miércoles, 14 de octubre de 2009

The Bible and the Shovel (y I)

In specific historic terms, we now know that the Bible's epic saga first emerged as a response to the pressures, difficulties, challenges, and hopes faced by the tiny kingdom of Judah in the decades before its destruction and by the even tinier Temple community in Jerusalem in the post-exilic period. Indeed archaeology's greatest contribution to our understanding of the Bible may be the realisation that such small, relatively poor and remote societies as late monarchic Judah and post-exilic Yehud could have produced the main outlines of this enduring epic in such a short period of time. Such a realisation is crucial, for it is only when we recognise when and why the ideas, images and events described in the Bible came to be so skilffully woven toghether that we can at last begin to appreciate the true genius and continuing powe of this single most influential literary and spiritual creation in the history of humanity.

Finkelstein/Siblberman, The Bible Unearthed


Pocas areas del planeta han sido excavadas con tanta intensidad como Palestina y en pocas existe tan poco consenso sobre los hallazgos encontrados y su interpretación. Por supuesto, el problema es que nuestra visión sobre lo allí encontrado está distorsionada por la existencia de ese libro llamado la Biblia, origen de tres religiones que aún se disputan ese territorio, y a las que pertenecen (o pertenecían) muchos de los estudiosos involucrados.

Esto lleva a que se tienda a dos posturas extremas, la maximalista, según la cual lo relatado en la narración bíblica es más o menos histórico, por lo que los hallazgos arqueológicos necesariamente deberían confirmar lo escrito; y la minimalista, según la cual la Biblia no es muy diferente de la Odisea (nacida por cierto en la misma horquilla temporal) y lo contenido en ella no son más que mitos, imposibles de confirmar arqueológicamente y, también necesariamente, contradichos por ella.

El libro de Finkelstein/Silberman intentó armonizar ambas posturas, señalando que los estudios arqueologícos indicaban que los patriarcas, Moises y la conquista de Palestina por Josué no eran más que fantasías sin ningún respaldo material, más allá de ser recuerdos distorsionados de sucesos de un pasado remoto (nuevamente la odisea) y que, por el contrario, los Jueces, Saúl, David y Salomón y los estados de Israel y Juda, si respondían a realidades históricas, más concretas a medida que se avanzaba en el tiempo y testimonios externos (la estela de Dan, la piedra de Mesha, los registros asirios y egipcios) confirmaban hechos particulares de la Biblía... sólo que David y Salomón nunca habrían sido reyes de un reíno de Israel unido (y mucho menos de un imperio que se extendía del Nilo al Eúfrates) sino simples líderes tribales, y que Israel y Juda habían surgido por separado, primero Israel y luego Juda, siempre a la sombra de su hermano mayor, adquiriendo importancia sólo tras la destrucción de Israel por los Asirios.

Un concepto histórico donde la Biblia o al menos el Pentateuco, habría sido una creación de tiempos de Josiás y su reforma religiosa, en la cual se habrían reelaborado una serie de leyendas, mitos y registros separados, para construir la historia del mundo desde la creación que ahora conocemos.

Hasta aquí Finkelstein/Silberman, con una teoría que fue atacada desde ambas corriente mayoritarias y que resulto más polémica de lo esperado, quizás por intentar mediar entre ambas, pero cuya controversia aún no ha cesado ni se ha resuelto en un consenso, principalmente porque, a pesar de lo que admiten sus autores, apartarse de la opinión maximalista, suponer que los Patriarcas y Moises no fueron más que creaciones literarias, que David y Salomón eran cuasi bandoleros errantes o que el Pentateuco fue una creación propagandística de tiempos de Josias, supondría un gravísimo pero, no solo al Judaísmo, sino al Cristianismo y al Islám, que basan parte de su ortodoxía en esos mismos personajes.

Sin embargo, todo lector de la Biblia sabe algo conocido desde hace siglos por los estudios: La Biblia no es uniforme. En la redacción sólo del Pentateuco pueden reconocerse hasta cuatro manos, la Yavista, Elohimista, Deuteronomista y Sacerdotal. Es más, algo que choca a todo lector es como el grado de detalle va decreciendo a medida que nos aventuramos en tiempos donde los sucesos se ven corroborados por otras fuentes. Es decir, conocemos al detalle las andazas de Israel por el desierto del Sinai, los asedios de las ciuades conquistadas por Josue, la composición completa de la Corte de David y Salomón, pero cuando llega el momento de narrar la historia sincrónica de los reínos de Israel y Judá, muchos reinados y sucesos se ven reducidos a párrafos sumarios, secos, desprovistos de la exhuberancia y riqueza de las épocas posteriores.

Sin embargo es entonces cuando como digo, aún con esos pocos detalles, las referencias históricas externas, las que faltan para los siglos anteriores, nos situan en un mundo real, en un auténtico equilibrio de potencias del próximo Oriente, con sus cambios de fortuna y sus reveses... con su propaganda también, como demuestra el caso de la piedra de Mesha, en cuya versión bíblica se nos cuenta como el rey de Moab evitó ser derrotado por el rey de Judá, sacrificando a su heredero sobre las murallas de su capital derrotada, pero que en la versión de la piedar de Mesha, ordenada erigir por ese rey de Moab, se transforma en un canto de victoria, el de un rebelde orgulloso que se ha liberado del yugo del rey de Judá.

Pocos detalles, pero pertinentes y reveladores, todo lo contrario de la profusión de detalles con que se narran los siglos anterioes, Patriarcas, Moises, David y Salomón, que parecen moverse en un vacio geográfico, ya que ninguno de los reyes o reínos locales tiene su correlato histórico, mientras que para las grandes potencias que nos son conocidos, los hititas o Egipto, no se citan nombres que nos permitan colocar a esas personas en el tiempo histórico que nos es familiar, como es el caso bien notorio del Faraón del Éxodo, cuyo nombre nunca nos es revelado y que se cita simplemente, como aquel que no conoció a José. O simplemente como artefactos de importancia capital en la historia de Israel, el arca, las tablas de la ley... dejan de ser nombrados y se desvanecen sin dejar rastro sin que en ningún momento se pleantee a la pregunta de su ubicación, que antes parecía ser crucial, necesaria para la supervicencia de Israel.

Y a todo esto, el pasaje más controvertido de toda la Biblia, cuando se nos narrá como, en tiempo de Josiás, cuando se realizaban obras en el templo de Jerusalém, se encuentran los libros de la ley, con toda probabilidad el Pentateuco, produciendose un revival del judaísmo más puro y la eliminación del resto de cultos en uso en el reíno de Judá... lo cual siempre ha llevado a preguntarse a todo lector atento, como fue que unos documentos de tal importancia, donde se recogía la acción de Yahve sobre Israel, pudieron perderse, extraviarse y olvidarse...

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