domingo, 28 de diciembre de 2008
March (y II)/ In the Trenches
Ernst Ludwig Kirchner, Artilleros.
En el caso de las exposiciones de la Thyssen, como es el caso de la ¡1914! de la que ya hablara unas entradas atrás, suele ser normal que estas tengan una continuación en la Fundación Caja Madrid, distante apenas unos cientos de metros. Unas muestras que son de ordinario gratuitas y que suelen ser más interesantes que lo expuesto en la casa principal, aunque esto no suela ser planeado así por los organizadores.
Este caso no ha sido una excepción.
Mi queja de los expuesto en la fundación Thyssen era principalmente porque una exposición dedicada a la guerra apenas hablada de la guerra. Como contaba entonces muchos de los artistas de la vanguardia, fueron movilizados, algunos incluso murieron, e incluso los que se salvaron de ir al frente vieron su vida puesta patas arriba por el conflicto, que derribo el mundo, las convicciones y seguridades en que los europeos se habían acostumbrado a vivir durante más de cuarenta años.
En resumen, que para todos los artistas ese conflicto supuso un antes y un después en su vida y trayectoria, un tiempo en que se vieron imposibilitados para crear o su producción se vio drásticamente limitada debido a las circunstancias históricas, y tras el cual tuvieron que recrearse y reinventarse, puesto que lo válido antes de 1914 ya no lo era tras 1918.
Faltaba por tanto, la producción in tempori belli, aquella motivada directamente por la contienda y realiza bien en las trincheras o en la retaguardia, cuando y como buenamente se podía, sin los materiales adecuados y con la mayor urgencia, puesto que no se sabía si podría reanudarse... una carencia que lo expuesto en la Fundación Cajamadrid viene a suplir con creces, puesto que rebosa de ese arte, podríamos decir, de las trincheras.
En ese sentido es paradigmático el cuadro que preside la sala central de la fundación, un cuadro pintado por Ernst Ludwig Kirchner tras ser alistado, teñido del expresionismo característico del grupo Die Brücke, dominado asimismo por la crisis que le supuso el alistamiento y que facilitaría que fuera licenciado al poco (años más tarde su inclusión en la infame exposición arte degenerado organizada por los nazis le llevaría al suicidio). Un cuadro que los medios han coincido en malinterpretar, señalandolo como premonición del holocausto, cuando lo que Kirchner nos está contando y que cualquiera que haya hecho la mili puede corroborar, es su miedo a ser deshumanizado, el terror por haberse convertido en un soldado más, sin individualidad ni personalidad, indistinguible de los otros, válido sólo para portar un fusil y morir por causas que no le importan.
Un cuadro que nos narra asímismo, algo mucho más desasosegante sobre el arte moderno, sobre el arte de vanguardia y los formalismos, su incapacidad para convertirse en instrumentos de denuncia o mejor dicho su desventaja frente a medios más cartesianos y "veraces" como son, o pretenden ser, el cine y la fotografía. Una carencia, una imposibilidad, que obedecen a los propios presupuestos estéticos del arte de vanguardia o al menos el de las vanguardias históricas, preocupado sólo por la forma y completamente desentendido del mensaje, con lo cual los espectáculos más inhumanos y desoladores acaban por convertirse en bonitos y atractivos, aunque no sea ésta la intención del artista, en una prueba demoledora de como la forma es más fuerte que el fondo y acaba por deformarlo y distorsionarlo.
Una conclusión que nos mira desde todas las paredes de la exposición y de la que no podemos escapar.
Felix Valloton, El bosque de Argonne.
Y así ocurre que entre todos estos artistas de primera línea no encontramos un Goya que retrate esta matanza sin fin, único resumen válido de esa guerra, puesto que las búsquedas estéticas particulares de cada uno de los participantes les incapacitan para seguir la vía del aragonés, el representar la guerra en un realismo del que no hay escapatoria, evitando convertirla en un objeto bello y admirable, aunque ese bello y admirable sea muy distinto del agitar de banderas, los discursos patrióticos y los desfiles militares.
Pero aún así, aunque al final esta exposición acabe a contrapelo por mostrarnos lo que vieron y vivieron esos artistas y como fueron incapaz de representarlos, le queda por presentar lo más importante, la manera en que toda la vanguardia escapó de la quiebra del mundo contra el que se habían rebelado.
Le falta narrar la explosión Suprematista en el Petrogrado de antes de la revolución Rusa, se le queda en el tintero el terremoto Dadá que hiciera el arte irreconocible o en otro registro, la resaca de la postguerra y la appel à l'ordre, el intento de la vanguardia por corregir sus supuestos yerros, como si ellos mismos fueran culpables del conflicto.
Los puntos de partida de todo lo que habría de venir después.
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