Luciano, Sobre la Gimnasia
Resulta curioso, en estos tiempos de suspicacias, sensibilidades a flor de piel, y urticarias inducidas, leer a Luciano. No exactamente curioso, en el sentido de extraño y desusado, si no más bien educativo, en la acepción antigua del termino, el de aquello que podría servirnos de guía y referencia en nuestras vidas.
Porque vivimos en un tiempo que se proclama multitodo, en el cual supuestamente todo está permitido y tolerado, pero en el que, al mismo tiempo, cada grupúsculo se cree firmemente poseedor de la verdad absoluta, y casi revelada, por expresarnos en términos religiosos.
¿Exagerado?
Como decían en cierto libro santo, por sus acciones los conoceréis. Es decir, si por cualquier supuesta ofensa, aunque sea sólo una mínima crítica a una forma de pensamiento, se levanta un coro de voces airadas en defensa de... vaya ud. a saber qué ¿Qué deberíamos pensar? ¿Quién es el que tiene la razón? ¿Quién es el ofensor y quien el ofendido?. Y si todo concluyera en esto, el atrevido podría darse por satisfecho, sin embargo, en casos especiales, no se descarta la amenaza e incluso la violencia, culminada incluso en el asesinato.
Evidentemente quien piensa que sus creencias justifican tomar esas medidas extremas, no las considera como algo más, algo que pueda cambiar con el tiempo, modificarse e incluso demostrarse falso. Al contrario, las ve como algo impartido por seres superiores, exentos del error, y ante los cuales solo cabe la humillación.... y el exterminio de los que piensen de forma contrario.
Esto en sí, no sería triste, es más sería algo que deberíamos esperar. Fanáticos, extremistas, alucinados, locos, siempre han existido. Lo triste es descubrir estas actitudes, de profundo ultraje, de defensa a ultranza, en personas, por otra parte completamente normales, racionales, y verlas aplicadas en defensa de ideas, que como digo, no son absolutas ni eternas.
Una postura completamente distinta a la de Luciano.
Luciano, nuestro contemporáneos entre los cláscios, tiene la actitud completamente opuesta. El no propone defender las frágiles y delicadas creencias de cada uno de la crítica y de la burla, ni tampco crear un falso paraíso, donde parezca que los conflictos han desaparecido para siempre, simplemente porque no se plantean. Luciano se propone resolverlos, enfrentándose directamente a ellos. Más en concreto, atacando lo ridículo y lo falso que todo sistema de creencias alberga en sí mismo, descubriendo la falsedad original en que se fundamentan, demostrando que en el fondo, esas ideas, esas posturas, esos posicionamientos nos importan, en breve, un pepino.
En efecto, así es, aunque queramos negarlo, porque esas ideologías que, afirmamos defenderíamos con nuestra vida, no son más que herramientas, armas que nos permiten situarnos por encima de los demás, sujetarlos y dominarlos.
Una expresión clarísima de nuestra naturaleza de depredadores.
Lo único contra lo que merece la pena luchar.
Menipo: Pero, dime... ¿cómo andan las cosas de la tierra y que hacen los que viven en la ciudad?
Amigo: Nada nuevo, lo de antes; Roban, transgreden juramentos, practican la usura, sopesan los óbolos
Por ello Luciano es nuestro contemporáneo. Por ello, podemos leer a Luciano como si hubiera posteado sus opiniones en cualquier foro de Internet.
Simplemente porque la naturaleza humana no ha cambiado. A pesar de nuestra tecnología, de nuestras conquistas políticas y sociales, nuestra vida sigue rigiéndose por las mismas necesidades básicas, comer, follar, sobrevivir.
Y si triste, descarnada y desengañada es la concepción de Luciano sobre la naturaleza humana (y debo añadir, necesaria, para evitar caer en ese error de considerarnos más importantes de lo que en realidad somos, origen, para mí de todos los males), no lo es menos de los dioses que nos han creado, nos exigen obediencia, y nos dictan leyes.
Únicamente porque los dioses (o dios, si queremos ser actuales) nos han creado a su imagen y semejanza...
...y ya se sabe, de lo bueno no puede salir algo malo
Yo, en mi infancia, al oir de Homero y Hesiodo que narraban guerras y sublevaciones no sólo de semidioses, sino incluso de los propios dioses y, además, sus adulterios. situaciones violentas, violaciones, procesos, destronamientos de padres y bodas de hermanos, me parecía que todo aquello era hermoso y me impresionaba no poco por ello. Cuando empece a ser adulto, oía una y otra vez leyes que obligan a hacer lo contrario de lo que decían los poetas, que no había que cometer adulterio, ni que sublevarse ni que raptar. Quedé sumido, pues, en profunda duda sin saber a qué atenerme. Pensaba yo que los dioses nunca habrían cometido adulterio ni se habrían levantado los unos contra los otros, a no ser que supieran que era bueno lo que estaban haciendo; y que los legisladores no exhortarían a hacer lo contrario, salvo que abrigaran la sospecha de obtener de ello alguna ventaja.
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