miércoles, 9 de diciembre de 2009
Face your inner Fears
En esta revisión de series pasadas, gracias a la mediocridad de este año de anime que termina, le ha tocado a los tres episodios finales de Ayakashi, los que constituyen el arco de Bakeneko, cuyo personaje principal, un vendedor ambulante de medicina, sería más tarde el protagonista de una serie propia, Mononoke, asimismo de notable calidad como estos tres episodios.
Vistos ahora, dos años más tarde, el contenido de estos episodios es aún más sorprendente que en su momento. Nos encontramos en un momento crucial del anime, cuando la marea moe/kawai parece haber triunfado, aupada por el mal gusto de los otakus, de forma que series que intentaban situarse en zonas más adultas y obscuras, como Darker than Black, han tenido que rebajar la edad de sus protagonistas en su segunda parte, para así adaptarse a los gustos de los nuevos tiempos.
Sin embargo, lo que hace especial a Bakeneko y su continuación Mononoke, no es el contar con un diseño de personajes adulto o tratar temas turbios y adultos. Esto ya era, por así decirlo, un lugar común del anime, hasta tal punto que muchos habían creído ser su sola esencia, de manera que la deriva actual les ha hecho apartarse de su afición. No, lo que destaca al primer golpe de vista es como los diseñadores han intentado personalizar a cada uno de los personajes, sin miedo a caer en la caricatura, apartándose del diseño siempre repetido del anime para conseguir que el carácter, los vicios y defectos de cada personaje se trasluzcan en su diseño, de manera que el espectador puede evaluar al primer golpe de vista la situación, las amistades, conflictos y odios que van a tener lugar en los sucesivo.
Además, aunque como digo los temas son adultos, tendentes al relato de horror, se evitan los tópicos habituales del género. La historia de Bakeneko transcurre a plena luz y descrita con colores brillantes y llamativos, en unos decorados voluntariamente hermosos y complejos, ricos en detalles y simbologías, de manera que el contraste entre el escenario y lo presenciado, le confiere una mayor resonancia. No sólo eso, la historia no es nunca lineal, sino que se ofrece en retazos, en fragmentos que es posible reconstruir, un puzzle en el que pueden faltar piezas y algunas pertenecer a otro rompecabezas o haber sido falsificadas para llevar a conclusiones erróneas, de manera que el espectador debe permanecer siempre atento y alerta, para evitar perder el menor detalle, que puede ser el que permita resolver el enigma.
Una alinealidad que no es un ejercicio de estilo caprichoso, sino que obedece a una necesidad interna de la historia, ya que la resolución de la misma, siempre obrada por el vendedor de medicinas, no se produce por medio del combate, ni por la habilidad física. En el mundo de Bakeneko y Mononoke, los monstruos son siempre creación humana, productos de nuestros vicios, nuestras debilidades, nuestros pecados, y para destruirlos es preciso conocer previamente su forma (Katachi), sus motivos (Kotowari) y su verdad (Makoto), condiciones sin las cuales cualquier arma sera inútil.
Una búsqueda de la verdad tras la verdad, que se plasma en un alarde de animación, tanto en lo que podríamos llamar su aspecto más pirotécnico, como en esa faceta tan japonesa que consiste en fijarse en cada detalle y reproducirlo en su expresión más perfecta, por muy banal o cotidiano que este sea.
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