domingo, 9 de mayo de 2010
100 AS (XIII): Duck amuck (1953) Chuck Jones
En esta ocasión, en mi revisión de la lista de Annecy, le ha llegado el turno a un cortó mítico, Duck Amuck, de un director mítico, Chuck Jones, de un estudio no menos mítico en el mundo de la animación, la Warner.
A lo largo de los años la importancia de la Warner en la animación americana, en el periodo 1930-1960, no ha hecho otra cosa que crecer y crecer, hasta convertirse en la memoria del espectador en el paradigma animado de esa época, reemplazando a la Disney que había reinado en ese periodo sin rivales. De hecho, mientras que la Disney no ha podido librarse del estigma de ser infantil, ñoño y pudibundo, la Warner se ha convertido en el ejemplo de la animación adulta contemporánea, al conseguir el punto de gamberrismo, descaro y rebeldía que se supone espera el público inteligente.
Hay fuertes razones para esta preeminencia de la Warner. A finales de los 30 , la Disney había desplazado a todos sus rivales, hasta el extremo de que la historia sería reescrita para que pareciese que nunca había existido otra compañía que no fuera la Disney. Algunos de los estudios, incluso de los que llevaban decenios de actividad, se vieron obligados a cesar su actividad, como fue el caso de los Fleischer. Otros, como Terrytoons y en menor medida Lantz, se dedicaron a producir productos baratos sin aspirar a otra cosa que hacer negocio. No obstante, a pesar de su triunfo, la Disney también se vio tocada, en una de sus múltiples renuncias, Walt perdió todo interés por los cortos, que pronto se volvieron repetitivos, sin brillo ni atractivo.
Quedaba así abierto un nicho productivo, al alcance de quien lo quisiera tomar.
Fue precisamente a finales de los 30 cuando en la Termite Terrace, se encontraron cuatro de los grandes talentos de la animación, Bob Camplett, Friz Freleng, Tex Avery y Chuck Jones, que en unos pocos años dieron un golpe de timón a la animación del estudio, hasta ese instante de segunda y mala copia de los otros, para convertirlo en una factoria de obras maestras, que aún hoy se siguen disfrutando. No fue solamente el talento de estos creadores lo que produjo el cambio. Por alguna razón se les dejó casi completa libertad para hacer lo que quisieran (aunque esta libertad no fue completa, piénsese en los despidos fulminantes de Camplett o Avery... o los múltiples de Jones) y a su alrededor se aglutinó un destacadísimo conjunto de animadores, dibujantes y músico. Tan alta llegó a ser la densidad de talentos, que cuando a finales de los 50 este grupo comenzó a disolverse, la calidad de los productos Warner cayó en picado, y casi ninguno de los directores de este póker de ases, exceptuando a Avery, consiguió crear fuera de la Warner alguna obra que se acercará a lo conseguido en el estudio que les catapultara a la fama.
Lo anterior no supone ningún desdoro para estos creadores. Simplemente que los medios y la libertad de la Warner les permitieron alcanzar el cielo. Su talento es innegable y a él ayudó el hecho de que todos ellos habían visto de primera mano el trabajo de los pioneros, tanto de la animación como del cine, aprendiendo de ellos todos sus trucos y técnicas, una educación que provoca que, aunque su labor se realice en el sonoro y en el color, su estilo utilice recursos del mudo y el blanco y negro, que le permiten acentuar y puntuar las situaciones con un estilo que no está al alcance de los creadores de generaciones posteriores, que sólo son capaces de replicar el aspecto externo, pero no el espíritu.
En el caso de Jones, esto se plasma en su manera de conseguir transmitirnos, sin utilizar palabra alguna, lo que siente y piensa un personaje, haciendo añicos la ley por la cual la animación nunca conseguirá superar la interpretación de un actor de verdad. Chuck lo consigue no mediante la copia (como lo intentan las producciones de la 3D) o la acumulación de gestos (como hacían muchos cortos Disney de la época) sino insinuando, dejando en suspenso el movimiento y permitiendo que sea el espectador quien lo continúe, para verlo corroborado en los siguientes fotogramas.
Además, en este corto, Jones recuerda aquello que habían descubierto y disfrutado los pioneros de la animación, lo que caracteriza a ésta, lo que la hace grande, no es el ser capaz de mimetizarse con la realidad, si el hecho de ser fundamentalmente libre y anárquica, puesto que sobre el papel en blanco puede dibujarse cualquier cosa, y las formas, los sucesos más distantes, pueden ser puestos en contacto, jugando con las afinidades y los contrarios. Un ejercicio de estilo, en el que Jones, al igual que los pioneros, no tiene miedo de mostrarnos la tramoya de la función, toda la serie de elementos que son necesarios para crear la ilusión animada y que en este caso son disociados, rotos, convertidos en obstáculos y enemigos, para mayor desesperación del pato protagonista, el Duffy Duck, tan similar a nosotros por su mal genio y su marrullería.
Y como siempre, aquí les dejo con este magnífico corto, una de esas creaciones que me acompaña desde mi niñez y que no falla en hacerme reír en cada ocasión, lo cual en estos tiempos que corren es bastante importante.
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