Es un contramovimiento fascinante, de manera que he dedicado grandes esfuerzos para entenderlo bien, y éste es resultado: sé más o menos lo que esa gente no traga. Lo que hace que salten por los aires. Voy a intentar sintetizarlo en unos pocos puntos bien claritos.
1. Nacido como un campo abierto capaz de redistribuir el poder, el Game se ha convertido en presa de unos poquísimos jugadores que prácticamente se lo comen todo, a menudo incluso aliándose. Estamos hablando de Google, Facebook, Amazon, Microsoft, Apple. Esa Gente.
2. Cuanto más ricos se hacen, más jugadores de estos son capaces de comprarse todo, en un círculo vicioso destinado a crear poderes inconmensurables. Más arriesgado es el hecho de que se estén comprando toda la información, es decir, el futuro: acaparan patentes y son los únicos que tienen los enormes recursos financieros para invertir en inteligencia artificial.
3. Parte de estos beneficios tiene su origen en un uso resuelto y quizá astutamente consciente de los datos que dejamos en la Red: la violación de la intimidad parece ser sistemática y parece ser el precio que hemos de pagar por los servicios que esos jugadores ponen a nuestra disposición de manera gratuita, Parece que la regla es ésta: cuando es gratis, lo que realmente se está vendiendo eres tú.
4. Otra parte de estos beneficios es generada por un mecanismo simplísimo: esa gente no paga impuestos. O, por lo menos, no todos los que deberían.
5. Existe un tráfico de ideas, de noticias y de verdad que se ha convertido en un auténtico mercado, y en el que el Game tolera monopolios de unos pocos jugadores particulares, las sospecha es que si quieren orientar nuestras convicciones no van a encontrar entonces demasiados problemas. Probablemente ya lo hacen.
6. Fuera cual fuera la intención original, lo que el Game ha producido más tarde es una inmensa fractura entre aptos y menos aptos, ricos y pobres, fuertes y débiles. Quizá ni siquiera el capitalismo clásico, en su época de oro, había distribuido la riqueza de un modo tan asimétrico, injusto e insostenible.
7. A base de distribuir contenidos a precio irrisorio, cuando no gratuitamente, el Game acaba haciendo realidad un genocidio de los autores, de los talentos, hasta de las profesiones: el trabajo de un periodista, de un músico, de un escritor, se convierte en mercancía que vaga dentro del Game produciendo beneficios que, sin embargo, no tienen retorno hacia el autor, sino que desaparecen por el camino. Quien gana no es quien crea, sino quien distribuye. Hazlo durante un buen número de años y para encontrar a un creador vas a tener que ir a buscarlo al fin del mundo.
8. Por medio de perfeccionarse en la fabricación de juegos que resuelven problemas, habría que preguntarse si esto no ha generado un vago efecto narcótico, con el que el Game mantiene domesticados sobre todo a los más débiles, atontándolos lo justo para impedirles que constaten su condición esencialmente servil.
Como veis no es para tomárselo a broma. Son objeciones durísimas. Y son muchas.
A mí me parece importante conservar la lucidez, volver a trabajar como arqueólogos y anotar tres cosas.
Alessandro Baricco. The Game.
Les comentaba como no acaban de convencerme los dos ensayos anteriores de Alesandro Barico, centrados sobre la cisura cultural y social que han propiciado las nuevas tecnologías. Mejor dicho, aunque coincidía con su diagnóstico, disentía en su valoración. Es cierto, como Barico apuntaba en Next, que la nueva globalización ha traído consigo una uniformización del gusto, en el sentido del mínimo común denominador. Es innegable, como remachaba en Los Bárbaros, que se ha producido una democratización tanto en la creación artística como en su difusión: cualquier puede aspirar a ser un artista y a conseguir una difusión mundial inmediata, algo impensable en el pasado, incluso para quienes se convirtieron en hitos de nuestra evolución cultural. En contrapartida, el ruido, la masa de obras deleznables indistinguibles se ha vuelto abrumadora, impidiendo reconocer, identificar y valorar aquéllo que realmente vale la pena conservar. Hemos quedado abandonados a nuestros propios medios, sin guías ni referencias, si es que éstas realmente existen.
Aunque pueda parecerlo, mi posición no es pesimista, sino cautelosa. Creo que han ocurrido cosas maravillosas, como cuando, en las primeras décadas de este siglo, las redes P2P, o el mismo youtube, permitieron tener acceso a todo el corpus cinematográfico mundial. Gracias a ello, mi percepción de este arte, así como su concepción del canon, se modificaron de forma drástica. No dependía de lo que otros quisieran señalarme, o de los vaivenes del azar: podía ver lo que quisiese cuando quisiese, explorar a mi antojo, disfrutar de lo que, hasta hacía unos años, eran apenas unas pocas líneas, áridas y confusas, en un libro de historia del cine. Sin embargo, no puedo dejarme arrastrar por un optimismo ciego y entusiasta. Ahora mismo, con la consolidación de las plataformas de streaming, esa ventana de conocimiento se está cerrando. En sus catálogos, apenas hay obras anteriores al año 1980, de cinematografías que no sean la estadounidense, o de clara vocación comercial. Lo poco que queda fura de esas categorías es lo manido y archisabido, la obra cliché cuya fama poco tiene que ver con sus auténtica virtudes. Se está hurtando así todo el legado cinematográfico mundial a las nuevas generaciones, quienes, como en el poema, acaban por despreciar aquello que ignoran.
Es es en este punto donde diverjo, de manera irreconciliable, con Baricco. Él es un creyente tecnológico, un hagiográfo del nuevo mundo en el que vivimos, al que defiende con todas sus energías y contra toda objección. Con inteligencia, tino, habilidad y elocuencia, hay que decirlo, lo que explica la repercusión que han tenido sus ensayos. Sin embargo, esto no implica que sea objetivo, ni que sus conclusiones no sean interesadas, incluso manipuladores y torticeras. The Game, última entrega de sus análisis sobre el mundo moderno, se presenta como una historia pormenorizada de la transformación digital, desde sus primeros pasos en los 80 y 90, con una Internet que tenía mucho de maqueta de aficionados, hasta las omnipresentes redes sociales de hoy, sin las que ya no concebiríamos nuestras relaciones personales. Todo ello de manera mesurada, equilibrada y -atención- apolítica, cuando no lo es, en ning´çun caso.
Esta palabra, apolítica, no está por causalidad. Varias veces, a lo largo del ensayo, Baricco señala que no quiere mezclar la tecnología con la política, puesto que ésta es pasajera e intrascendente, mientras que la otra es permanente y sustancial. Sin embargo, lo quiera o no, al final acaba haciéndolo y además en un sentido muy claro: el de todos los que se declaran apolíticos, cuando en realidad no lo son. De hecho, su historia de la tecnología es cualquier cosa menos neutral. Al narrar la irrupción de gigantes como Apple, Google o Facebook, Baricco no realiza un trabajo de separar la propaganda empresarial, los mitos fundacionales, de lo que pudo acontecer en realidad: por el contrario, idealiza a esas empresas pioneras, en especial a los millonarios que las fundaron, haciendo suyo el relato por el cual esos gigantes surgieron del garaje de sus progenitores, sin ayuda de nadie, mucho menos el estado. Es revelador, en ese sentido, comparar el relato del ascenso de Google que hace Shoshana Zuboff, en The Age of the Surveillance Capitalism, con el que narra Baricco en The Game. Les dejo adivinar cual me parece más verosímil, más acorde con la naturaleza humana.
Esa fascinación con el triunfador, con ese millonario visionario, casi un héroe romántico, constructor de monopolios tecnológicos que aspira a dominar -y manipular- todos los aspectos de nuestra vida, es lo que más me repele de la posición de Baricco. Huele demasiado a Ayn Rand, quien, no se olvide, proponía que hay unos pocos grandes hombres providenciales a quienes hay que dar carta blanca para que obren a su antojo, aunque eso pueda redundar en graves perjuicios para el resto de la sociedad. Al resto, sólo nos queda humillar la cerviz y, si tenemos suerte, ponernos a su servicio, puesto que ni estamos a su altura, ni tenemos derecho a existir. Por ello, debemos darles las gracias. Por eso, y por los supuestos grandes beneficios que sus descubrimientos están trayendo a nuestras vidas cotidianas, lo que equilibaría sus muchas rapiñas y arbitrariedades.
En ese sentido, es ilustrativo como Baricco describe uno de los momentos claves de la década pasada: las declaraciones de Zuckerberg, fundador de Facebook, ante el senado estadounidense, tras descubrirse que Cambridge Analytics había utilizado los datos de los usuarios de esa plataforma, sin notificárselo y con intenciones dolosas. Lo que para la mayoría del mundo fue un violento despertar, al comprobar como estábamos siendo manipulados por esas grandes empresas, al tiempo que presenciábamos la poca entidad moral e intelectual de uno de los próceres contemporáneos, para Baricco se transfigura en un combate heróico, donde un caballero de brillante armadura- Zuckerberg- se enfrentaba a un horda de malvados orcos -la comisión de investigación-. El pasado caduco frente al futuro esplendoroso, al que nada ni nadie podía evitar su advenimiento.
Baricco, con ese posicionamiento, quedaba a la altura de los fanboys de Elon Musk. Esos descerebrados que defienden a capa y espada a un multimillonario megalómano, sin siquiera tener la excusa de estar en nómina y sin darse cuenta de que pará el son equiparables a cucarachas. Lo que no quiere decir que Baricco no sea inteligente y agudo, ingenuo y cándido, sino todo lo contrario. Si leen el párrafo que abre esta entrada, podrán ver como es capaz de resumir, de forma precisa, los argumentos de quienes nos mostramos recelosos ante el nuevo mundo que estas prima donnas de la tecnología están creando. Con algunas objecciones de claro carácter político, puesto que estos adelantados parecen estar conduciendo a un mundo más injusto y desigual, con mayores discriminaciones, sin la libertad o variedad que la Internet prometía en sus inicios.
Sin embargo, a Baricco esatas objecciones le parecen minucias. La culpa es nuestra, que no sabemos adaptarnos. Subíos al carro, seguid el ejemplo de estos pioneros y, si no podéis emularlos, poneos a sus servicio, como inferiores que sois. Aceptad ser sus siervos y alabad su grandeza.
La clara postura de un apolítico.
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