viernes, 5 de diciembre de 2008
Give me a Thousand Kisses (y V)
Habría querido narrar algunas más de las relaciones, polígonos amorosos, que tienen lugar en esta serie, Simoun, a la que he dedicado toda una ristra de entradas, pero el insomnio, la inauguración de la temporada de exposiciones madrileña y la explosión de anime del otoño, me obligan a dedicarme a temas más acuciantes de la actualidad y no a rememorar lo pasado.
En el tintero se ha quedado la pasión arrolladora entre Neviril y Amuria, que tiene lugar antes de la serie y de la que sólo se nos ofrecen leves pinceladas, pero cuya sombra se proyecta a lo largo de toda la serie, determinando como actúan los personajes y como enfocan los nuevos lazos que surgen.
Unos lazos, tan o más apretados como los anteriores, tan atormentados y apasionados como los anteriores, como es el caso de la relación central de la serie, el amor entre Neviril y Aeru, casi un flechazo, pero que ambos personajes se niegan a aceptar por razones completamente distintas.
Y es curioso como los guionistas trazan y los animadores describen esta relación, ya que en su desarrollo hay una clara disonancia y asincronía. Ese desajuste entre los afectos, ahora yo soy el que ama, pero quien amo no me ama en este momento, tan común, tan normal, pero no por ello menos doloroso y destructivo de las relaciones reales.
Una falta de acuerdo, de malentendidos y de dudas, de falsos obstáculos que sól. existen en la mente de los protaginistas, de silencios orgullosos que llevan a no preguntar lo que se desea y a obligar al otro a adivinalro, que en esta serie lleva a una auténtica inversión de los personajes, puesto que el elemento de la pareja que era agresivo, llevaba la voz cantantes, se mostraba seguro de sí y quería forzar al otro a bailar a su aire, cambia completamente, y en esa relación, se vuelve tímido y temeroso, dispuesto a arrojar todo por la borda por un estúpido punto de honor.
Hasta llegar un momento en que las máscaras caen y las murallas se derrumban solas. La confesión ilustrada al principio, el momento de preguntar aquello que más se desea y recibir la respuesta precisa y no otra, las palabras de las que depende la vida entera. Un instante en que, al contrario de todo lo que hemos sido aconstumbrados a ver y a presenciar, el contacto físico se vuelve redundante, ya que todos los obstáculos han sido apartados del camino, y este se puede recorrer, el destino alcanzar, en cualquier instante, sin miedos, sin necesidad de apresurarse, con tranquilidad, saboreándolo a placer.
Un momento que es superado unos minutos después, en ese mismo capítulo, cuando los amantes son separados, pero las prisiones, los muros y los guardianes, se muestran incapaces de mantenerlos separados.
Un sentimiento que resulta extrañamente similar al de este poema de Emily Dickinson.
They put Us far Apart -
As separate as the Sea
and Her unsown Peninsula -
We signified "These see" -
They took away our eyes -
They Thwarted Us with Guns -
"I see Thee" - each responded straight
Through Telegraphic Signs.
With Dungeons - They devised -
But through their thickest skill -
And their opaquest Adamant -
Our Souls saw - just as well -
They summoned Us to die -
With sweet alacrity
We stood Upon our stapled feet -
Condemmned - but just to see -
Permission to recant -
Permission to forget -
We turned our backs upon the Sun
For Perjury of that -
Not Either - noticed Death -
Of Paradise - aware -
Each Other's Face - was all the Disc -
Each Other's setting - saw
La forma perfecta de concluir esta serie de entradas, igual que la comenzamos con Cátulo.
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