Si algo puede sorprender al espectador actual, cuando se enfrenta por primera vez a los tres mediometrajes que componen Tríptico Elemental de España de Val del Omar, es su acendrada religiosidad que podría calificarse de cristiana en su rama católica. Sin embargo, y avisando que lo que sigue no es más que una especulación producto de mi ignoracia, la espiritualidad visible en los cortos de Val del Omar parece tener unos orígenes más amplios que los del simple catolicismo, llegando a rozar ciertas formas heréticas, o por decirlo de otra manera, si su aspecto visual es eminentemente cristiano, es porque es en en esa forma en la que las ansias humanas de transcendencia se han manifestado en las tierras donde nació y vivió.
¿En que me baso para sustentar esta tesis? Si se examina con atención Acariño Gallego, el último temporalmente de su tríptico, pero el primero en orden de vista, se puede apreciar que bajo la costra de esas manifestaciones cristianas late otra religiosidad más antigua y profunda, sobre la cual el cristianismo ha crecido sin poder ocultarlas por completos. Una religión de la tierra, ctónica, del agua, del barro y del fuego, que atraviesa e impregna el humus cristiano, último estrato de una gruesa capa de sedimentos espirituales que se pierden en la noche de los tiempos.
Aparte de esta religión primitiva, que descubre el aliento divino en toda la creación inanimada, el tríptico elemental apunta también a otras tendencias cristianas, aunque heréticas, en concreto la sintesis gnóstica, según la cual el mundo no es otra cosa que ilusión, cuya contemplación nos impide la visión divina, siendo por tanto, misión y destino del creyente, despertar de su sueño y descubrir la verdad tras la realidad, liberandose de estas ataduras terrenales en las que se encuentra prisionero.
Por supuesto, ninguna película, ni ninguna obra de arte es grande por su qué, sino por su cómo, por su capacidad de traducir estos conceptos abstractos y áridos en nucleos estéticos que sean capaces de fascinarnos y apasionarnos. Es así que, curiosamente, Val del Omar puede ser el único artista del siglo XX, no ya en el cine, sino en todas las artes, de haber sabido utilizar las formas de la vanguardia para transmitir un mensaje experimental, de forma que sus marcas de estilo, los time-lapse, las iluminaciones abstractas y desasosegantes, las lentes deformantes, los virados y el uso del negativo, la asociación libre mediante el montaje de imágenes aparetntement sin relación, parecen, usadas por sus manos especialmente pertinentes u apropiadas.
Porque a través de ese caos de montaje descubrimos esa permanencia eterna de la religión primordial a traves de los tiempos y de cualquiera de sus formas, siendo la cristiana la última de ellas, y mediante los recursos opticos deformantes, sus iluminaciones inesperadas, sus time-lapse, ascendemos a esa otra realidad más real que la sensible, descubriendo al fin lo que nuestros ojos terrenales son incapaces de ver.
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