martes, 30 de diciembre de 2008
The Real Enemy
Durante estas navidades, en una mediamaraton diaria, he estado merendando capítulos de la famosa serie de los 90' Buffy, The Vampire Slayer creada por Joss Whedon, una producción que descubrí por casualidad y que me enganchó de inmediato, tanto por razones cinematográficas como extracinematográficas (no, ésas no).
Evidentemente, Buffy no es una serie que vaya a pasar a las historia por razones formales. La dirección, excepto en contadas ocasiones, como es el caso del movimiento de cámara arriba ilustrado, es bastante funcional, orientada a narrar la historia que se cuenta de la manera más clara y sencilla posible. Sin embargo vivimos en un tiempo de post-cosas (postromántico, postmoderno y postcristiano podría ser una definición), con lo que el contenido, es decir aquello se muestra, se convierte en la estética, o por decirlo de otra manera, la forma es el contenido y el contenido es la forma.
Partiendo de esta premisa, una serie de horror con vampiros, monstruos y superhéroes, destinada a un público juvenil, se convierte en algo mucho más importante y profundo, simplemente porque el hombre al cargo de las siete temporadas conoce perfectamente las reglas, los tics, las coletillas y los latiguillos del "genero" en el que se mueve su historia, pero en vez de buscar esa suspensión de la incredulidad que constituiría la huella de un clásico o un formalista, lo que pretende es dejarlas a la vista del espectador, señalarlas para que éste se dé cuenta de que se está utilizando una convención, hacer conscientes a los personajes del medio en el que transcurre su historia y, lo más importante, subvertirlas, haciendo que la conclusión esperada por nosotros y los protagonistas, no sea la esperada, sino otra completamente distinta, transitando por caminos prohibidos y relacionando aquello que no debería estarlo.
Un enfoque, por tanto muy postmoderno, muy de esta época, que busca no tomarse nada en serio y, en un inesperado giro Brechtiano, dejar de manifiesto a cada instante, que no se está haciendo teatro, no se está haciendo cine, sino que todo es tramoya y bambalinas.
Un enfoque, el de subvertir los cimientos del género de partidam que por sí no bastaría para otorgar a esta serie la primacía que tiene en la memoria del espectador atento, ya que esa distorsión temática es algo que se ha repetido, amplificado y mejorado hasta la saciedad. No, lo que ocurre es que esta serie se atreve a realizar una perversión última, en esa búsqueda de una self-awareness completa y a transitar un terreno que pocas veces se ha recorrido.
¿Y en qué consiste esa perversión? En algo que mi abuelo me explicó cuando yo era un niño y tenía un miedo cerval a entrar a los cementerios. Un pavor que mi abuelo despachó con unas simples palabras, algo así como: "Mira, los que están aquí ya no pueden hacerte daño. De los que tienes que tener miedo es de los vivos".
Una idea que aparece recurrentemente en esta serie, haciéndose más frecuente a medida que se avanza en ella. Poco a poco, ese mundo de vampiros y demonios deja de ser tan peligroso como parecía y los auténticos enemigos resultan ser los seres humanos, los que te han educado, los que te han encargado tu misión, tus aliados en ella, las autoridades, el estado y el ejército que debían protegerte.
Incluso tus amigos y tú, que no podréis evitar la pulsión de autodestruiros, de heriros los unos a los otros, impelidos por vuestro propio amor y deseo, que os justifica para maltratar a aquellos que decís amar, precisamente porque les amáis.
Y por supuesto, el enemigo máximo, esa muerte que a todos nos espera, de la cual ninguno habremos de escapar y que resultara siempre victoriosa, a pesar de todos nuestros ruegos, toda nuestra sabiduría y todo nuestro poder.
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