... ¿qué queda? Por extraño que pueda parecer, la mejor y más fiable fuente de información con la que contamos es la numismática. En todo la zona, Afganistán y Pakistan, se han descubierto numerosos tesoros que contienen un auténtico catálogo de las emisiones de los reyes grecobactrios y grecoindios, además de sus sucesores sacas y kushanes. Lo más interesante es que muchas de estas acuñaciones contienen referencias a reyes anteriores, con razones propagandísticas, como indica el texto, de forma que es posible establecer una secuencia de sucesión, llegando al extremo, como se señala también el texto, de que los reyes sacas y cusanos, bárbaros de Asia Central que terminaron con el dominio griego a lo largo del siglo I a.C, siguen haciendo referencia a los reyes indogriegos y utilizando esa lengua en sus acuñaciones, signo de la influencia e importancia de la cultura griega en el area en los últimos siglos antes de Cristo.
Una secuencia clara de sucesión, por tanto, pero ahí se acaba todo, ya que muchas veces las monedas hacen referencias a eras cuyo inicio se desconoce, de forma que un mismo rey puede ser colocado en una amplísima banda cronológica, abarcando incluso dos siglos, de manera que, por ejemplo, en el caso del Imperio Kushan, no se ha llegado a un acuerdo sobre sus fechas de inicio y de fin. En este sentido, la obra de Tarr, se propone ser la obra definitiva sobre el tema, la que establezca de manera segura la cronología del reíno grecobactrio (siglo III y II a.C) y sus sucesores indogriegos (siglo II a.C y siglo I a.C.) fijando de rebote el inicio del imperio Kushan.
Una tarea no exenta de problemas y de dificultades, no siendo la menor que se trata de una obra de los años 30 escrita con la metodología de entonces. Tarn es ante todo un helenista y, como el mismo reconoce, no está versado en la historia hindú o china. Por otra parte, sus fuentes, ante todo, son literarias, ayudadas por la numismática y lo poco excavado hasta entonces, magros recursos para un libro que tiene más de 600 páginas, que tiene que llenarse de alguna manera.
Ese alguna manera, es el defecto mayor de la obra, aunque no lo era en su tiempo, ya que la historiografía de aquel entonces era altamente especulativa y los estudiosos tendían a forzar los hechos para que respondiesen a sus tesis previas, por muy tenues que fueran las pruebas que encontraban (no es que hayamos mejorado mucho, no, y esa puede ser la mayor contribución del postmodernismo el obligar a las disciplinas históricas a ser más rigurosas y cuidadosas). En el caso de Tarn, esto de traduce en su convencimiento de la misión de Alejandro: la helenización del Oriente y la creación de un nuevo imperio grecooriental, donde lo mejor de ambas civilizaciones se conjugase, idea que tuvo una amplia acogida en los años 40 y 50 del siglo XX, como puede apreciarse en popularizaciones del estilo de la Cleopatra de Mankiewick, pero que hoy está completamente abandonada, simplemente porque ninguna de las fuentes se pone de acuerdo en qué pretendía realmente Alejandro, si es que pretendía algo.
Este supuesto ideal Alejandrino, Tarn lo proyecta sobre todos los personajes históricos que la numismática nos revela, lo cual si en Alejandro era aventurado, en personalidades como la de Menandro, rey indogriego de mediados del siglo II a.C es completamente absurdo, ya que no sabemos nada de él fuera de sus monedas y de la leyenda recogida en el Milindapanha, en el que este rey aparece como promotor del budismo, concepción que Tarn rechaza por entero, al no ajustarse a su idea de los soberanos helenísticos como propagadores y propagandistas del helenismo en Asia y por tanto, refractarios a las ideas, filosofías y religiones de esas tierras. Estas especulaciones además se ven agravadas porque, una vez que las da por supuestas, Tarn construye sobre ellas edificios enteros, que se derrumbarían por ensalmo si su único apoyo se retirase.
Quizás la mayor virtud del libro sea despertar el interés por esa historia olvidada, aunque quizás sólo sirva para despertarlo en aquellos que ya sentíamos atracción por ella... especialmente porque sería interesante saber cual es el consenso actual sobre el tema, si es que existe, y en qué medida Tarn había acertado en su reconstrucción de la secuencia histórica o no, pero como les digo, la situación en la zona, el descuido, la destrucción premeditaba y el saqueo me hacen pensar que jamás llegaremos conseguir una reconstrucción que no pase de simples conjeturas o especulaciones.
W.H. Tarn. The Greeks in Bactria and India.
Hay regiones que pueden denominarse malditas para la arqueología. Una de ellas es Afganistan.
No lo es especialmente porque el clima de guerra continúa haya impedido la investigación arqueológica en los últimos cuarenta años, ni porque sus museos hayan sido saqueados y sus contenidos destruidos por razones religiosas, excepto lo poco que ha podido ser salvado por héroes locales que se jugaron la vida en ello, ni siquiera porque lo que queda aún enterrado esté siendo saqueado y vendido a ricos e instituciones occidentales, proceso en el que toda la información extraída por una excavación cuidadosa se pierde por completo.
No, no es por eso, porque desgraciadamente la inestabilidad de esa región se está extendiendo a toda la zona y lugares míticos para la arqueología, como Irak, han seguido ese mismo camino, recuerden la destrucción del museo de arqueología de Bagdad, mientras que otros como Siria está a punto de embarcarse en esa misma dinámica, si no lo han hecho ya.
El caso es que incluso si Afganistan fuera un país en paz y estable, la situación seguiría siendo extremadamente difícil y compleja para el estudios, ya que al tratarse de una zona fronteriza entre diferentes entornos culturales, requiere del especialista que sea capaz de manejar datos de tradiciones históricas que normalmente se consideran, y se mantienen, separadas. Así por ejemplo, para el periodo que se analiza en el libro de Tarn, los estados griegos sucesores de Alejandro en Bactria (Afganistán) y la India, el historiador/arqueólogo debería ser capaz de manejar con fluidez las fuentes grecorromanas, chinas e hindues, que son las que nos han transmitido noticias más o menos contemporáneas sobre el periodo. Es decir, debería dominar al menos Latin y Griego, Sanscrito y otras lenguas hindues, junto con chino, además de todas las lenguas propias de la zona, como el persa, lo cual pueden suponer no está al alcance de cualquiera, más si se tiene en cuenta con los expertos en cada uno de los ambientes culturales citados están a su vez subespecializados en otras lenguas propias de su campo de estudio, como podrían ser el hebreo, akadio, arameo, siriaco o copto/egipcio, para los historiadores/arqueólogos del área meditarrenae.
Aún cuando pudiera encontrarse una persona así, nos enfrentaríamos a otra dificultad en este caso casi insalvable: la calidad de las fuentes. Para las tres civilizaciones implicadas, la grecorromana, la china, y en cierta medida la hindú, esta era un zona marginal. De esta manera, lo que ha sobrevidido en la literatura grecorromana, son apenas referencias de geografos como Estrabón y Ptolomeo, o de enciclopedistas como Plinio, aparte de un apretado resumen de la historia de Progo sobre los reyes helenísticos, en la que el compilador sólo tenía interes en los sucesos de los que pudiera extraer una lección moral, eliminando todo lo demás. En lo que respecta al ámbito chino, las referencias al reíno Greco Bactrio se limitan a informes de viajeros que consiguieron llegar a esas tierras a finales del siglo II a.C y principios del siglo I a.C., noticias que se extinguen tan pronto como la lejanía de esas tierras hace imposible mantener una presencia china estable y duradera.
Nuestras noticias deberían mejorar en el caso Hindú, que no sólo eran vecinos de estos estados helenísticos, sino que la expansión de estos les llevó a conquistar territorios que Alejandro jamás pisó, como fue la cuenca del Ganges. No obstante, la civilización hindú es llamativamente refractaria a la historia, y nunca se ha preocupado por crear una tradición en ese sentido, de manera que nuestras fuentes se reducen a obras religiosas, como el Milindapanha, donde el rey griego Menandro aparece como promotor del budismo, profecías que en realidad hablan del pasado, al estilo del libro bíblico de Daniel, como es el caso del Yuga-Purana, u obras de teatro escritas mucho tiempo tras los hecho, que sólo nos hablan de la importancia del reino grecobactrio y sus sucesores grecoindios en la India antigua (¡Pero no de Alejandro, que no es recordado en absoluto!) y que necesitan siempre de confirmación externa que permita orientarse en sus confusas noticias.
Entonces... ¿qué queda? Por extraño que pueda parecer, la mejor y más fiable fuente de información con la que contamos es la numismática. En todo la zona, Afganistán y Pakistan, se han descubierto numerosos tesoros que contienen un auténtico catálogo de las emisiones de los reyes grecobactrios y grecoindios, además de sus sucesores sacas y kushanes. Lo más interesante es que muchas de estas acuñaciones contienen referencias a reyes anteriores, con razones propagandísticas, como indica el texto, de forma que es posible establecer una secuencia de sucesión, llegando al extremo, como se señala también el texto, de que los reyes sacas y cusanos, bárbaros de Asia Central que terminaron con el dominio griego a lo largo del siglo I a.C, siguen haciendo referencia a los reyes indogriegos y utilizando esa lengua en sus acuñaciones, signo de la influencia e importancia de la cultura griega en el area en los últimos siglos antes de Cristo.
Una secuencia clara de sucesión, por tanto, pero ahí se acaba todo, ya que muchas veces las monedas hacen referencias a eras cuyo inicio se desconoce, de forma que un mismo rey puede ser colocado en una amplísima banda cronológica, abarcando incluso dos siglos, de manera que, por ejemplo, en el caso del Imperio Kushan, no se ha llegado a un acuerdo sobre sus fechas de inicio y de fin. En este sentido, la obra de Tarr, se propone ser la obra definitiva sobre el tema, la que establezca de manera segura la cronología del reíno grecobactrio (siglo III y II a.C) y sus sucesores indogriegos (siglo II a.C y siglo I a.C.) fijando de rebote el inicio del imperio Kushan.
Una tarea no exenta de problemas y de dificultades, no siendo la menor que se trata de una obra de los años 30 escrita con la metodología de entonces. Tarn es ante todo un helenista y, como el mismo reconoce, no está versado en la historia hindú o china. Por otra parte, sus fuentes, ante todo, son literarias, ayudadas por la numismática y lo poco excavado hasta entonces, magros recursos para un libro que tiene más de 600 páginas, que tiene que llenarse de alguna manera.
Ese alguna manera, es el defecto mayor de la obra, aunque no lo era en su tiempo, ya que la historiografía de aquel entonces era altamente especulativa y los estudiosos tendían a forzar los hechos para que respondiesen a sus tesis previas, por muy tenues que fueran las pruebas que encontraban (no es que hayamos mejorado mucho, no, y esa puede ser la mayor contribución del postmodernismo el obligar a las disciplinas históricas a ser más rigurosas y cuidadosas). En el caso de Tarn, esto de traduce en su convencimiento de la misión de Alejandro: la helenización del Oriente y la creación de un nuevo imperio grecooriental, donde lo mejor de ambas civilizaciones se conjugase, idea que tuvo una amplia acogida en los años 40 y 50 del siglo XX, como puede apreciarse en popularizaciones del estilo de la Cleopatra de Mankiewick, pero que hoy está completamente abandonada, simplemente porque ninguna de las fuentes se pone de acuerdo en qué pretendía realmente Alejandro, si es que pretendía algo.
Este supuesto ideal Alejandrino, Tarn lo proyecta sobre todos los personajes históricos que la numismática nos revela, lo cual si en Alejandro era aventurado, en personalidades como la de Menandro, rey indogriego de mediados del siglo II a.C es completamente absurdo, ya que no sabemos nada de él fuera de sus monedas y de la leyenda recogida en el Milindapanha, en el que este rey aparece como promotor del budismo, concepción que Tarn rechaza por entero, al no ajustarse a su idea de los soberanos helenísticos como propagadores y propagandistas del helenismo en Asia y por tanto, refractarios a las ideas, filosofías y religiones de esas tierras. Estas especulaciones además se ven agravadas porque, una vez que las da por supuestas, Tarn construye sobre ellas edificios enteros, que se derrumbarían por ensalmo si su único apoyo se retirase.
Quizás la mayor virtud del libro sea despertar el interés por esa historia olvidada, aunque quizás sólo sirva para despertarlo en aquellos que ya sentíamos atracción por ella... especialmente porque sería interesante saber cual es el consenso actual sobre el tema, si es que existe, y en qué medida Tarn había acertado en su reconstrucción de la secuencia histórica o no, pero como les digo, la situación en la zona, el descuido, la destrucción premeditaba y el saqueo me hacen pensar que jamás llegaremos conseguir una reconstrucción que no pase de simples conjeturas o especulaciones.
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