Al terminar la narración o descripción de mis viajes por Siria, aquel lector que lo haya seguido hasta el final, se habrá dado cuenta que la figura humana no ha aparecido en el relato.
No ha sido una casualidad.
Siempre que en un relato de viajes, se comienza a describir a los habitantes y sus constumbres, es demasiado habitual, en una sociedad como la nuestra que presume de multiculturalismo y apertura, acabe haciéndose un elogio de los primitivos, exaltando la felicididad que emana de su simpleza y naturalidad, para concluir, como era de esperar, en una crítica de este nuestro espacio cultural... dejando a un lado los posibles problemas que esa otra sociedad pueda tener y, en una perversión que se remonta a los tiempos del colonialismo y que de hecho no es más que otra forma de colonialismo enmascarado, haciendo que todas las otras culturas parezcan una única sola, opuesta a la nuestra.
Ni siquiera en esto hemos sido originales.
La primera vez que encontré este concepto, el del "sindrome del turista" fue en uno de los libros de la colección de historia Universal del Siglo XXI, concretamente el destinado a la India. Curiosamente, antes de la llegada de los musulmanes, la historia no fue cultivada por en la India ni por hinduistas ni por budistas, de forma que, muchas veces, la única ventana que tenemos hacia ese pasado, es el propio relato de los viajeros que, desde el resto de Asia, marchaban allí, a visitar los lugares santos.
Uno de ellos fue Fha Shien, procedente de China, que visitó la India en el siglo V, y nos dejó un relato detallado de los lugares que recorrió, tan detallado que sus palabras han sido confirmadas por los descubrimientos arqueólogicos.
Tan detallado y preciso en esos aspectos puramente materiales, casas, calles, ciudades, templos y esculturas, que el lector podría llegar a creer que el resto de su relato, construmbres, gobierno, política, ha sido narrado con el mismo grado de verdad. Así sería, sino fuera porque el país que se nos narra se asemeja al paraíso, un paraíso que todos los desengañados, vulgo amantes de la historia y de la arqueología, sabemos que no existe, no ha existido, ni existirá jamás.
En realidad, lo Fah Shien está haciendo es exagerar lo que ve, destacar lo bueno y ocultar lo malo, para así poder criticar a placer la situación de sau patria, divida en multitud de estados en guerra tras la caída de la dinastía Han, ocupada en parte por extranjeros, gobernada casi exclusivamente por tiranos.
No sería el último extranjero en ser hechizado por la India, antes que él, el griego Megástenes, en tiempos de Alejandro, narraba las maravillas del subcontinente, para que sus contemporáneos se hiceran mejores, y en el siglo XV, el comerciante Nikitin hacia lo propio, para criticar el autoritarismo de los Zares.
Tampoco hace falta ir más lejos, ya hemos comentado como ahora, tantos y tantos reformadores de bolsillo, espigan sus recuerdos de viaje para encontrar algo que les permita criticar sus sociedades de origen, ofreciéndo la prueba de que el estado ideal en que creen, es posible y de de hecho existe.
Pero ¿tenemos derecho a ser tan duros, tan recto y tan justos?
No, precisamente eso es lo que nos cuenta el síndrome del viajero.
El turista, en realidad, no ha vivido en el país, no ha tenido que buscarse el sustento, día tras día, allí, sólo ha permanecido un breve tiempo, antes de volver a su casa, y en ese intervalo, ha sido recinido con cordialidad, agasajado, querido, mimado,como se hace con los que se van a marchar pronto y no van a suponer ninguna carga.
No es extraño que sólo guarde buenos recuerdos.
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