Debo confesarles que una de mis pasiones es el cine bélico, lo cual me hace tragarme según que truños sólo porque tratan algún periodo de la historia, así que no deberñía extrañarles que en cuanto he tenido oportunidad haya revisado Tora, Tora, Tora, la coproducción americanojaponesa de los sesenta, rodada a medias por Richard Fleischer y un conjunto de directores japoneses (hasta Kurosawa apareció por allí) y que intenta reconstruir, con más o menos fortuna, los hechos que llevaron al ataque contra Pearl Harbour.
Pero vayamos por partes, el subgenero bélico puede dividirse en tres grandes grupos. Por un lado, la larga secuencia de películas que han imitado el modelo de The Lost Patrol de John Ford, las cuales han dado los mejores productos de este género y siempre han tenido una fuerte componente pacifista. El segundo tipo eran Las costosas superpoducciones que intentaban reconstruir un hecho bélico, siempre fallidas, total o parcialmente, exageradas e hinchadas hasta el hastío, mientras el tercer tipo englobaba las películas de hazañas bélicas que se inventaban una misión imposible que sus protagonistas culminaban contra todo pronóstico, tipo The Guns of Navarone o Where the Eagles Dare, filmes perfecta y completamente olvidables, por su propio bien.
La huella de estos tres tipos de film llega hasta nuestros días, especialmente la de los dos primeros tipos, encarnada en extraños híbridos, como Band of Brothers y The Pacific, que mezclan reconstrucción histórica con soldados perdidos en el campo de batalla, mientras que incluso el tercer tipo ha tenido una inesperada resurrección con la reciente Inglorious Basterds de Tarantino.
Tora, Tora, Tora, por supuesto pertenece al segundo tipo y hay que decir que puede ser la que mejor ha envejecido de todas, no sólo por proponer una versión no patriotera y ultranacionalista de los hechos relatados (comparése con el engendro llamado Pearl Harbor de 1941), sino por constituir un ejemplo de las alturas a las que se podía llegar en el pasado sin recurrir a los CGIs. Por supuesto, esa neutralidad a la que me refería, tiene unas causas históricas muy claras en el contexto de los años 60, el granjearse el apoyo del antiguo enemigo convertido en aliado y mostrar a ambos bandos como igual de nobles y dignos.
Curiosamente, ese esfuerzo de ecuanimidad es el que le obliga a las mayores traiciones históricas, como el hecho de intentar absolver a la marina japonesa de cualquier responsabilidad en las acciones del Japón, convirtiéndolos en los buenos de la historia y en la imagen positiva a la que los supervivientes japoneses de la guerra podían agarrarse para aquietar sus conciencias... y que se extiende también a la figura de un emperador, sin poder político decisorio, pero cuya familia intervino y se benefició de la expansión imperial japonesa.
Curiosamente, es por ello que las escenas de mayor exaltación militar aparecen en el lado japonés, sin recibir ninguna crítica, mientras que el lado americano áparece imbuido aún de esa concepción de ejército civil, apéndice y exponente de la sociedad americana, siempre sometido al poder civil, tan apartada de Rambos y similares, que desaparecería con la guerra del Viet-Nam y la posterior revolución conservadora.
Es por ello también que las partes más interesantes de la película sean precisamente las peripecias de los decodificadores americanos de los códigos japoneses, en las cuales se destaca su trabajo intelectual, tan apartado de las virtudes guerreras, y su pequeñez frente al aparato del estado, del cual no son más que una mínima parte, todo ello enfrentado a una sociedad japonesa, rígidamente estructurada, y donde cualquier actuación pública, como bien ilustra la película, no es más que una representación de decisiones previamente tomadas en privado, llegando al extremo de que incluso las voces de oposición parecen formar parte del guión previamente escrito y muchas veces ensayado.
Un inmovilismo que acaba convertido en el mayor defecto de la sociedad japonesa, en la causa que inevitablemente lleva a la guerra contra los Estados Unidos, ya que cada personaje parece tan convencido de su papel, lo acepta con tal fatalismo, que ninguno tomará la decisión de oponerse, por mucho que todos sepan el inmenso error que están cometiendo.
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