Dentro de mi revisión de la lista de mejores cortos animados, recopilada por el festival de Annecy, le ha llegado el turno a Ryan, realizado en 2004 por Chris Landreth.
Los pocos que lean este blog sabran de mis reparos hacia la animación 3D, provocados por su tendencia a dejarse seducir por la representación exacta de la realidad, olvidándose en el camino de todo lo que hace diferente a la animación del cine de personajes reales. Con esta introducción, los que conozcan el corto podrán haber deducido que Ryan es de los cortos 3D que me gustan, ya que en él el objeto no conseguir que los bichos representados tengan un orden de magnittud mayor en su pilosidad, sino intentar explorar las posibilidades que el ordenador en general y la 3D en particular, ofrecen a la forma de la animación.
Desde un punto de vista temático, el corto destaca también por su originalidad. Ahora se han vuelto más o menos normales, o al menos no tan inesperados, pero en 2004 el concepto de un documental animado era casi sinónimo de herejía, ya que según los dogmas estéticos que aún se siguen enseñando, ambas formas cinematográficas eran esencialmente opuestas, sin puntos de contacto posibles. No obstante, en este caso se puede decir que una solución hibrida era inevitable, dada la resonancia del tema tratado sobre el director personal, que hace imposible una aproximación objetiva y desapasionada (el ideal del documental según nos han enseñado) y obliga a recurrir a medios que permitan una plasmación esencialmente subjetivo, acercándose al género literario del ensayo.
Esa subjetividad y repercusión personal se debe a que el corto es básicamente un animador narrando la biografía de otro animador, pero no de un animador cualquiera, sino de alguien que tras haber llegado a lo más alto de su carrera y haber legado dos cortos que son fundamentales en la historia de la forma, perdió su creatividad y acabó mendigando por las calles, incapaz de volver a encontrarse a sí mismo y recuperarse, como si aquellas glorias hubieran sido conseguidas por otra persona y no él. Este camino hacia la locura y la autodestrucción tiene, como digo, una especial resonancia para el director del corto, no ya por ser también un creador y compartir el miedo de todos los creadores a perder su don, sino porque según se nos confiesa en el corto, la locura destruyó a miembros de su familia cercana y el mismo tiene atisbos de poder padecer esa enfermedad, de forma que el camino hacía la destrucción de Ryan, bien pudiera ser el suyo... obsesión y miedo, que es una constante en la obra de Landreth
Esa cercanía al caso de Ryan, que se plasma en un miedo evidente a estar en el borde del abismo, al cual se acabará por caer inevitablemente, no es representado sólo de forma literaria, mediante las conversaciones y las reflexiones del director del corto, como ocurriría en un documental convencional, sino que se muestra también de una forma plástica, de forma que los trasuntos 3D de los personajes involucrados en el corto, muestren en ellos las huellas de las diferentes crisis que han ido atravesando, las cicatrices que nunca se cerrarán ni cicatrizacirán y cuya acumulación, a medida que transcurra la existencia, acabarán por destruirles, arrebatándoles aquello de lo que están más orgullosos, conviertiéndoles en sombras de lo que fueron, en recuerdos vivientes de personas inexistentes, cuya forma actual será incapaz, con ayuda o sin ella, de encontrar el camino de vuelta, de levantarse y escapar del infierno al que han sido (o se han) arrojado.
Como siempre, aquí les dejo el corto, para que lo disfruten... y para qué piensen en como, a pesar de todo nuestro orgullo y seguridades, los hilos que nos atan a nuestra existencia actual son esencialmente frágiles, y que cualquier accidente puede cortarlos, de forma irremediable.
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