jueves, 27 de agosto de 2020

El eterno retorno

This plea for a shift in the social emphasis of Nazi propaganda was doubly significant. It clearly indicated a conviction that the NSDAP had reached the outer limits of its appeal to middle-class Germans and that even maintaining the party's broad-based support within the Mittlestand at anything like the levels of the spring and summer was at best problematic. On the other hand, an intensified effort to win greater working-class support could only exacerbate the NSDAP's problems within its volatile middle-class base, while hurtling the party into a more direct and doubtfully successful competition with the Social Democrats and Communists. After all, the two leftist parties together had won more votes than the Nazis in November. Equally distressing, the Nazis had not been particularly successful in mobilizing support among the unemployed, the vast majority of whom were workers and who on the whole seemed far more inclined to gravitate to radical left than to the National Socialists.

Thomas Childers,  The Third Reich. A History of Nazi Germany 

El llamamiento a cambiar el énfasis social de la propaganda Nazi era significativo por partida doble.  Con claridad apuntaba al convencimiento de que el NSDAP había alcanzado sus límites en el atractivo hacia los alemanes de clase media y que incluso era problemático mantener el amplio apoyo del partido entre el Mittlestand al nivel de la primavera y el verano. Por otra parte, intensificar el esfuerzo para obtener un apoyo mayor entre la clase trabajadora sólo conduciría a exacerbar los problemas del NSDAP entre sus fluctuantes bases de clase media, mientras arrojaba al partido en una competición directa, aunque dudosa, con los socialdemócratas y los comunistas. Después de todo, los dos partidos de izquierda habían ganado, en conjunto, más votos que los Nazis en noviembre. Igual de desesperante, los nazis no habían tenido un éxito especial en movilizar el voto de los parados, cuya inmensa mayoría eran trabajador y que, en conjunto, parecían más inclinados hacia la izquierda radical que a hacia los nacionalsocialistas. 

¿Por qué hablar aún del nazismo? Es un acontecimiento histórico que va ya para ochenta años, de cuyo desarrollo pronto no quedarán testigos directos. Su impacto debería irse atenuando, al igual que en España pocos quedan ya que se acuerden -o lo usen en la acción política- de la crisis de 1917, el desastre de Annual o la mismísima dictadura de Primo de Rivera. De la Segunda República, sí, los hay a montones. pero eso es debido a que la ruptura social que provocó la Guerra Civil, junto con la meditada falta de reconciliación durante los cuarenta años de dictadura franquista, ha llevado a que aún sigamos habitando en ese universo de bandos. Los mismos que los de entonces, aunque las ideologías sean muy distintas.

Esa pervivencia, aunque sea fantasmal, del nazismo es la que provoca que su estudio siga estando de actualidad. Aunque no ha vuelto ha producirse una guerra general europea, transformada luego en mundial, muchos de los fenómenos de nuestro siglo inicio del siglo XXI tienen un reflejo en otros similares de las décadas de 1920 y 1930. Nuestro presente económico es el de una crisis prolongada, donde que la precariedad y la desigualdad se están convirtiendo en estructurales, lo que favorece el auge de soluciones racistas, integristas y nacionalistas. De repente, los hombres providenciales, el gobierno de mano de hierro, aunque sea con libertad absoluta en lo económico, se han tornado viables, deseables, incluso camino único para amplios sectores. Estamos virando hacia el autoritarismo, precondición de todos los fascismos, de ahí la importancia de detectarlos cuanto antes, no sea que germinen y enraícen. Labor en la que el estudio del fenómeno nazi debería ayudarnos.


Por otra parte, como casi con cualquier fenómeno histórico, el análisis del Nazismo es una tarea interminable. Siempre, con cada lectura, se descubrirán nuevos matices, nuevos hechos, como si de un fractal se tratase. Y no se reduce a describir minúsculos detalles que en nada cambien nuestra consideración, sino que en ocasiones puede tratarse de auténticos terremotos intelectuales. No voy a decir que ese haya sido el caso del libro de Childers, pero sí creo que de The Third Reich ayuda a iluminar un periodo crucial en la historia del nazismo: su transformación de partido minoritario, irrelevante y marginal, en partido de masas, clave en el gobierno de Alemania. Un tema de gran relevancia en estos tiempos protoautoritarios, al que el historiador dedica casi la mitad del libro, llegando, en ocasiones, a hacer una crónica casi día por día. En especial, cuándo describe las múltiples campañas electorales del periodo 1930-1933 o las intrigas de pasillo en que devino la república de Weimar durante su fase terminal.

Puede parecer tedioso, reiterativo, pero es esencial, al contribuir a demoler un mito. En la propaganda nazi, el partido ascendió al poder sobre una incontenible ola de entusiasmo popular, capaz de demoler las resistencias de la derecha tradicional, la aristocracia y el ejército alemán. Era una imagen conveniente, puesto que servía de justificación a la idea de comunidad nacional que los nazis querían construir, pero sobrevivió a su derrota y pasó a ser un lugar común en la posguerra,. incluso hasta nuestros días. Sin embargo, si Hitler consiguió llegar al poder, fue más por los muchos errores, trapacerías y zancadillazos que la clase política de Weimar se propinó a sí misma que a sus propias fuerzas y triunfos. Casi se podría decir que la democracia alemana se suicidó, dejando el terreno libre a un oportunista sin escrúpulos, como era el futuro dictador.

En primer lugar, al inicio de la Gran Depresión, la coalición de Weimar, formada por el Partido Socialista, el SPD, y el Centro Católico, se deshizo por diferencias sobre como afrontar el incremento del paro. Es decir, si aumentar la cobertura del estado de bienestar o reducir los gastos  del estado durante un periodo de crisis. Esa ruptura condujo a unas elecciones anticipadas en las que los partidos extremistas, los comunistas del KPD y los nazis, crecieron de manera espectacular. No tanto como ellos hubieran deseado, pero sí lo suficiente para tornar ingobernable el Reichstag. Los gobiernos sucesivos, de Müller, von Papen y Schleiher se vieron obligados a gobernar por decreto, es decir, bordeando la ilegalidad, al tiempo que la vida política se iba pareciendo cada vez más a una dictadura. Se puede decir que, cuando Hitler llegó al poder, pocos notaron la diferencia, puesto que esa manera de gobernar, sin respetar el parlamento y de manera arbitraria, era la habitual desde hacía tres años.

Por otra parte, hay que recordar que Hitler sólo llega al poder cuando la derecha se lo permite. Todos los gobiernos anteriores a él habían sido intentos de esa misma derecha por conseguir un estabilización de la república bajo una ideología conservadora. Es sólo cuando fallan que se admite a los Nazis en el gobierno de la nación. En minoría y con condiciones, no se olvide, aunque Hitler fuera el canciller. Los partidos de la derecha, empezando por von Papen y Hindenburg,  confiaban en que sería una solución temporal y que podrían deshacerse de él en cuanto quisieran. No ocurrió así, puesto que tras la ley de poderes de emergencia y las elecciones amañadas del 33, Hitler obtiene el poder sin trabas, desplaza a quienes le habían aupado y comienza la constitución de su ideal racial, sin que ya quede nadie para detenerle. Nunca, nunca, hay que hacer pactos con el diablo, conclusión que nuestras derechas patrias deberían tener siempre presentes.

Otro punto interesante es el sociológico: ¿quién votaba a Hitler? En nuestro presente, se ha extendido el infundo de que el voto de los partidos de ultraderecha proviene de las clases más bajas, conclusión que se aplica también al auge del nazismo. Los parados, los desposeídos, entonces y ahora, habrían votado en masa a quién les proponía un trabajo, sin importarles las consecuencias del ideario  político sostenido por ese partido. Esto chocaría de lleno con la impresión de los contemporáneos y de gran parte de la historiografía posterior: fascismo y nazismo serían movimientos de clase media. ¿Donde se halla la verdad?

Algo que está claro es que la alta sociedad no solía votar a los Nazis, a quienes veían como arribistas, cuando no como matones. Las clases altas ya tenían sus partidos tradicionales, a los que mostraron una fidelidad inquebrantable. De igual manera, en los ambientes proletarios, el Nazismo no tuvo especial predicamento. A pesar de estar en paro seguían votando al KPD, lo que explica las expediciones de castigo que las SA emprendían contra las barriadas rojas. El semillero de votos del Nazismo, como ocurre ahora con movimientos similares, estaba entre la clase media, tal y como se ha pensado siempre, pero con una importante diferencia: entre aquélla que se veía en el trance de proletarización. Es decir, el voto nazi provenía de los parados, cierto, pero de aquéllos que antes habían gozado de un cierto nivel de vida que les colocaba por encima del obrero manual. De igual manera, en los ambientes rurales, los simpatizantes nazis no eran los jornaleros, sino pequeños propietarios, empobrecidos y con la amenaza de ser desahuciados.

Como bien indica Childers, esa ligazón de clase ponía un techo a las aspiraciones electorales nazis. Si la crisis arreciaba, podían incrementar su predicamento en esos sectores, pero no podían salirse de ellos,  límites que quedaron bien patentes en las elecciones del 32. En las primeras, el NSDAP alcanzó sus mejores resultados, propiciados por el recrudecimiento de la crisis y un intento de extender sus programa a los sectores proletarios. Sin embargo, esa victoria se reveló efímera, ya que, en las siguientes, su apoyo se contrajo de forma considerable. Parte de los votantes, los provenientes de la clase media empobrecida, consideraron que esa proletarización del partido nazi era intolerable, casi una traición, mientras que otros votantes de última hora simplemente se abstuvieron o volvieron a dar su confianza a los partidos de izquierda.

¿Qué podemos concluir? En primer lugar, que todo partido de extrema derecha, por razones sociológicas, tiene un techo infranqueable. En segundo lugar, que sólo puede salir de ese nicho con la connivencia del resto de las derechas.

Como bien ocurrió en enero de 1933.

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