Durante las últimas semanas, he estado leyendo, entre otras cosas, Las Aventuras del buen soldado Svejk de Jaroslav Hasek, mientras pensaba, en el intervalo, que habría de contar del libro en este mi blog.
Todos las ideas que tenía se me fueron al traste con la frase que terminaba la novela. Unas palabras que no habían sido escritas por el autor checo, sino por su traductora al castellano. Simplemente que el autor había muerto antes de poder completar la obra, hecho que me estremeció por dos razones muy distintas.
La primera son las dimensiones que hubiera alcanzado la obra. Con casi 800 páginas escritas, la historia del pícaro Svejk, siempre en conflicto con la institución militar y la maquinaria bélica, ambas igual de absurdas y estúpidas, apenas había comenzado. Supuestamente, la narración debía cubrir los cuatro años de la primera guerra mundial, pero en esos cientos de páginas, ni siquiera se había llegado a completar el primer año (verano 1914- finales del invierno de 1915) ¿Cuánto hubiera ocupado la obra completa? ¿Tres mil, cuatro mil, cinco mil páginas?
Sólo pensarlo marea.
Aún hay más causalidades, por así decirlo. El caso es que la obra termina sin que Swejk llegue al frente. Hasta entonces, todo ha sido una inmensa broma, un espacio en que Swejk podía desmontar y derribar todo el falso edificio de los ejércitos, de su gloria y su honor, demostrando la miseria y la estupidez que se esconde tras ellos, sin que le ocurriese nada, aunque aquí y allá, a medida que su regimiento se acercaba al frente, se fuera filtrando un tono más cruel y desesperado, el de aquello desconocido que les esperaba.
O no tan desconocido, puesto que en el infierno de las trincheras, el único final para millones de hombres no era otro que la muerte, acribillados por las ametralladores, destripados por las bayonetas, asfixiados por el gas, reventados por las granadas de artillería. Resulta difícil imaginar como habría podido sobrevivir nuestro bufón Swejk ante esa cadena de montaje de la muerte, sin rostro humano, ante el cual no cabía la burla, ni el desmontaje dialéctico.
En resumidas palabras, que se me hace difícil imaginar como Hasek habría podido continuar su narración, a menos que hubiera hecho aparecer un deus ex machina, tipo prisión rusa que hubiera permitido a nuestro antiheroe continuar sus aventuras bajo otra estructura militar, tan anquilosada y esclerótica como la suya.
Y aquí llegamos al segundo punto asombroso, lo normal en una historia tan "esterotipada" como esta, tan tendente a la caricatura y a los personajes reducidos a esquemas , es que la tensión narrativa hubiera caído en picado, tras unos inicios brillantes, para perderse en los laberintos sin salida de la repetición y el autoplagio. Sin embargo, Hasek es capaz de superarse a sí mismo a cada instante, y de asombrar continuamente a los lectores, que estamos anticipando el tropezón y imaginando el trastazo, por eso de haber leído demasiado y haber perdido las ilusiones.
Una caída que nunca llega, porque a cada vuelta de la historia narrada, Hasek es capaz de crear personajes nuevos, expresiones vivientes de un rasgo característico, perfectamente reconocible y detestables, y hacerlos vivir como si lo tuviéramos ante nuestros ojos. Más aún, si al principio cada cuadro parecía aislado el uno del otro, y cada personaje restringido a las páginas que contaban su historia, en los últimos libros, el checo consigue imbricar las diferentes personalidades, los múltiples estereotipos, en una única unida, el regimiento que marcha hacia la guerra y que cobra vida propia, convirtiéndose en una auténtica nave de los locos medieval, ejemplo de la locura de un tiempo y de los hombres que lo habitan.
Nota Final: Estaba pensando en la grandísima literatura que ha dado la primera guerra mundial y lo pobre que es la de la segunda. Así a bote pronto, se me ocurre, la visión de la guerra como ideal que propone, Jünger en Stahlgewitter (Tempestades de Acero), una obra fundacional del pacifismo como Im Westen Nichts Neues (Sin novedad en el Frente) de Remarque, la memoria de la juventud perdida que escribira Robert Graves en Good bye to all that, la última flor de la experiencia romántica de la vida en Seven Pillars of Wisdom de Lawrence, la penúltima encarnación del pícaro renacentista y barroco en el Swejk de Hasek, la demolición de toda la mentira de la cultura y la sociedad europea en Die Letzten Tage der Menschheit (los últimos días de la humanidad) de Karl Kraus... sin contar el informe irónico de una sociedad a punto de suicidarse que escribiera Musil con Der Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos).
Ahí es nada.
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