martes, 9 de junio de 2020

La economía de la guerra


Si fuéramos a creer al cine de Holywood, el resultado de la Segunda Guerra Mundial se debería a los trabajos de esforzados héroes, capaces de superar, contra viento y marea, las mayores penalidades y dificultades. Sin embargo, todo aficionado a la historia, al menos los que se precian de conocer ese conflicto, sabe que por cada soldado que peleaba en el frente se necesitaban muchas personas apoyándola en la retaguardia. Sin un aporte continuo de armas, equipos, ropas y alimentos, sin la base industrial para producir esos suministros o la capacidad logística para transportarlos a donde se necesitaban, las grandes ofensivas alemanas no habrían tenido éxito alguno, mientras que los aliados no habrían podido resistir el embate de las fuerzas del eje, mucho menos recuperarse de sus graves derrotas. La guerra moderna exige una base económica capaz de resistir, sin resentirse, la ausencia de los millones de hombres destinados al frente, así como los posibles daños causados por destrucciones y ocupaciones. La organización racional de los recursos, su planificación y su gestión, se revelan esenciales, tanto para producir el mejor material de guerra, como para mantenerlo en operación o substituirlo cuando es destruido.

No hay muchos libros que entren en estos aspectos económicos/organizativos, quizás porque no son espectaculares ni levantan pasiones, pero los pocos que hay son  de gran utilidad a la hora de derribar mitos persistentes. Por ejemplo, una obra magistral como The Wages of Destruction (El salario de la destrucción), de Adam Tooze, dejaba bien a las claras el caos organizativo de la economía nazi. Si en 1943 y 1944 consiguió batir récords de producción, a pesar de los bombardeos aliados, fue sólo porque hasta entonces había estado funcionando a medio gas, además de malgastar recursos en proyectos insensatos o una variedad demasiado amplia de armas, a menudo incompatibles entre sí. Sin contar que para suplir a los soldados destinado en el frente tuvo que recurrir a la deportación de trabajadores desde los países ocupados, así como al saqueo masivo de sus recursos. Esa labor clarificadora -y desmitificadora- es también el objetivo de Infographie de la Seconde Guerre Mondiale (Historia visual de la Segunda Guerra Mundial, en su versión española), realizada por Jean Lopez, Bernard Vincent, Nicolas Guillerat y Nicoalas Aubin. 


Su gran virtud es presentar estos temas tan áridos, económicos y organizativos, en forma visual. De un solo vistazo, el lector puede apreciar relaciones, ventajas y desventajas de cada combatiente, la forma en que estructuraban sus operaciones militares, así como el modo y cadencia en iban modificando sus estrategias a medida que avanzaba el conflicto. Por ponerles un ejemplo del libro, del que por desgracia no he podido encontrar la imagen concreta en esas Internetes de Dios, cuando se habla de la operación Barbarroja contra la URSS, y en concreto del avance sobre Moscú, se pueden distinguir tres fases principales. Del 22 de junio a principios de agosto, la progresión de las divisiones acorazadas nazis fue imparable, capturando millones de prisioneros y quedando situados en Smolenko, a unos pocos cientos de kilómetros de Moscú. La captura de la capital soviética parecía inminente -y pocos dudan que eso hubiera supuesto el fin de la campaña- pero el frente quedó detenido allí hasta principios de octubre. De nuevo un avance -la operación Typhoon - de nuevo un salto de cientos de kilómetros y millones de prisioneros, pero de igual manera una detención de semanas a las puertas del objetivo final. La reanudación de la ofensiva, a finales de noviembre fue un fiasco, con una retirada de cientos de kilómetros, que casi derivó en desastre. 

Las razones de estos arranques y paradas han sido atribuidas a la resistencia soviética -de repente endurecida en torno a Smolenko en agosto -, los errores estratégicos de Hitler - la desviación de importantes fuerzas hacia Kiev en septiembre-, o la llegada adelantada de la temporada de lluvias y el invierno - en el embate final hacia Moscú-. Sin embargo, en este libro se nos revela otros factores que tuvieron una importancia decisiva. En concreto, el estudio una de las divisiones Panzer involucradas, la séptima,  muestra como fue perdiendo poco a poco vehículos hasta quedarse convertida en una sombra de sí misma. Una bajas materiales que no se debían en su mayor parte al combate, sino al desgaste mecánico y las averías. Esto provocaba que, a intervalos regulares, de mes o mes y medio de duración, la división tuviera que detenerse para restaurar sus fuerzas, para arreglar los vehículos estropeados y reponer los perdidos definitivamente.

Ese diferencia entre los números nominales y los efectivos obliga a que las divisiones acorazadas tiendan a estar sobredimensionadas. Incluso al principio de una campaña, no podrán contar con todos los tanques con los que cuentan, un balance negativo que irá empeorando a medida que pasan los días. Por supuesto, se puede intentar aprovechar la suerte y el impulso adquirido para ir tirando adelante, pero el riesgo de sufrir un desastre se irá haciendo mayor. Sólo en situaciones de urgencia, que no era el caso alemán en el verano 1941, habrá que salir a combatir con lo que se tenga, por muy poco que sea. Cuando se roza el límite, hay que detenerse y esperar, aunque eso suponga dar al enemigo la oportunidad de recuperarse.

Por supuesto, tras haber aniquilado varias veces al ejército rojo, lo alemanes creían que podían permitirse esas pausas para reorganizarse. Sin embargo, aquí empezó a entrar en juego otro factor: la calidad de las divisiones pánzer empezó a decaer de forma imparable, sin que se pudiera invertir esa tendencia. No por las pérdidas en combate o por avería, sino por la dificultad de encontrar repuestos . El frente había avanzado miles de kilómetros, con el agravante de que las vías de comunicación, hasta las bases de suministro en Alemania, eran de calidad deleznable: ferrocarriles destruidos por los rusos y carreteras que no eran más que caminos de cabra que desaparecerían con el primer aguacero. No sólo los recambios llegaban tarde y en cantidades insuficientes, sino también el combustible para mantener en movimiento a los tanques. Las pausas entre ataques, por tanto, se hacían cada vez más largas, mientras que los avances eran cada vez más cortos, sólo lo que daban los pocos suministros que habían conseguido reunirse para la ocasión.

Sin contar que, por esas mismas razones, el número de tanques que podían ponerse en combate era cada vez menor. La punta de lanza del ejército nazi estaba mellada, hasta un punto que las divisiones acorazadas apenas podían contar con unos cuantos tanques, menos de una decena en ocasiones. No es ya que fueran incapaces de atacar, sino que no tenían potencia para defenderse. No es de extrañar que, a principios de diciembre, cuando las divisiones siberianas contraatacaron, el frente alemán se desplomó.

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