He estado revisando, durante las últimas semanas, la serie de anime RahXephon (2002, Yutaka Izubuchi) una de mis favoritas y a la que dediqué, hace ya mucho tiempo, a principios de este siglo, uno de mis mejores textos. El tiempo, precisamente, es una de los temas de esta serie, tanto su transcurso inexorable como el abismo temporal que separa a unos personajes de otros -sin olvidar que es una de las pocas series en que conviven, de forma armoniosa, varias generaciones-. Una cisura que se transformaba en personal y me resultaba tanto más acuciante e incómoda en esta ocasión. No ya por la distancia que me separaba del yo que se enamoró de esta serie, sino también por la patante lejanía de RahXephon con el anime que se produce en estos tiempos.
La serie, es obvio, ha envejecido en estos casi veinte años. Su animación, aunque notable en muchos aspectos, carece del brillo, la opulencia, que se ha hecho normal con la llegada del ordenador. No es que no se contase con esos medios en aquel entonces, pero sí eran mucho más caros y menos versátiles. Aquí y allí es perceptible la necesidad de recurrir a trucos viejos para gastar tiempo y ahorrar dinero - los pan & scan de planos fijos, la ocultación de los elementos que deberían moverse-, así como errores en el dibujo, los movimientos o la consistencia de los diseños de los personajes. Sin embargo, si aceptamos esos lunares, la serie sigue siendo imbatible, digna de ser recordada como lo que es, una de las mejores, en vez de haber sido relegada al limbo de lo no reeditado en Blue Ray.
¿Por qué digo esto? ¿Qué tiene esta serie que la distinga de entre tantas y tantas fotocopias de un mismo tema -aunque, hay que decirlo, muchos la acusaron de ser un plagio del Evangelion (1995) de Hideaki Anno? Gran parte está explicado en el artículo que he enlazado arriba. Baste decir que la serie cuenta con dos episodios insuperables, modélicos, el 15 -dirigio por Mitsuo Iso, el de Dennou Coil (2007) - y el 19, aún hoy capaces de sacudirme hasta lo más profundo, incluso cuando me he vuelto, de forma irreversible, mucho más cínico, desengañado e insensible. Creía, al revisarlos, que iba a despertar de mi ensueño de antaño, pero no fue así y sólo por eso merecen mi agradecimiento.
Sin embargo, sí quisiera resaltar dos aspectos que no tuvieron cabida en esa reseña y que son esenciales. El primero es la sutileza en el tratamiento de las relaciones entre su personajes. Es muy normal, en todo el cine comercial reciente, explicar hasta los más nimios detalle, no sea que alguien no haya sido capaz de darse cuenta de lo más obvio. En RahXephon, por el contrario, hay que permanecer bien atento. Un leve cambio de expresión, un cruce de palabras inocente, un breve plano, puede ser indicios de profundas tormentas, de cambios radicales. No sólo eso, sino que, como en la vida, los personajes no se explican lo que ya conocen. Se atacan y hieren, con la mayor dureza y crueldad, pero ocultándonos, a nosotros los espectadores, su pasado compartido, lo que no hace más que acuciar nuestro interés, nuestra necesidad por saber.
De aquí pueden deducir el segundo factor: el silencio. Es una serie donde la gente calla, donde la gente se traga sus problemas, los rumia interiormente hasta la obsesión, bien porque no pueda compartirlos, bien porque ya no tengan remedio alguno. Silencio que se extiende también a la narración porque, de manera sorprendente, se trata de una serie de mechas donde lo importante no es la acción, sino los tiempos muertos. Los apartes, los pasos perdidos, los vericuetos en donde se acumula paulatinamente una tensión que luego estallará con fuerza incontenible, devastadora, en esas escenas de acción distribuidas de forma cicatera.
Una serie, por tanto, imbuida de una tristeza que pesa sobre todos sus personajes de manera abrumadora. Incluso sobre los enemigos de los héroes, igual de humanos los unos que los otros., capaces de las mayores bajezas y de la mayor abnegación. Todos atrapados en una misma dinámica destructiva de la que no pueden -o no quieren- escapar.
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